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“Ahí están los mafiosos esos, provoca lanzarles una bomba, pero debo calmarme”, dice Lisa Henrito Percy, defensora de la tierra, cuando pasamos al frente de unos camiones cargados de alimentos, que están estacionados en una de las calles de Santa Elena de Uairén, capital del municipio Gran Sabana, al sureste del estado Bolívar, Venezuela. Su hermano Lenon conduce el carro en el que nos trasladamos. Minutos después entramos al pueblo de Manak Krü donde está la sede del Concejo de Caciques Generales del Pueblo Pemon: “Antes venía la gente, era más importante que la alcaldía”, comenta decepcionada y al volver la vista hacia el cementerio de la comunidad recuerda que el lugar se ha convertido en un corredor para los migrantes forzados venezolanos que huyen de la emergencia humanitaria compleja que azota el país: “Un hombre murió de un infarto mientras caminaba. La familia buscó los papeles para enterrarlo aquí y seguir su viaje a Argentina. Es muy triste lo que estamos viviendo”.
Salimos del pueblo y tomamos la troncal 10 que comunica a Venezuela con Brasil. A la altura del Fuerte Militar El Escamoto, Lisa retoma la historia que va contando por fragmentos: “Aquí nosotros trancamos. Ellos venían con tanquetas. Querían acabar con el pueblo”. A un lado de la carretera se alzan unos terrenos bordeados con palos de madera y alambres: “Las comunidades indígenas están cercando sus terrenos por las invasiones”, agrega la lideresa del pueblo indígena pemon. En eso estuvo trabajando hoy.
Ya empieza a oscurecer y al otro lado de la frontera, en Pacaraima, Brasil, buscamos unos pañales para su padre. Hay colas de gasolina, la mayoría de carros procedentes de Venezuela. Las luces incandescentes de los locales alumbran las calles llenas de carros, huecos y gente. Las conversaciones son en español, portugués y portuñol (una mezcla de ambos idiomas).
Lisa, vestida con pantalones estampados, franelilla negra, sandalias de tacón y un bolsito cruzado, se pasea por varios locales atestados de pacas de alimentos hasta que encuentra el tamaño y la marca adecuada de los pañales, que ella y sus dos hermanos se turnan para comprar. Abraza el paquete sin bolsa como si fuese un bebé recién .
Antes de entrar nuevamente a territorio venezolano, pasamos frente a uno de los albergues donde viven los migrantes y refugiados warao, otro pueblo indígena cuyo territorio ancestral está en Venezuela, pero que huyó para sobrevivir.
Cuando llegamos a la casa de Lisa hay “gente extraña” llenando unos bidones de agua en el río. “¿Pidieron permiso?”, les pregunta con autoridad. Luego de despacharlos me ubica en una casita de madera, que llama su baticueva. Ordeno mis cosas y busco a Lisa que está atendiendo a su padre.
El hombre permanece en posición fetal sobre una cama rodeada por un mosquitero, se queja levemente. “Aquí hace mucho frío”, dice la hija como descifrando su lamento y empieza a poner sábanas encima de la red, las prensa con pinzas para tender ropa hasta que todo queda como una tienda de campaña.
Son casi las ocho de la noche del 3 de octubre de 2019 y la jornada continúa. Debe salir a Manak Krü para reunirse con el equipo de la capitanía indígena del sector 6 del pueblo pemon.
Solo han transcurrido tres horas y una parte de la Amazonía venezolana y su compleja realidad se abre ante nuestros ojos: cooptación de las organizaciones tradicionales indígenas, paso de los migrantes y refugiados venezolanos que huyen de la crisis del país, represión, despojo y militarización de los territorios indígenas, cuidado de la familia.
La Gran Sabana en una mujer.
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La geografía se convierte en genealogía y el Wadakapiapo- tepui, un árbol centro del mundo que daba todas las frutas, sigue siendo protagonista de la historia ancestral que habla sobre la abundancia de alimento para su gente y el diluvio que se desató al cortarlo. Frente a su cuerpo azul fluyen las raíces de Lisa, las mismas del pueblo indígena pemon, que abarcan los diferentes territorios del centro y sureste del estado Bolívar, en Venezuela; así como áreas vecinas de la República Cooperativa de Guyana y Brasil, una extensión territorial no inferior a los 85.000 Km².
Según el Censo de 2011, existen 30.148 indígenas pemon, divididos en tres subgrupos: arekuna, kamarakoto, taurepán, convirtiéndose en el cuarto pueblo indígena más numeroso de Venezuela. En este país desarrollan su existencia en un área de aproximadamente 38.000 km², distribuidos en 183 comunidades organizadas en 8 sectores indígenas, ubicados en los municipios Angostura, Piar, Sifontes y Gran Sabana, este último formado por 6 sectores.
Los datos genealógicos no siempre son sencillos sobre todo si se pertenece a un pueblo indígena que al menos tiene 500 años de existencia, pero hay otras cosas más difíciles.
Lisa Henrito ha sido criminalizada por el alto mando militar de promover un movimiento secesionista al sur del país. El General de Brigada Roberto González Cárdenas la acusó en televisión nacional el 23 de julio de 2018. La tildaron de extranjera, por haber nacido en la comunidad indígena de Paruima, en Guyana.
Por estas denuncias, Amnistía Internacional emitió una Acción Urgente el mismo año para proteger a la lideresa. En el documento se explica que “está siendo estigmatizada por su labor como activista de organizaciones de mujeres indígenas pemon que exigen el fin de la militarización y la explotación minera de sus territorios ancestrales sin consulta informada ni estudios del impacto social previos”.
La actividad extractiva se ha incrementado de forma desordenada y violenta en toda la región al sur del río Orinoco (estados Amazonas y Bolívar), desde que el presidente Nicolás Maduro aprobara unilateralmente la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco, que autoriza la explotación de minerales como oro, bauxita, hierro, cobre, coltán, diamantes y tierras raras, en 12 % del territorio nacional (norte del estado Bolívar y bloque especial en la comunidad indígena de Ikabarú); y que además crea la Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas (Camimpeg).
El Arco Minero del Orinoco se superpone directamente con los territorios ancestrales de los pueblos indígenas Mapoyo, Inga, Kariña, Arawak y Akawako, y su área de influencia incluye las tierras natales de los Yekwana, Sanemá, Pemon, Sapé, Eñepá y Hoti o Jodi en el estado Bolívar; los Yabarana, Hoti y Uwottuja, en Amazonas; y los Warao, en Delta Amacuro.
—El sector 6 es la piedra en el zapato porque se resiste a que entre el gobierno y haga lo que hizo en Sifontes. Tú que has recorrido, dime si existe minería ecológica, si hay ríos limpios. No. Eso no existe. El gobierno ve qué quieren los capitanes y por ahí coopta. Yo que lucho contra el gobierno no puedo tener rabo e’ paja, no me van a utilizar—Lisa se altera.
La defensora indígena y el pueblo pemon han protestado contra megaproyectos como el Complejo Hotelero Empresa Nacional de Turismo del Sur (Turisur) (1995), Tendido Eléctrico (1997-2001), Decreto 1.850 que autoriza la minería en la Sierra de Imataca (1998), Gasoducto Transcontinental (2006), Sub-Estación Satelital de comunicaciones en Luepa (2007-2008), Decreto 2.248 que autoriza la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco (2016), entre otros, por ir en contra de los derechos de los pueblos indígenas y de la naturaleza. En ninguno de estos, el Estado venezolano ha cumplido los procesos de consulta previa, libre e informada, ni los estudios de impacto socioambiental garantizados tanto en la legislación nacional como en los tratados internacionales que el país ha firmado, además se desarrollan sobre un territorio altamente disputado por el oro.
La autodeterminación del pueblo pemon representa un obstáculo para los proyectos extractivistas del gobierno nacional y la jurisdicción indígena se convierte en el último reducto de resistencia indígena en un país plagado de disidencias jurídicas. “Esto tiene su fundamento en el principio de administrar justicia, pero también el de gestionar sus territorios para garantizar sus ´formas de vida´, o lo que es lo mismo, sus espacios de vida”, explica Vladimir Aguilar, abogado y coordinador del Grupo de Trabajo y Asuntos Indígenas (GTAI) de la Universidad de los Andes.
Sin embargo, muchos de los sectores en los que se divide el pueblo pemon se han abierto a las actividades mineras. Convertirse en mineros ha sido uno de los recursos para proteger sus territorios, sus modos de viday a sí mismos del despojo territorial, aunque esta decisión sigue lejos de ser el fin de los problemas para los pemon y tampoco es compartida por todas las comunidades.
Actualmente, Lisa repite como capitana en la comunidad indígena de Maurak, un cargo que ejerció entre 2002 y 2005 y en el que fue electa nuevamente para el período 2021-2025. El proceso estuvo reñido, porque la mayoría de los pobladores sabe que es muy crítica a las políticas del actual gobierno, y consideran que esto la puede poner en riesgo tanto a ella como a la comunidad.
“Que no olvide nadie por qué y para qué estamos aquí”, dijo durante la ceremonia de juramentación del 5 de enero de 2021, ataviada con su penacho de plumas azules y rojas de guacamaya, privilegio que solo ostentan algunos líderes hombres en el continente.
A Lisa también le han dado un bastón de mando, que simboliza la máxima autoridad. De su primer liderazgo aún recuerda cómo se enfermó por la presión y la implicación que demanda el cargo de capitana en una comunidad.
3
My Father
I have a loving father
He’s so loving as a mother
His best colour his blue…
El poema se llama My Father y Lisa lo escribió cuando tenía once años. Ella habla, lee y escribe en tres idiomas: inglés, castellano y pemon taurepán. También comprende y se comunica en portugués. A lo largo de su educación básica y secundaria, que fundamentalmente fue en Guyana, siempre fue muy buena alumna y ganó becas.
Los múltiples viajes de su padre Lloyd Henrito, primer pastor adventista pemon que se graduó en teología, hicieron que la familia Henrito Percy viviera cinco años en Trinidad y Tobago, doce años en Guyana, hasta que finalmente se establecieron en Venezuela.
Para el momento en que Lisa llega al país ya tiene 18 años e ingresa al Instituto Universitario Adventista de Venezuela, en Nirgua, estado Yaracuy, donde estudia Administración de Empresas por seis años; y cada vez que tiene vacaciones viaja al sur de Bolívar donde se instalan sus padres y sus hermanos.
—Cuando regresé estuve un año y medio con un conflicto personal y cultural muy fuerte por el problema lingüístico. En la universidad yo perdí un semestre por las materias teóricas, las raspé porque no sabía castellano. Mi primer idioma es el inglés y a pesar de haber estado con mis abuelos desde los siete hasta los once años no hablaba el taurepán ni el castellano.
Esta barrera lingüística nunca hizo que dudara de su origen indígena, ella creció escuchando las historias de los ancestros que su madre le contaba. Así que aprendió el idioma en la comunidad, hablando con la gente.
Por su parte, el inglés y sus estudios en la universidad le permitieron acceder como administradora en la Placer Dome Tecnical Services, una empresa minera canadiense que junto a la Corporación Venezolana de Guayana (CVG), conformaron la empresa MINCA (Minera Las Cristinas) para explotar la mina Las Cristinas, en el estado Bolívar. Allí pudo conocer de cerca los conflictos entre los mineros que tradicionalmente trabajaban en la zona y las empresas que querían controlar la actividad.
Luego trabajó en la English Service Corporation Srl dando clases de inglés a los trabajadores de la Procter & Gamble en la ciudad de Barquisimeto, al noroccidente del país.
En 2002, con 29 años, Lisa se estableció en Maurak, comunidad indígena a 30 minutos de Santa Elena de Uairén, por petición de los propios indígenas, para administrar un colegio adventista, pero por su capacidad para hacer proyectos y sus estudios le propusieron ser capitana.
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—Ay está muy duro mi amor, tiene mucho frío— le murmura Lisa a su padre, que está sentado en la cama, mientras le frota el brazo con su mano.
Por la puerta de atrás, siempre abierta, entra todo el sonido de los carros. Lisa toma una cucharada de arroz, Lloyd abre la boca, su espalda levemente curveada, sus ojos mirando el bosque que lleva dentro. Rusty, un gato negro y frondoso, se lame encima de la cama. En 2006 cuando se mudaron a esta casa comenzaron los primeros síntomas de Alzheimer. Lloyd tenía 56 años y Lisa 33.
—Al principio era un chiste para nosotros. Iba para el conuco, sembraba, al día siguiente arrancaba todo, dejaba el machete, “no que alguien me robo el machete”, papá lo dejaste en el conuco, “cónchale voy para el conuco otra vez”, regresaba, “ay vengo a buscar el…”.
Lloyd tenía un diario donde le escribía a Dios, a su familia, a su enfermedad. Hasta que también se le olvidó escribir. La última vez que habló con Lisa fue en marzo de 2011, estaban en el Centro Comercial Orinoquia, en Puerto Ordaz, y su padre comenzó a marearse, los cuadros de aquel piso largo y amplio lo desconcertaban. Se sentaron en la feria de comida. Él pidió un Toddy (bebida achocolatada) con un sándwich y Lisa un café con leche.
A Lisa se le quiebra la voz como un crujir de ramas bajo los talones.
Ella piensa que el hambre influyó en la enfermedad de su padre porque cuando era joven estudió, trabajó y viajó mucho, Trinidad y Tobago, Bahamas, Estados Unidos, y en esos lugares a veces la beca tardaba en llegar, no tenía comida y se desmayaba.
Ahora el señor Lloyd Henrito muerde todo: camisas, botones, el plástico de la cama. Por esa razón tuvieron que operarlo de la vesícula en 2015 y ahora lo deben dejar sin ropa.
La piel de Lloyd es muy tersa y se aviva aún más cuando entra la luz por la ventana de la casa de madera. En uno de sus brazos tiene tatuado un gato que se acuesta junto a Rusty. La marca es una memoria de sus tiempos de joven rebelde, mucho antes de entrar a la Iglesia, cuando tenía su propia banda de rock, escuchaba Los Beatles, Los Rolling Stones y, por supuesto, de su amigo experimentando con tinta y agujas, porque Lloyd no quería un gato sino la cara de un tigre.
—Cada vez que viene la visita médica me felicita porque él está muy bien, él está muy limpio y es el primer paciente que ve en esas condiciones, que no tiene ni una… ¿cómo se dice?
— ¿Escara?
— Sí, sí. Él come muy sano, tú ves que si su ensalada de frutas, su avena, es muy caro mantener su dieta también, no te creas, pero bueno, nos ayuda bastante que papá es una persona muy reconocida por su trabajo en la Iglesia adventista. A veces no tenemos nada y siempre llega alguien que nos trae dinero o comida.
Asumir el cuidado de su padre ha implicado para Lisa distribuir las labores con sus dos hermanos, quienes la ayudan en la parte económica y logística. Pero buena parte de la atención recae en ella porque en una etapa de la enfermedad Lloyd se puso muy violento y a la única que nunca intentó agredir fue a Lisa.
—Somos muy unidos. Yo dije voy a dedicar el tiempo que estoy aquí a mi papá. Lenon por ejemplo es la parte financiera y el carro, él compra los jabones, porque gastamos mucho en jabón para lavar todos los días lo que ensucia mi papa. Leo ayuda en la comida y el mantenimiento de las casas, limpiar el patio, arreglar los bombillos, la tubería de agua. Pero no es fácil porque a veces yo me canso y bañar a papá es todo un proceso. Mi mamá de verdad no puede, entonces se sienta con él a cantarle sus himnos favoritos, There’ll be no dark valle, a leerle la biblia, Thessalonians capítulo 5 versículo 16 al 23, le hace los cultos matutinos y los cultos de la noche. Y él, pues, se anima.
—¿Y cómo haces cuando viajas más tiempo?
— Cuando me tocó ir tres meses al curso en Europa [donde se graduó como experta en derechos humanos de los pueblos indígenas del programa del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Deusto, en Bilbao] yo mandé a comprar los paquetes de pañales, la comidita, me faltó dejar las cosas por escrito y les dije yo voy a dejar a papá, ustedes saben cuál es la rutina, si llega a morir mi papá porque ustedes no le cuidaron bien, ni siquiera me informen, porque yo no me voy a quedar como una pendeja sin estudios. Y así me fui. Gracias a Dios estuvieron pendientes.
Lisa presiona con sus piernas las piernas de su padre, una pinza humana para mantenerlo erguido. Sostenido por su hija, Lloyd sigue comiendo, masticando, tragando.
—Cuando dejan de hacerlo es que ya comienzan a morir— dice como preparándose para un futuro no muy lejano— A una amiga le pasó y al padre le colocaron un tubo en el cuello. A los seis meses murió.
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Lisa fue la primera capitana de Maurak, la segunda comunidad más grande del pueblo pemon Asumió este puesto el 10 de junio de 2002, el mismo día de su cumpleaños. Recuerda que cuando se estaba postulando un hombre dijo que no quería que fuese capitana porque era mujer. Ella se sorprendió, pensaba que siendo Maurak una comunidad adventista, con escuelas y que había tenido contacto con la cultura occidental, podría haber más igualdad. “¿Cómo va aconsejar a los familiares, a los muchachos, si no tiene hijos?”. “No, porque no tiene marido”. Seguían las voces de su pueblo.
La investigadora en derechos humanos e indígena wayúu, Alicia Moncada, relata cómo la defensora se tuvo que hipermasculinizar para poder llegar a ser parte del consejo de seguridad de los capitanes pemon, en 2016: “¿Cuál fue su única salida? —Alicia vuelve una de sus manos un puño y comienza a golpear la otra aún abierta, paf, paf, paf— volverse una roca igual que ellos, demostrar que era tan fuerte o más. Lisa era la que abría un mapa y decía ‘nos van a invadir por aquí’, la estratega militar, y eso fue lo que le ganó un respeto brutal entre todos, porque se dieron cuenta que lo que planteó de montar los puntos de seguridad funcionó. Pero, ¿cómo se ganó eso?, asumiendo un papel de generala. Tú no puedes competir en un mundo de hombres llorando, mostrando lágrimas, ni histerisándote, que es lo ellos dicen que una hace”.
Con el tiempo, Lisa ha interiorizado que para enfrentar las relaciones de dominación intraétnicas, las capitanas indígenas necesitan diferenciarse radicalmente de la conducta de sus compañeros, y en este camino la han acompañado otras mujeres del pueblo pemon que incorporan el cuidado, la ternura y la escucha en la resolución de los conflictos.
—Cuando comencé a liderar me di cuenta que yo no estaba liderando como mujer, yo estaba haciendo todo como hombre. No sé si me entiendes. Mi actitud era como un macho, iba para allá, tiraba coñazo, ¡ay!, disculpa la expresión, cuando hablaba golpeaba la mesa, yo estaba en un mundo de hombres y crecí con dos hermanos. Una prima amiga, que también es una lideresa, me llamó la atención: “Lisa tú eres mujer y trata de que esa parte de mujer dirija, tú tienes la capacidad. Si el día que te llega la menstruación no estás, igual tu puedes ser una buena líder”. Eso me prendió el bombillo otra vez.
—Según tu experiencia, cuál sería la diferencia entre los liderazgos de las mujeres y los hombres.
—Yo diría la forma de liderar y atender los casos. Cuando hay casos de adolescentes, de hijos, tú tienes que sacar ese instinto materno. La otra parte es llorar. A mí me decían que yo era corazón de hierro porque no lloraba y cuando lo hacía era de impotencia. Con esa actitud que yo tenía la gente me tenía miedo y una cosa es que la gente te tenga respeto y otra que te tenga miedo. Lidia Suárez me decía: “Yo sé que tienes que tener el pantalón pero ponte la falda de vez en cuando. Tú eres una mujer. Tienes que ser sensible, compasiva, comprensiva”.
Lisa permaneció como capitana los tres años asignados. De su gestión en Maurak dice que “se afincó” en la participación indígena en todo el territorio, paralizó tres obras -aeropuerto, aduana y subestación de combustible- porque no se había respetado el proceso de consulta previa, libre e informada, y sacó a los foráneos con violencia.
Entre 2002 y 2005 había mujeres indígenas liderando en las comunidades de San Antonio, San Rafael de Kamoirán, San Ignacio de Yuruaní y Kamarata. En 2021, de las 28 comunidades indígenas que conforman el sector 6 del pueblo pemon, hay seis capitanas. Lisa repite por segunda vez en Maurak.
Cuando a Lisa se le pregunta si el machismo también se replica dentro de las familias indígenas, su respuesta hace un giro hacia el significado de la mujer en estas culturas. Entonces cuenta que la mujer es sagrada, la que manda, y que los hombres son los voceros de sus decisiones. Sin embargo, es evidente que las mujeres indígenas deben sortear otro tipo de escollos en sus roles de liderazgo.
—Es difícil porque la familia es lo primero para nosotras, porque yo no tengo esposo, pero mi padre, mi mamá, mis hermanos son muy importantes para mí y yo he dejado de ir a reuniones por ellos. Yo conozco a mujeres que han renunciado porque el esposo le dijo. La mujer siempre va a doblegar por su familia, mientras que el hombre no, porque la mujer está comprometida con su familia, si ella no piensa el hogar se desintegra, mientras que si el hombre se va no importa, algo así.
El apoyo de parte del círculo familiar para mantenerse en cargos de liderazgos es una característica que Lisa documentó en la historia de vida de Emilia Castro, como parte de su investigación para el Diplomado para el Fortalecimiento del Liderazgo de la Mujer Indígena en 2010.
Emilia Castro fue la primera mujer indígena que ocupó el cargo de capitana en 1983, en la comunidad indígena de San Rafael de Kamoirán del sector 5, Kavanayén, del pueblo pemon. Esta maestra de profesión ascendió como capitana general (coordinando a varios capitanes) manteniéndose en el cargo diez años, desde 1988 a 1998. Más adelante fue la primera mujer en ganar unas elecciones de concejales llegando a ser la primera en ocupar un cargo político en el municipio Gran Sabana. Una trayectoria excepcional entre las mujeres del pueblo pemon.
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A Lisa también la operaron de la vesícula. Fue a fines de 2008, siete años antes de la operación de vesícula de su padre, cuando ya había dejado de trabajar en la Dirección de Salud Indígena del Ministerio del Poder Popular para la Salud, desde donde impulsó el Servicio de Atención y Orientación al Indígena (SAOI), que se instaló en los principales centros de salud de los estados venezolanos con población indígena.
El ritmo de trabajo era fuerte y Lisa vivía tan apasionada con todo lo que estaba aprendiendo y aportando que comenzó a descuidar su alimentación y las horas de descanso. Para cuando dejó el cargo en 2007, tras los ataques políticos que recibió por haber pedido la colaboración a médicos adventistas estadounidenses ante la incapacidad del gobierno de atender a los indígenas, ya su salud había menguado. Los órganos internos de Lisa estaban colapsados y le diagnosticaron una pancreatitis aguda.
—El médico me dijo que mi vesícula era como la de una mujer de noventa años. Adentro tenía una sola piedra que creció tan grande que bueno… Estuve catorce días entubada, con una sonda para orinar, me estaban drenando, me perforaron el lado izquierdo de mi estómago. Catorce días sin poder comer ni tomar agua.
Cuando la hospitalizaron en el Hospital Ruiz y Páez de Ciudad Bolívar, una de sus amigas, Carmen Díaz, que era la trabajadora social de Salud Indígena en ese lugar, y sus dos hermanas se encargaron de cuidarla. Para no preocupar a la familia de Lisa solo les dijo que estaba enferma y necesitaba cumplir un tratamiento. Guardó para sí lo más alarmante: que estaba al borde de la muerte.
A Lisa también la cuidaron algunos de sus amigos que han sido o fueron capitanes en sus comunidades: Ricardo Delgado, Juvencio Gómez, José Luis Galetti y Pedro Luis González.
Hay una foto de sus amigos alrededor de la cama mientras ella duerme atravesada de tubos y vías. Aquel día estuvieron dos horas contando las historias de Lisa. Fuera del encuadre se presiente el doctor llegando, preguntándoles por qué hay tanta gente en la habitación, uno de ellos le responde que están hablando de su amiga que es una guerrera.
El día de la operación viajó toda su familia y algunos amigos para acompañarla.
—¡Ese hospital estaba bueno pues! Parecía que fuera un personaje de qué se yo. Me acuerdo que después de la operación tenía que esperar cuatro horas para caminar pero lo hice en dos, caminé rápido.
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—¿Necesitas ayuda?
—Una silla de ruedas nueva, más bien ésta ha aguantado mucho— responde Lisa.
Me acerco y la ayudo a levantarla. Lisa viste una braguita negra de algodón, un poco holgada, que tiene algunos huequitos por el desgaste. El hermano y ella han bañado a su papá. A Lloyd le cuelgan los pies de la silla de ruedas y va tapado en su parte baja con una toalla. Mientras tanto, una sobrina que los ayuda a preparar el almuerzo recibe las instrucciones que Lisa suelta en inglés. En la casa corre el hervor del tumá, una sopa tradicional del pueblo pemon. Al frente se detiene una camioneta azul. Tías, sobrinas, hermanos como brotes asomados por las ventanas y puertas de la casa de los Henrito Percy, atentos de quién es, de quién se baja. Transcurren unos minutos y el vehículo recobra la marcha. Por esta vez no hay peligro. Pero todos los días es lo mismo, una sordomuda que viene a pedir una colaboración, un ladrón que deambula dentro de los linderos, un ruido en el monte, un conductor borracho que enciende su fiesta en la vereda; todos podrían ser cualquier persona o algo más, y como ninguno sabe, mejor estar preparados.
En 2019, Lisa aplicó al Shelter City, una iniciativa de justicia y paz de los Países Bajos para proteger a los defensores de los derechos humanos, en la que pueden optar por una estancia de tres meses para tomar un respiro, pero cuando comenzaron a preguntarle si había estado presa se molestó.
—Pareciera que tienen que matar a los líderes como en Colombia para que les paren. La chica me dijo que escribiera en enero de 2020, yo le dije que ya estaba sanando. Ellos no entienden, los líderes sufrimos psicológicamente y económicamente. Cuando un periodista me pide que investigue tal cosa yo me pregunto, ¿cómo me traslado?, ¿en qué carro? Ojalá tuviera mi propia laptop, cámara, grabadora y otros implementos para optimizar este trabajo pero bueno…
La defensora no fue admitida en el Shelter City, pero en julio de 2019 viajó a Ginebra invitada por Amnistía Internacional para participar en un foro. Lisa durmió 12 horas. Era la primera vez desde febrero de 2019 que reposaba. Lejos, en aquel continente, fue recuperando el sueño.
Su insomnio comenzó en diciembre de 2018 con la masacre de Canaima perpetrada por la Dirección de Contrainteligencia Militar (DGCIM) en el sector 2 del pueblo pemon, muy cerca del Körepakupai Wena Vena (Salto Ángel). Dentro del Parque Nacional Canaima, fue asesinado Charly Peñaloza y heridos varios indígenas pemon.
Luego siguieron las masacres de Kumarakapay, sector 5, y Santa Elena de Uairén, sector 6, en febrero de 2019, ejecutada por militares en el marco del ingreso de la Ayuda Humanitaria liderada por la oposición. El resultado fueron 8 muertos (4 indígenas), 57 heridos de bala, 65 presos y 960 de migrantes forzados pemon que huyeron de la represión y las balas a territorio brasilero, entre ellos estaba el alcalde pemon de Gran Sabana, Ricardo Delgado, quien murió en el exilio por la covid-19 en diciembre de 2020.
Una semana después de la última masacre, Lisa se encerró en el baño y comenzó a llorar. No podía parar. Estaba desbordada por la represión del gobierno venezolano y la traición de algunos capitanes indígenas, el Concejo de Caciques Generales del Pueblo Pemon estaba prácticamente dividido. A Darcy Sánchez, capitana de la comunidad de Manak Krü, en el sector 6, le pasó lo mismo. Se encerró varios meses en su casa, no quería salir.
Con este ataque militar se perdió gran parte del control territorial que había logrado el pueblo pemon desde septiembre de 2016, cuando los indígenas declararon el municipio Gran Sabana, Jurisdicción Especial Indígena y una comisión de seguridad indígena ocupó las instalaciones de la policía estatal, tras el asesinato de una familia de ascendencia árabe en el que estuvo involucrada la misma policía en conjunto con otros grupos delictivos.
Una de las últimas matanzas fue perpetrada en Ikabarú, sector 7, en noviembre de 2019, en la que fueron asesinadas ocho personas con armas de fuego, incluyendo un sargento de la Guardia Nacional Bolivariana, un indígena pemón y un adolescente.
Ante estas amenazas, cobra gran relevancia el Acuerdo de Escazú, un pacto internacional que garantiza derechos en materia ambiental como el acceso a la información pública, la participación de la ciudadanía en la formulación de políticas y toma de decisiones, y aplicación de la justicia que implica la protección de los defensores del medio ambiente. Es el primer tratado ambiental regional de América Latina y el Caribe.
El Acuerdo entró en vigor el 22 de abril de 2021. Sin embargo, Venezuela no forma parte de los originales 24 Estados firmantes ni de los 12 que lo ratifican, a pesar de ser unos de los países en la Amazonía con más biodiversidad del mundo y que 60 % de su territorio está conformado por áreas bajo régimen de protección especial (Abraes), dentro de las cuales 40 % son parques nacionales.
—Ya me salieron todas las culebrias en el cuerpo— las “culebrias” son herpes y burbujitas de agua muy dolorosas que le salen a Lisa en espalda, brazos y cejas, cuando está en situaciones de mucho estrés— Pero aquí estamos, seguiremos denunciando todo.
Lisa hace silencio. Tiene los ojos rojos y llenos de lágrimas. Es como si los mawarí, esos seres fabulosos que viven en los cerros, piedras y selvas, se estuviesen presentando en forma de nubarrones sobre la cima de un tepuy, y todo lo que me está contando ya no lo pudiera ver. Pronto limpia su rostro, se levanta y camina hacia la cocina para hornear el pan.
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La persecución se intensificó tras el ataque militar de febrero de 2019. Alicia Moncada preparó todo para sacar a Lisa del país pero dos días antes del viaje ella le escribió: “Nunca voy a huir hermana. Ya saqué a los más vulnerables de mi familia. Mi mamá y mis hermanos están resteados conmigo. Soy una defensora de nuestro territorio y de los derechos de nuestro pueblo, revolucionaria por nacimiento y guerrera por convicción. Yo no voy a huir. Si de verdad quieren mi cabeza, que me vengan a buscar acá, que ellos saben dónde vivo”.
—Imagínate cómo tú rescatas a una defensora o defensor que viene de esa lógica, primero que me torturen y me maten, pero yo de aquí no me voy. Yo creo que uno de los trabajos más complejos, precisamente, es acompañar a defensores indígenas— señala Alicia que es originaria del pueblo indígena wayúu y conoce de cerca estas historias.
—¿Por qué crees que ocurre esto?
—El héroe es sacrificial y es un servicio desde la capacidad guerrera, de yo demuestro a mi comunidad lo fuerte que soy. La vulnerabilidad es vista como una falencia, como algo que no puede ocurrirnos a nosotras, porque yo tengo que estar fuerte, y esta actitud guerrera, marcial, confrontativa, dependerá de cuán patriarcal es la cultura de donde venga la defensora.
La investigadora en derechos humanos asoma una raíz aún más profunda del árbol de Lisa, presente en las historias ancestrales que las defensoras escuchan desde que son niñas. En estas el principio activo -lo masculino- se encuentra asociado al movimiento y al cambio (el aire, el sol, el fuego); mientras que lo pasivo –lo femenino- es lo que permanece y nutre (la tierra, el mar, la montaña, los ríos).
—Las defensoras indígenas tienen ese malestar, si yo no me identifico con el principio pasivo, quién soy entonces, yo no quiero estar allí, pero cuando voy al principio activo los hombres me van a decir este no es tu lugar, y allí es cuando empiezan los conflictos grandes de las lideresas con los líderes. Entonces tienes dos opciones: o lo aceptas o te revelas ante eso— explica Alicia que también es investigadora en la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho.
Otro elemento fundamental que va forjando este carácter estoico de las defensoras indígenas son las distintas hostilidades que se enfrentan en los territorios: el modelo extractivista que se ha extendido por toda la región de América Latina; las necesidades básicas insatisfechas; la propia naturaleza, cuando son comunidades que dependen exclusivamente de la economía del autosustento.
Las violencias históricas y opresivas existen tanto para mi primer territorio cuerpo, como para mi territorio histórico, la tierra. Si las aguas están contaminadas por mercurio tendrán repercusiones en la salud de las mujeres y en el nacimiento de sus hijos. Si la minería de oro convierte a los territorios en economías de enclave se elevarán los costos de los alimentos, el combustible, las medicinas. Es así como las mujeres dicen “no concibo este cuerpo de mujer sin un espacio en la tierra que dignifique mi existencia y promueva mi vida en plenitud”.
También está la hostilidad del escrutinio diario de los propios indígenas.
Una vez, en una asamblea comunitaria, a Lisa la llamaron Amapaise, que en pemon significa la nuera de mi mamá, luego un capitán pemon le dijo que se acordara que antes de casarse tenía que consultar con ellos para aprobar con quien lo hacía. La defensora lo tomó como un chiste, pero era evidente el control de la comunidad en un espacio tan íntimo como lo es elegir una pareja, una situación que se hace más fuerte en defensoras con orientaciones sexuales e identidades de género diversas.
Cuando le pregunto si la sexualidad y el placer son una prioridad para las defensoras responde: “¿Entre Eva y María quien crees tú que voy a ser? Yo le doy la manzana a todo el mundo” y se ríe pícara mientras agrega: “¿Quién ha visto un pez tomando agua?”.
Ella no se cohíbe, pero todo lo anterior la impacta profundamente, porque siente que muchas personas la ven como un ejemplo y no quiere decepcionarlos: “Imagínate si yo hubiese salido embarazada, yo sé que muchas personas caen porque siempre me han dicho ‘tú me inspiraste’, y esas son las cosas que tal vez no se comprenden en el mundo no indígena, para nosotros es muy importante la autoridad moral”, explica Lisa.
En las respuestas de Alicia Moncada y Lisa Henrito podría estar la explicación de por qué casi nunca se mencionan el autocuidado, la sexualidad, el placer, y las enfermedades, tanto físicas como psicológicas, que afectan a las mujeres defensoras de la tierra, el territorio y el medio ambiente. No se quiere empañar el activismo heroico, fomentar la “victimización”, visibilizar los sufrimientos, el sacrificio de la vida privada, ni mucho menos contactar con la vulnerabilidad –que puede contener riesgos reales de muerte en estos territorios-.
Pero no solo se trata de una cuestión de capacidades, sino bajo qué condiciones la defensoras se mantienen en los roles de liderazgo, y en este caso las mujeres indígenas no solo defienden sus territorios, sino que son las cuidadoras y reproductoras de la vida comunitaria, además son las encargadas de transmitir el conocimiento tradicional y las cosmovisión de sus pueblos. Con semejante rol no debería ser extraño preguntarse quién cuida a las que cuidan y por qué se convierten en las últimas de la fila de sus propios derechos, mientras están cuidando y defendiendo con una entrega absoluta a su comunidad y la naturaleza.
El autocuidado y el cuidado lo necesitan todos los seres humanos, y no tendría que realizarse solo cuando está en peligro la integridad física y mental de la defensora o el defensor. Al enaltecer solo la valentía, sin tomar en cuenta la necesidad de ser educados en el autocuidado, fomentamos lógicas de martirologio.
—¿Existen espacios de autocuidado para las mujeres indígenas en las comunidades?
—Los cuidados que se dan entre ellas serían solidaridades, pero no hay espacios de autocuidado desde lo tradicional para las mujeres indígenas en las comunidades—Alicia revela una de las heridas del árbol.
—¿Y cuándo los has visto?
—Cuando viajan a eventos afuera y se conectan con otra gente ocurre una misteriosa transformación. De la mujer incólume de la comunidad te encuentras con risas y compartires. Caminan abrazadas del brazo disfrutando la vida. Creo que ese es un espacio de autocuidado, cuando tú las sacas de esa hostilidad del contexto y del mandato de cómo ser mujer, madre, lideresa en las comunidades indígenas. Ellas hablan de los problemas de su pueblo en los espacios destinados para esto, pero cuando están fuera del conversatorio lo que quieren es vivir. El autocuidado más preciado por estas mujeres es el autocuidado donde ellas tienen un tiempo para sí. Desarrollas tu individualidad pero estás en comunión con los otros.
9
La resina es la lágrima del árbol.
El padre de Lisa murió el 10 de junio de 2020, el mismo día en que ella cumplía 47 años. Toda su familia había enfermado con una gripe muy fuerte y solo ellos dos faltaban por recuperarse. No supieron si fue la covid-19, pero en varias comunidades indígenas de Gran Sabana se habían detectado casos positivos entre indígenas pemon. El oscurantismo en las cifras y la falta de un protocolo para la prevención, contención de la infección y control de la enfermedad covid-19 para pueblos y comunidades indígenas fueron las políticas públicas del gobierno venezolano.
Treinta y siete días después de la muerte de su padre, Lisa salió de la casa arrastrando su duelo y las secuelas de la enfermedad. El detonante fueron unos militares que entraron al conuco de sus vecinos para quitarles un tambor de combustible que posteriormente revendieron.
A partir de esa situación, la defensora se ocultaba en el monte para investigar lo que ocurría en las trochas, caminos irregulares entre la frontera de Brasil y Venezuela que permanece cerrada por la pandemia. Nunca pudo grabar nada, pero si vio el tráfico de personas, artículos de minería, licor, combustible, medicamentos, armas, dólares y reais brasileros para comprar oro, todo dirigido por los militares venezolanos.
Como capitana, Lisa ha tenido que aprender que no solo se trata de defender el territorio geográfico sino su propio cuerpo como territorio. Una reflexión a la que algunas defensoras han llegado luego de haber tocado la vulnerabilidad personal y colectiva.
Aun así Lisa sigue trabajando mucho, sufre fuertes dolores de cabeza cada tanto e incluso los sábados atiende las emergencias que se presentan entre su gente. Los recursos económicos también siguen siendo limitados y la defensora siempre se lamenta por no tener un celular en buen estado para comunicarse o dinero para trasladar a su madre a Boa Vista para operarla del glaucoma en sus ojos. Es la vida oculta de las defensoras de la tierra que trabajan prácticamente a pura voluntad.
—Yo siempre digo que aquí lo que nos va a salvar es el pensamiento comunitario. Como indígenas nunca debemos perder nuestro pensamiento colectivo. Lo que tenemos que fortalecer son las bases de comunidades indígenas— dice Lisa como un tarén para curar los males mientras viva.
Nota:
-Esta crónica es parte del proyecto “Defensoras del territorio” de Climate Tracker y FES Transformación. Aquí se presenta una versión resumida, para leer el trabajo completo: https://revistasic.org/los-anillos-del-arbol-de-lisa/
*Periodista dedicada a la cobertura de asuntos indígenas, justicia socioambiental y ecología. Pertenece al equipo de investigación de la Fundación Centro Gumilla.
Este reportaje fue publicado originalmente en Revista SIC el 18 de septiembre de 2021, como parte del proyecto “Defensoras del territorio” de Climate Tracker y FES Transformación.