Te despiertas, enciendes la cafetera, ves la televisión y luego emprendes tu viaje rumbo al trabajo, para lo cual echarás gasolina a tu automóvil en la bencinera, gasolinera, grifo o bomba más cercana. Aunque no siempre acapare las portadas de medios masivos, el consumo de energía impacta en nuestra vida cotidiana. Para obtenerla, los humanos hemos empleado durante largo tiempo los combustibles fósiles, es decir, fuentes no renovables como el carbón, petróleo y gas natural.
Sin embargo, el uso desmedido de estos combustibles ha generado constantes emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), como el dióxido de carbono (CO2) y el metano (CH4), cuya acumulación en la atmósfera ha detonado una crisis climática sin precedentes a nivel global.
Para mitigar los efectos del cambio climático y adaptarse a este nuevo escenario planetario, la humanidad debe impulsar una transición energética, que consiste en transitar desde un sistema basado en combustibles fósiles hacia una matriz diversificada que combine distintas fuentes de energías renovables. De esa manera, se pretende disminuir la concentración de gases de efecto invernadero que sofocan a la Tierra.
A pesar de ser un problema planetario, todos los países deben tomar acciones para tener una reducción de gases de efecto invernadero (GEIs) y lograr una transición energética. Cada país tiene distintas magnitudes de emisión de GEIs; por tanto, entre más países estén involucrados y comprometidos se logrará en un periodo más corto la transición energética.
Si bien este problema se conoce hace décadas, la transición energética se ha instalado con mayor fuerza a partir de la firma del Acuerdo de París. Uno de los principales objetivos es evitar que la temperatura del planeta aumente más de 1,5 °C en relación a los valores preindustriales para evitar consecuencias negativas en el planeta y en los ecosistemas de manera irreversible. Para ello se necesitan medidas contundentes, así como tiempo, dinero y voluntades, ya que casi todas las economías del mundo dependen de los combustibles fósiles para obtener energía. América Latina y el Caribe no son la excepción.
Frente a este escenario, desde Climate Tracker impulsamos el proyecto “¿América Latina renovable? Una mirada a la transición energética justa desde las salas de redacción”, con el fin de analizar la cobertura mediática en seis países de América Latina y el Caribe: Chile, Argentina, Brasil, Colombia, República Dominicana y México. Analizamos más de mil 200 piezas periodísticas en un período de más de un año.
Los resultados fueron decidores. En Colombia y México, apenas 2% de las piezas analizadas incluyen una definición de qué es la transición energética. Chile y Argentina, por su parte, son los países que más incluyen una definición, pero la cantidad sigue siendo baja: 12% y 19% de los artículos.
Hablar de la transición energética implica hablar de una matriz energética inicial basada en fósiles a una matriz final, idealmente diversa en energías renovables, así como la ruta (o los pasos a seguir) para lograr esa transición. El destino de la transición, así como los plazos, metas y definiciones científicas, son fundamentales para tratar el tema con la complejidad que requiere, y es clave que los periodistas comprendamos de qué se trata para comunicarlo a nuestras audiencias.
Nuestra investigación muestra que los países analizados dan por hecho que la ciudadanía entiende el concepto de transición energética, por eso, no lo definieron. Otro hallazgo de gran relevancia es la abundancia de notas informativas cortas, de simple complejidad, con una o dos fuentes (que en su mayoría son varones y representantes del gobierno o sector empresarial).
Hemos evidenciado que las audiencias latinoamericanas leen y escuchan sobre la transición energética, pero no necesariamente se están informando respecto al proceso, los elementos que lo componen, quiénes están involucrados, los plazos para lograrla y otras cuestiones fundamentales.
No definir el concepto de transición energética puede derivar en que el lector tenga que construirlo con la información y conceptualización que el periodista entrega “entre líneas”, dando lugar a significados polisémicos y que el receptor acomoda en relación a sus significantes. Así, el texto periodístico puede desvirtuar su función de informar.
Entender qué es la transición energética, definirla, significarla y reflejar sus contrastes, es fundamental para que nuestras audiencias tengan un marco cognitivo que le permitan analizar los actos discursivos que citan las fuentes, quienes muchas veces encubren sus intereses desde las palabras que utilizan. Esto lo hemos visto con el caso del gas natural, un combustible fósil que contribuye al calentamiento global y que, a partir de fuentes gubernamentales y del sector privado, se presenta en la narrativa de la transición energética, incluso como una fuente renovable a la cual habría que transitar.
Pero creemos que las carencias se pueden transformar en tremendas oportunidades para periodistas. Por ejemplo, la inclusión de más contenido científico para entender los fenómenos (definiciones, evidencia empírica, explicaciones).
Matriz energética en Latinoamérica y el Caribe: el caso de seis países
Un concepto clave para entender la transición es el de “matriz energética”. Una “matriz” es una entidad principal generadora de otras, en este sentido, una matriz energética o en inglés “energy mix”, puede definirse como el desglose de la combinación de diversas fuentes de energía primaria que se utilizan para satisfacer las necesidades energéticas en una zona geográfica determinada.
Cada país tiene su propia matriz energética y depende principalmente de 3 variables:
1. La disponibilidad de los recursos energéticos en el país o la posibilidad de importarlos
Aunque un país tenga exorbitantes yacimientos de petróleo en su territorio no necesariamente implica que pueda utilizarlo. Si no cuenta con la infraestructura para procesar esa energía primaria, petróleo, a una secundaria, gasolina, entonces tendrá que exportarlo a un país donde sí puedan hacer los procesos convertidores y obtenga así, el combustible. Obviamente, todo esto genera costos económicos y ambientales considerables.
2. La demanda y consumo energético del país
Todos los procesos y actividades económicas requieren energía, éstos están divididos por sectores consumidores como el transporte, el eléctrico, el industrial, residencial/comercial/público, el agropecuario, entre otros.
3. Las decisiones políticas
Estas son, a su vez, determinadas por múltiples factores: históricos, económicos, sociales, demográficos, medio ambientales y geopolíticos.
Estas 3 variables son determinantes para conformar la matriz energética de cada país y a nivel mundial.
En Chile, el principal aporte energético en la matriz primaria proviene de combustibles fósiles en 66% como el petróleo crudo, gas natural y carbón según el Anuario Estadístico de Energía, publicado en 2020 por la Comisión Nacional de Energía, perteneciente al Ministerio de Energía de Chile.
Aquí es importante entender que una matriz energética primaria no es lo mismo que la generación eléctrica. Los porcentajes pueden llevar a una mala interpretación de los datos: en Chile, la matriz primaria incluye un 23% de biomasa debido al alto uso que se le da a la leña. En generación, en contraste, la biomasa es apenas el 2%. De la misma manera, el petróleo crudo es parte importante del consumo bruto de energía primaria, debido al consumo en transporte terrestre.
En 2021, según el Coordinador Eléctrico Nacional, la generación eléctrica en el país fue en un 54% derivada de combustibles fósiles (principalmente carbón y gas natural con 34% y 18% respectivamente); 21,6% renovables (12% solar y 9% eólica); y 20% de generación hidráulica.
Las renovables están en crecimiento en Chile. En febrero de 2022, la energía solar y eólica llegaron a representar el 31% de la generación eléctrica. Las expectativas apuntan a un aumento de estas tecnologías. No por nada Chile ha sido catalogado por un informe de Bloomberg como el mejor país para invertir en energías renovables, a lo que se suman otros rankings, como el Índice de Desempeño del Cambio Climático 2021 que posicionó a la nación sudamericana en el noveno lugar del mundo.
Similar a su país vecino, la matriz energética de Argentina está compuesta principalmente por combustibles fósiles. De acuerdo con el reporte “Estimación del empleo verde en Argentina 2019”, el sistema posee una elevada contribución del gas natural (53%) y del petróleo (33%) y, a su vez, una baja participación del carbón mineral. Asimismo, las fuentes fósiles generan el 68% de la electricidad en este país, de acuerdo con el informe Global Electricity Review 2021.
Sin embargo, el mismo documento destaca un fuerte crecimiento de la energía eólica y solar en Argentina, superando a México y Brasil. Como recoge el Ministerio de Energía y Minería, la tecnología renovable que contribuyó con mayor generación eléctrica en 2021 fue la eólica (74%), seguida por la fotovoltaica solar (13%), los pequeños aprovechamientos hidráulicos (7%) y las bioenergías (6%).
Uno de los grandes emisores de carbono de la región es Brasil, no solo por las altas tasas de deforestación, sino también por su sector energético. Brasil es el sexto mayor emisor de gases de efecto invernadero a nivel mundial. Según los datos más recientes del Balance Energético Nacional 2021, la distribución de la oferta interna en 2020 estuvo representada por 51,6% de fuentes convencionales, como el petróleo y sus derivados (33,1%), el gas natural (11,8%) y el carbón (4,9%).
Por otro lado, las fuentes renovables convencionales y no convencionales abarcan 48,4%, incluyendo la biomasa de caña de azúcar (19,1%), la hidráulica (12,6%) y, a su vez, otras energías renovables (7,7%), como la eólica (22,1%), la solar (4,2%), el biogás (1,4%), entre otros.
Luego se encuentra Colombia, uno de los 11 países que se verían más afectados por la crisis climática. Su matriz energética ha dependido de fuentes hídricas y combustibles fósiles como el carbón y petróleo, que representarían cerca del 77% de la oferta energética, de acuerdo con el Plan Energético Nacional 2020-2050. En efecto, la extracción de energía primaria estuvo compuesta principalmente por petróleo (40,6%), carbón mineral (33,1%) y gas natural (16,7%), según indica el Balance Energético Colombiano de 2020.
En contraste, el país cuenta con cerca de un 1% de fuentes de energías renovables no convencionales, como la eólica y solar. En ese sentido, el mencionado Plan Energético proyecta un crecimiento de estas tecnologías en los próximos 30 años. Por ello, el Gobierno colombiano ha promovido subastas de contratos a largo plazo para la instalación de proyectos afines, para así diversificar el sistema y alcanzar en 2022 alrededor del 14% de la participación de las denominadas “energías limpias” en su matriz energética.
Como ha sido la usanza, los combustibles fósiles también predominan en el sistema energético de República Dominicana. De hecho, abarcarían alrededor del 85% de la generación eléctrica, según distintas fuentes. Asimismo, un informe sobre el desempeño de las empresas eléctricas estatales indicó que, entre enero y octubre de 2021, el gas natural abarcó un 40,1% de la matriz, mientras que el carbón lo hizo en un 31,3%. Otros cálculos arrojan cifras similares. Por ejemplo, el Organismo Coordinador del Sistema Eléctrico Nacional Interconectado (OC) indica que la producción por combustible estuvo representada por 35% de gas natural y por 34% de carbón en enero de 2022, coincidiendo en gran medida con otros reportes que han mostrado las mismas tendencias.
Respecto a las alternativas, la matriz de generación eléctrica estatal presentó entre enero y octubre de 2021 10% de energía renovable no convencional, como la biomasa, eólica y solar. En esa línea, los portavoces de la Comisión Nacional de Energía han señalado que a fines del 2022 o inicios del 2023, las tecnologías renovables alcanzarían 15 o 17% de la energía total producida en el país. Se ha destacado que, al igual que sus pares en la región, República Dominicana tiene potencial para un aumento de las energías renovables, las que podría alcanzar hasta 44% al 2030.
Por último se encuentra México, el 12º país que más contribuye en emisión de GEI en el mundo. Los hidrocarburos se imponen en la matriz al representar 83,93% de la producción de energía primaria, según el Balance Nacional de Energía 2019 publicado en 2021. Dentro de ese grupo destaca el petróleo crudo con 59,83% y el gas natural con 23,15%.
En cambio, las energías renovables ocupan el10,46% del sistema, con exponentes como la energía eólica y solar que ocupan 0,95% y 0,64%, respectivamente.
La importancia de la transición justa
Aunque existe un aumento en la instalación de las energías renovables no convencionales, su irrupción aún es lenta en diversos países, mientras continúa la “economía fósil”. Sin ir más lejos, el sector energético contribuyó en 2021 con el 73,2% del total de emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial.
A esto se suman distintos grupos políticos y económicos que, al velar por sus intereses, dificultan la transición energética, a costa del bienestar de las personas y los ecosistemas. Esto no es trivial si consideramos que la Organización Mundial de la Salud prevé que entre 2030 y 2050 la crisis climática causará alrededor de 250 mil defunciones adicionales cada año por enfermedades sensibles al clima, como malnutrición, dengue, paludismo, diarrea y estrés calórico, sin olvidar los daños respiratorios por la contaminación.
La transición tomará tiempo y dinero, porque casi todas las economías de nuestra región son dependientes de los fósiles.
Una transición energética será el desafío del siglo, pero hay muchos autores que apuntan a que la transición no puede concebirse como un mero recambio tecnológico en la matriz. En este escenario surge una propuesta que ha sido definida de varias maneras. Se trata de la transición justa, que se refiere – a grandes rasgos – a un proceso de transformación energética integral que involucra la justicia social y ambiental, así como las particularidades territoriales, socioeconómicas, de género y de raza en la toma de decisiones, como recoge un documento de la ONG FIMA, CEUS Chile y CERES.
También consiste, en palabras de la Organización Internacional del Trabajo, en hacer que la economía sea lo más justa e inclusiva posible, creando oportunidades de trabajo apropiado y sin dejar a nadie atrás. Esto implica maximizar las oportunidades sociales y económicas de la acción climática, al tiempo que se minimizan y gestionan los desafíos a través de un diálogo entre los grupos afectados y el respeto de los derechos laborales.
Transición justa en América Latina y el Caribe
Esto cobra especial relevancia en América Latina y el Caribe. Históricamente, la región ha sido utilizada como territorio de extracción por empresas transnacionales, lo que ha derivado en numerosos conflictos socioambientales. En paralelo, las autoridades gubernamentales, instituciones financieras y bancos continúan subsidiando o apoyando la explotación y quema de carbón en muchos países.
Por ello distintas voces de Latinoamérica han abogado por una transición energética justa que transforme las relaciones de poder entre los grandes emisores y el resto del planeta. Esto implica un cambio tecnológico hacia fuentes renovables que transforme el modelo económico hacia uno que promueva la restauración ecológica, la soberanía energética, el respeto a los derechos humanos y la democracia participativa.
Así se busca mejorar la calidad de vida y resiliencia de las personas y los ecosistemas, al igual que la creación de empleos dignos y un desarrollo local basado en la autodeterminación. Todo esto bajo un concepto con fuerte sello latinoamericano, como es el buen vivir.
Trabajo colaborativo de Francisco Parra, Paula Díaz Levi , Génesis Méndez e Itzel Gómez