La Bahía de Jiquilisco alberga a uno de los manglares más extensos de Centroamérica. Comprende 55 km de costa y más de 19 mil hectáreas de bosque de mangle. Pero una franja de más de 4 km, con 22 hectáreas de mangles, se ha convertido ahora en un cementerio.
Varios factores afectan al manglar, pero el aumento del nivel del mar parece ser uno de los responsables de su degradación. Muchas especies han perdido su hábitat. No solo mueren los mangles, con ellos muere también la fauna, la vegetación… se extingue la vida.
Las familias que viven en el corazón del manglar ven con impotencia cómo el mar se come sus tierras. Algunos han tenido que emigrar, pues no logran sobrevivir de la pesca.
A esto se suma el problema de la intrusión salina. Las tierras de algunos agricultores están cubiertas de sal. Los pozos de agua dulce de la que se abastecen los habitantes cercanos se han salinizado.
Las comunidades y organizaciones locales hacen acciones de protección y cuidado del manglar, pero son insuficientes para mitigar la situación.
Esta es una historia sobre las pérdidas y daños ocasionados por los efectos del cambio climático no solo en las comunidades, sino en el manglar mismo, que cada año retrocede ante el mar.
A pesar de que hay un plan gubernamental de manejo del humedal, no están claras las acciones que el Estado salvadoreño está ejecutando en la zona. Tampoco hay información sobre el avance del gobierno en el cumplimiento de acuerdos suscritos en negociaciones internacionales sobre cambio climático.
En este reportaje, Claudia Zaldaña, periodista multimedia y corresponsal de La Voz de América en El Salvador, muestra un ejemplo claro de pérdidas y daños en las comunidades salvadoreñas.