Darío Atenas, junto con otros pequeños productores, hacen usufructo de los terrenos que bordean el río Maipo, muy cerca de la desembocadura, en la Región de Valparaíso. Este es un paisaje particular para la agricultura, donde el peligro de una crecida del río es sólo uno de los factores de riesgo para las cosechas.
“Este suelo siempre ha sido malo”, asegura Atenas. Y no sólo por su estructura arenosa: la sequía que ha azotado a la zona central de Chile desde hace más de una década, provoca que el agua que trae el río no sea suficiente para contener la acción salina del océano. Si bien este año el caudal se ve más firme, la escasez de nieve en la cordillera es un peligro latente desde hace tiempo.
Ante las dificultades, Atenas junto a otros agricultores se convirtieron en usuarios del Programa de Desarrollo de Acción Local (Prodesal) de San Antonio. Este es un programa organizado por el Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap) y ejecutado a través del municipio, destinado a microproductores que presenten vulnerabilidad multifactorial; baja dotación de recursos productivos y activos, agricultura en ecosistemas frágiles agravados por el cambio climático (especialmente déficit hídrico), ubicaciones remotas o con difícil acceso a bienes y servicios sociales.
La gravedad de la megasequía en la región viene motivando a la institución, desde hace unos años, a buscar alternativas para hacer frente a esta y otras problemáticas asociadas, como la erosión del suelo y la pérdida de fertilidad. En ese contexto, el equipo Prodesal de la municipalidad de San Antonio conoció la agricultura sintrópica en un taller promovido por la Comisión Nacional de Riego (CNR), lo que les generó entusiasmo por lo prometedor de la propuesta; ahorro de agua, regeneración de suelos, aumento de la actividad microbiológica y ahorro en fertilizantes.
La agricultura sintrópica es uno de los métodos que compone el paradigma de la agricultura regenerativa. Esta nació como respuesta al fuerte impacto negativo que tiene la agricultura convencional en el cambio climático y en la biodiversidad; contaminación por agroquímicos, degradación del suelo, pérdida de la actividad biológica y fertilidad del mismo, exceso de carbono en el ambiente y la perturbación del ciclo de agua.
Este sistema se refiere a un tipo de práctica agrícola que busca imitar los patrones naturales de un bosque, para aprovechar al máximo la interacción entre las plantas y el suelo y así lograr una producción diversificada, numerosa y de alto rendimiento. No solo es más amigable con el medio ambiente, sino que algunos estudios incipientes sugieren su efectividad a gran escala, para combatir los efectos del cambio climático a través del secuestro de carbono atmosférico.
En el ciclo productivo se incluyen especies arbóreas, buscando imitar un sistema forestal denso y diverso. La particularidad de este sistema tiene que ver con la forma en que produce su propia energía (de ahí el concepto de “sintropía”), especialmente a través del manejo y poda de los árboles.
En la agricultura sintrópica la salud del suelo se considera clave para el funcionamiento del organismo, por lo que se da particular atención a la actividad subterránea. Al podar partes de la estructura de una especie, ésta se balancea, deshaciéndose de una masa similar de raíces, liberando agua y nutrientes a la tierra. La energía que el árbol expresa al rebrotar después de la poda, bajo la tierra, se traduce en la exudación de hormonas de crecimiento. Estos procesos generan “pulsos de crecimiento”, que influyen en la salud del suelo y en las especies que crecen alrededor. Además, los restos de poda se han de utilizar para cubrir el sustrato cual “mantillo”, que actúa tanto para protegerlo de la evaporación y agentes erosivos, como para nutrirlo con materia orgánica, contribuyendo a la interacción y actividad microbiológica.
Debido a estos manejos a través de la poda, no requiere insumos externos como compost, bokashi o biofertilizantes de cualquier tipo, pues se espera que el sistema los produzca por sí mismo. Dependiendo de los niveles de degradación del suelo, esto puede tomar tiempo (si no se cuenta con él, agregarle un bioinsumo puede ser de ayuda).
La misma lógica se aplica respecto a la regulación de plagas y enfermedades, cuyas apariciones son consideradas una especie de bioindicador de desequilibrios en los ciclos de nutrientes, abogando por la regulación natural. Esta es una de las características que la diferencia de otros modelos agroecológicos, junto con no considerar la participación de animales (lo cual no es excluyente en algunos casos, como aves domésticas).
En la medida que avanza en el tiempo, un suelo degradado se va restaurando y alojando un espacio con especies cada vez más complejas. Esto último es el enfoque “sucesional” que guía los objetivos del modelo sintrópico, cuya eficacia ha podido demostrar el biólogo Ernst Goetsch con sus trabajos en Brasil y el mundo.
Una experiencia sintrópica única
Atenas es nativo de Lo Gallardo, localidad ubicada a pocos kilómetros de San Antonio, y cuenta que antes toda la zona era “una selva”, y las orillas de río estaban cubiertas por el agua. Le gusta la agricultura, aprender e innovar, y a sus conocimientos vernaculares le ha ido sumando lo que aprende con los talleres y aportes de Indap y Prodesal en la zona.
Así fue como llegó a la agricultura sintrópica; decidió probar con una unidad piloto hace tres años en la zona más “mala” del predio, un lugar donde -asegura- no crecía nada. “Era una duna”, dice. El espacio que señala representa el 20 o 25% del total, que hasta ahora estaba perdido. Allí probó con una unidad sintrópica: tres líneas de árboles y arbustos, intercalando los llamados “árboles de servicio” (que generan biomasa y pulsos de crecimiento) como eucalipto, pimiento y mioporo, con frutales como durazno, ciruelo y peral. Los espacios intermedios, amplios, están destinados a las hortalizas cultivadas en consorcios diversos (a modo de milpas). La gran distancia entre las líneas forestales está pensada para que los árboles no sombreen los cultivos anuales, que son el objetivo principal de Atenas.
A lo largo del tiempo de experimentación, Atenas observa y coincide que el mayor beneficio que ha obtenido hasta el momento es el mejoramiento del suelo; prueba de eso fueron las hortalizas que cultivó la temporada pasada, además de la aparición de lombrices y hongos de gran tamaño que se asoman entre medio del mantillo. Lo aparta y escarba, evidenciando al menos unos 15 centímetros de materia orgánica debajo, húmeda. Cuenta que es posible verificar cómo retiene el agua cuando llueve.
El impulso inicial para dar partida a la unidad requirió gran cantidad de materia orgánica. En este caso, con ayuda de los otros agentes involucrados en el proceso, pudieron conseguir ubicarla desde otro lugar y trasladarla. Vale destacar este hecho, pues sin este insumo vital, habría que considerar tiempos mucho más largos para ver resultados con esta técnica.
Dicen que el modelo que se implementó en su terreno es bastante especial. Al menos así lo cree Francisco Fuenzalida, fundador de la consultora y centro de estudios AguaTierra, quien piensa que puede ser único en Chile. Si bien, a grandes rasgos, la ecuación de la “receta” sintrópica es siempre la misma, la especificidad de cada unidad la da el objetivo que tenga cada agricultor. Y Atenas tiene su foco productivo en hortalizas; es ahí donde trabajan el concepto sucesional.
Fuenzalida define la unidad de don Darío como un “sistema de agroforestería sucesional, sintrópico, con foco en huerta. La diferencia está en el manejo; tú generas pulsos de crecimiento en épocas específicas del año para favorecer tus hortalizas. Y eso se hace con podas específicas de ciertos árboles del sistema”. Explicarlo en mayor detalle puede ser complicado, dice. Y si bien la lógica de imitar patrones naturales suena aprehensible, en lo específico se requiere de conocimiento de las especies y sus interacciones, y una estrecha observación del ecosistema que está funcionando, para tener éxito.
Y los resultados se apreciaron, efectivamente, en las hortalizas; se sembraron rabanitos, lechugas, habas, choclo, acelgas. Todas en el mismo espacio, con tiempos de cosecha distintos, y ordenadas en la lógica sucesional; según su altura y requerimiento de luz solar. Lo primero que cosechó fueron los rábanos, poco más de 20 días después. Luego fue el turno de las espinacas, seguidas al mes siguiente por las lechugas. A los 90 días de la siembra salieron los porotos; a los 120 los choclos. Y así, en cuatro meses la huerta nunca dejó de ser productiva, y fue capaz de rendir múltiples cultivos con el mismo riego que hubiese invertido si sólo hubiese plantado maíz.
Para Atenas, la diversidad de hortalizas no le supone ningún problema práctico: “Todo lo contrario, porque vas cosechando más rápido. Porque para las lechugas que tienen allá [señala la chacra de la ribera opuesta], tengo que esperar 40, 50 días para cosechar. Y después hacerle el tratamiento a la tierra, todo de nuevo. Y volver a plantar. Aquí no; aquí yo cosecho una cosa, y esperaré unos diez días más, y voy cosechando la otra”. Reconoce, además, la ventaja de no poner “todos los huevos en la misma canasta”, en caso de plagas u eventualidades.
Además, pudo apreciar el éxito de la unidad, comparándola con una línea de cultivo convencional a modo de testigo, que hizo al lado de la sintrópica. La terminó destruyendo, no sólo porque el rendimiento fue muy pobre, sino por el gasto comparativo de agua; el cultivo sintrópico requería solo un tercio del riego de lo que necesitaba la otra. Para extraer agua, él utiliza una bomba que funciona con combustible fósil.
“El ahorro que va quedando. Y el tiempo. Todo eso hay que mirarlo”, dice. También rescata el ahorro energético en el desmalezamiento; “Allá tengo que limpiar lo que planto; con un azadón, con algo. Limpiar ahí y todo. Acá no; aquí planté, y quedó ahí no más. Un ahorro de todo; de trabajo, de plata”. Lo que sí, no puede cuantificarla aún, en términos monetarios, porque reconoce que todavía falta avanzar en el sistema.
La búsqueda de un nuevo camino
Atenas cuenta que él aceptó la propuesta de incursionar en la agricultura sintrópica “por hacer un experimento”. En ese sentido, Maldonado precisa que en Prodesal perfilaron a los agricultores que podrían estar más dispuestos a probar algo nuevo.
“Los chiquillos son capos. Yo he aprendido mucho de ellos. Sobre todo cuando fuimos al curso en los Manantiales con los brasileños”, cuenta Atenas, refiriéndose a la oportunidad que tuvo de aprender de agricultores sintrópicos con trayectoria en Brasil, instancia promovida por AguaTierra como por otros entusiastas locales del modelo. Es en este país donde se han realizado más investigaciones sobre la eficacia de la técnica.
Tanto Prodesal como el centro de estudios han acompañado todo el proceso de las unidades sintrópicas que se han instalado en San Antonio. Para Maldonado, este acompañamiento ha sido clave en el funcionamiento y éxito de los pilotos. Cuestión que desliza también el agricultor, quien declara que gracias a la ayuda y asesoría de Prodesal y AguaTierra, no ha sufrido dificultades en el camino.
Para Fuenzalida, la brecha de conocimiento es un obstáculo sustancial de la que han tenido que hacerse cargo como consultora. Citando a Goetsch, dice “el insumo más clave, más caro y más importante en la agricultura sintrópica es el conocimiento. Y nosotros tenemos una labor pedagógica fuerte, pero la cosa es lenta igual”.
La labor educativa pendiente es gigantesca: en Chile no existe investigación, y lo que se podría hacer en los programas educativos tanto en las escuelas técnico-agrícolas como en las universidades, es muchísimo. Incluso, huelga capacitar al personal de Indap sobre el método sintrópico, que aún es muy desconocido.
Atenas le recomendaría el sistema a sus pares. “A todos, aunque fuera en un pedacito chiquitito”, subraya, pero asume que algunos son reacios por la ganancia monetaria. “A ellos les gusta lo más fácil, lo más rápido. No importa que gasten plata”, asegura. Incluso calcula que su vecino no recupera nunca su inversión; como un modelo que se mantiene por la inercia irreflexiva de plantar y cosechar, sin reparar en el gasto de trabajo e insumos. Dice que el saco de urea sale $15.000; “cuánto se habrá gastado”, exclama mirando al hombre que maneja un tractor en el predio colindante.
Piensa que para que se abran a experiencias como la suya, tienen que tener “las ganas de aprender” y la paciencia para esperar y ver los resultados.
Fuenzalida espera poder cuantificar la eficacia de la experiencia con Atenas a partir de este año, porque el objetivo productivo no deja de ser importante: “A nosotros no nos interesa solamente que el agricultor sea ecologista, porque eso a él no le sirve”, dice comprendiendo que los campesinos no llevan a cabo el esfuerzo agrícola por diversión o altruismo, “todo lo otro son beneficios añadidos”. Como AguaTierra, buscan generar el mayor impacto posible, y relacionarse con las instituciones es un paso relevante.
El fundador de AguaTierra entiende a la agricultura como “una herramienta de mejora socioeconómica, socioambiental y sociocultural”, y poder accionar a través de programas de Prodesal e Indap es una manera de llegar a las comunidades rurales. Es una apuesta por transformaciones profundas que involucran el uso de la tierra: “Cambios estructurales que tienen que ver con la soberanía alimentaria, con el uso del territorio, con los planes de desarrollo urbano-rurales. Con tratar de cierta manera hackear los sistemas alimentarios y las cadenas alimentarias, de las cuales estamos bien atados muchas veces. Recuperar el agua”.
Regeneración a la vista
La unidad va para el tercer año, y ha tenido contratiempos. El año pasado el cauce del río creció, arrasando con toda la vega que lo bordea. Si bien la unidad no se perdió, significó un gran retroceso. Hoy está nuevamente encaminada, y el éxito del experimento ha motivado al agricultor a proyectar la expansión de la unidad con más líneas sintrópicas, justamente hacia el borde del río, donde el suelo es más arenoso. Para recuperarlo.
El modelo de agricultura sintrópica es como una especie de receta, implementable prácticamente a casi cualquier geografía y extensión de terreno. Hay estudios brasileños que lo plantean, además de las experiencias aplicadas en distintos puntos del globo. Por su parte, Fuenzalida se ha convencido a través de su experiencia con AguaTierra. “Es sólo una cuestión de recursos”, dice. Puede contar experiencias en climas y suelos tan diversos como lo es la geografía chilena; desde Atacama hasta Los Lagos, y refieren también un experimento en Aysén. “El modelo no cambia tanto. En realidad es bastante similar, lo que cambia es la composición de plantas, un poquito el trabajo del suelo”, afirma.
Hay ciertos cultivos en que no se recomienda la receta a rajatabla, como en aquellos intensivos que requieren no tener nada de sombra: frutillas, por ejemplo. En general, en la agricultura sintrópica se presume que después de cuatro años los árboles de mayor altura formen una especie de dosel, que puede condicionar la disponibilidad de luz solar. Esto afectaría principalmente a los cultivos que dependen mucho de ella, que es el caso de muchas de las anuales y solanáceas (papas, tomates, pimientos, ají), fundamentales en la dieta básica local.
Para estos casos, la solución es proyectar un espacio, o un “claro” en el bosque, donde se establezca la huerta. Atenas, en su caso (que más que bosque se perfila como un huerto sintrópico), planea no permitirles demasiada altura a los árboles, además de haber ubicado las líneas forestales a una distancia considerable.
En opinión de los tres participantes de la iniciativa, los obstáculos más grandes que encuentra la agricultura sintrópica en su camino a la popularidad tienen que ver con elementos intangibles. Así como la resistencia del paradigma de los métodos convencionales reside en la costumbre, a vista de alguien no familiarizado una línea sintrópica le puede parecer desordenada. O dar la impresión de que es “inmanejable”, pues la densidad con la que se plantan distintas especies no permite que se utilice maquinaria agrícola convencional.
Por otra parte, su implementación requiere de un aprendizaje intensivo. Maldonado menciona dos casos en que las experiencias no llegaron a buen puerto, con ese factor común. En uno de ellos, el usuario falleció y nadie más se hizo cargo. En el otro, el destinatario fue una escuela técnico agrícola, cuyas dinámicas de funcionamiento no permitieron la fluidez de las visitas de los consultores ni los funcionarios, que no pudieron orientar cómo realizar las podas. En el primer verano de la unidad, la comunidad salió de vacaciones y nadie regó.
Además, la agricultura sintrópica considera un elemento polémico: la relevancia del uso de los llamados “árboles de servicio”, que se usan para provocar pulsos de crecimiento y generar biomasa. Y los idóneos para este fin son los eucaliptos, por su rápido crecimiento y adaptación a suelos degradados, que son los que busca restablecer la sintropía.
Con mala fama por los efectos ambientales que tiene el monocultivo de esta especie, también desde corrientes conservacionistas generan rechazo, al ser foránea y de fácil propagación. Contiene una resina llamada “eucalyptol”, que en el fondo se refiere a un conjunto de bioquímicos que impactan en la salud del suelo y el crecimiento de sotobosque. Por otra parte, estos efectos -ampliamente aceptados y observados por las comunidades afectadas por su siembra intensiva- han sido también fruto de revisión. Un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) concluye que, para evaluar beneficios y perjuicios respecto a la plantación de eucaliptos, se debe evaluar cada caso y objetivo específico, y no dar respuestas universales y categóricas.
Vale decir que en el caso de la agricultura sintrópica, no se considera ni se recomienda la plantación del eucalipto de forma exclusiva ni intensiva. La diversidad de las especies que componen una unidad sintrópica debe verse siempre garantizada para asegurar un éxito.
Atenas comprende la función temporal del árbol, y que debe mantenerlo controlado. “Supe que podando el eucalipto, la raíz bota hormonas y van llegando a las mismas plantas que están en la cinta. Por eso es que uno no ocupa fertilizante ni ocupa nada”, explica. Compara, además, las ventajas de esa autonomía, con las hortalizas que cosechan al otro lado del río para la venta a una cadena de supermercados en Santiago, acusando que todos los días les arrojan agroquímicos. Cosa que él no necesita, obteniendo cultivos orgánicos.
Además de las posibilidades que le ha entregado la experimentación con el modelo sintrópico de regenerar suelo y recuperar terreno para cultivar, don Darío se siente muy satisfecho de haber adquirido un conocimiento que se había perdido, pero de la cual conserva su lógica. “Esto no es de ahora. Esto es de muchos años atrás, que se hacía. Y se perdió. Y ahora estamos volviendo. Lo único malo es que llegamos a esto cuando yo ya estoy viejo ya”, lamenta.
“Yo hubiera estado más joven, aquí tendríamos experimentado. Y poder dar el ejemplo a los demás. Porque los demás, si ven algo bueno, se van a meter”, subraya el agricultor. Es una idea que comparte Maldonado y Fuenzalida, y lo que los motiva a seguir abriendo el surco para que la agricultura regenerativa constituya una esperanza de fertilidad en el horizonte del campesinado chileno.