El cambio climático golpea cada vez más los campos de maíz salvadoreños. Sequías más prolongadas, lluvias irregulares, tormentas inesperadas y plagas han vuelto cada cosecha más incierta y difícil de planificar.
Sonia Gutiérrez, una agricultora del distrito de San Isidro, ubicado en el occidente del país, asegura que las afectaciones en el cultivo del maíz son cada vez más evidentes. “El Cambio climático es un desafío grandísimo que tenemos nosotros. Antes sabíamos que mayo era mayo y octubre era octubre. Hoy ya no sabemos cuándo sembrar”.
Los campesinos y campesinas recuerdan cuando los ciclos de siembra y cosecha eran predecibles, a diferencia de ahora cuando el clima cambia sin aviso.
Caín Avelar, un vecino de parcela de Sonia, confirma la incertidumbre. Sus plantas se secaron sin explicación y un huracán arrasó con sus milpas. A pocos kilómetros de ahí, Israel Quezada también perdió una manzana de terreno bajo lluvias torrenciales: “Ahora si sembramos, no sabemos si vamos a cosechar”.
La mayoría de agricultores salvadoreños siembra semillas de maíz híbridas, pues buscan mayor rendimiento en la producción. Estas semillas, generalmente importadas, son el resultado del cruce controlado de variedades distintas para obtener plantas más productivas. Son semillas que dan mazorcas robustas, más pesadas y con más granos.
Y aunque las semillas híbridas parecen ser una opción más rentable cuando se piensa en la venta, tienen varias desventajas, como su fragilidad ante los cambios en los patrones climáticos.
“Algunos de los impactos del cambio climático en el maíz son, por ejemplo, el marchitamiento debido a la sequía, también hemos visto cómo se ha incrementado el ataque de plagas y de enfermedades, el bajo desarrollo, también el estrés térmico por las altas temperaturas”, comenta Walter Gómez, del Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada, CESTA.
Según la Asociación Campo, en el ciclo 2024-2025 se esperaba producir 11,5 millones de quintales de maíz, pero se perdieron más de 523 mil, dejando un déficit de 7,8 millones frente a la demanda nacional.
Por otro lado, según el informe de 2022, del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), se proyecta que hacia el año 2050, el rendimiento del maíz podría disminuir entre un 4 % y un 21 % en Centroamérica, como consecuencia del cambio climático.
El maíz es esencial para los salvadoreños, pues muchos platillos de su gastronomía son recetas basadas en el maíz, como los atoles, los tamales, las tortillas y las tradicionales pupusas.
Pero hoy en día, muchas familias enfrentan pérdidas de hasta la mitad de la cosecha y esto es un riesgo directo para su alimentación y la seguridad de sus comunidades.
Identidad
Pero el impacto no solo se mide en números. Más allá de la cosecha, el maíz es identidad y espiritualidad. Daniel Morales, permacultor del Santuario de Semillas de Suchitoto, recuerda el relato del Popol Vuh: “los pueblos originarios fueron creados de los cuatro colores del maíz: amarillo, negro, blanco y rojo. Nuestra historia y nuestra carne están hechas de maíz”, afirma.
Pero esos colores de maíz son los que pintan las semillas nativas, mismas que se cultivan cada vez menos, porque han sido desplazadas por las semillas híbridas o que algunos llaman semillas mejoradas.
El gobierno entrega paquetes agrícolas con estas semillas cada año a los campesinos; esas mismas cuyas plantas son menos resistentes al clima, pero que generan más volumen de cosecha.
Y uno de los motivos para entregar semillas nativas parece simple: “la producción es bastante grande, el doble o el triple quizás de la que fuera la criolla”, dice Daniel.
El Salvador el país más pequeño de Centroamérica, por lo que el volumen de producción de maíz es un factor importante cuando se dispone pocas tierras para su cultivo.
Santos Zetino, un agricultor de la comunidad indígena de San Antonio del Monte, lamenta que las semillas híbridas se impongan sobre las criollas. “Nosotros, dentro de la población indígena, no tenemos la tierra adecuada… o nuestras tierras fueron robadas para poder cultivar en mayoría nuestras semillas nativas”.
Walter Gómez agrega que “hay un interés por el control de las semillas y también de todo el paquete agroquímico que está vinculado a ello. Ahora se mira más lo económico, lo productivo, el rendimiento y se ha ido dejando esa parte espiritual también que era muy importante”.
Para esta producción se solicitó una entrevista con el Ministerio de Agricultura y Ganadería de El Salvador para conocer datos oficiales y estrategias de país, pero no hubo respuesta.
Alternativas de solución
Frente a estos desafíos, comunidades de campesinos y campesinas han encontrado una respuesta en las semillas ancestrales; en el corazón de su tradición.
Daniel, junto a otros permacultores y permacultoras de Suchitoto, sostienen desde hace unos años, un Santuario de Semillas comunitario, que resguarda más de 50 variedades de semillas criollas, incluyendo maíz.
Estas semillas, transmitidas y preservadas por generaciones, resisten mejor la sequía, las lluvias extremas y las plagas. Lucía Casco, una usuaria del santuario, lo confirma: “La semilla criollita es más fuerte, incluso en tierras gastadas por tanto químico”.
La ciencia respalda esta resiliencia. Investigaciones de la Universidad de Costa Rica han demostrado que el maíz centroamericano repara mejor su ADN frente a radiación extrema, un rasgo único en el mundo.
“Después de haberlo irradiado, lo llevamos de hecho a 100 grays, que es 10 veces Chernóbil, y este maíz crece bien y el resto del maíz queda muy lastimado. El maíz de América Central, por haber sido domesticado en una zona de mucha irradiancia, de radiación ultravioleta PE, ya fue seleccionado para tolerar este tipo estrés. Entonces nosotros pensamos que es importante salvaguardar los maíces autóctonos, justamente, por esa capacidad que tienen de tolerar el daño en su ADN”, asegura el Dr. Pablo Bolaños, líder de esta investigación.
Un acto de resistencia
Cada vez más campesinos y campesinas consideran que las semillas nativas son una de las alternativas de solución frente al cambio climático.
En El Salvador, no hay un censo sobre cuántos agricultores y agricultoras cultivan semillas nativas, pero, según el CESTA, en los últimos años ha crecido el interés por volver a las variedades autóctonas.
Blanca Monterrosa, una agricultora de la Asociación de Mujeres Comasaguenses, relata que en su comunidad también están creando un banco de semillas. “Año con año, nosotros la clasificamos, le damos un cuidado bien minucioso para que no se nos vaya a picar. Estamos esforzándonos con el grupo de mujeres para obtener esta semilla criolla. Primero Dios, vamos a llenar ese granero y ya el otro año ya tenemos nuestra semilla asegurada”.
Para Sonia Gutiérrez, la solución es clara: “Esta es la respuesta… esta es la respuesta que tenemos ahorita. Nosotros tenemos esos saberes ancestrales que nos ayudan a estos impactos del cambio climático que estamos viviendo ahorita”.
“Nosotros somos los guardianes o fieles preservantes de este legado histórico y cultural… Esto es lo que alimentó a nuestros prueblos y esto es lo que nos va a hacer grandes otra vez”, expresa Daniel.
Para estos guardianes de semillas, volver al origen no es retroceder; es avanzar con fuerza y esperanza frente a desafíos sociales, políticos y ambientales. Aseguran que cada semilla guardada es un acto de resistencia; un compromiso con la tierra y con el futuro.