De fósil a fósil: la contradicciones de la transición energética chilena en la reconversión de Mejillones

En una pequeña comuna costera, ubicada 1.400 kilómetros al norte de Santiago de Chile, se condensan todas las complejidades que supone dejar atrás los combustibles fósiles: la salud deteriorada de una población expuesta durante décadas a contaminantes, la falta de medidas de remediación que les dé certezas y un cuestionado paso de carbón a gas que ralentiza el salto hacia las energías limpias.

Después de recorrer toda la vía costera que bordea Mejillones, una breve ruta de dos kilómetros que orilla a esta pequeña comuna de tan solo 13.000 habitantes en la zona norte del litoral chileno, aparece el hito que marca el comienzo de sus lotes industriales: un cementerio de barcos. 

Como evocación de un frenético pasado pesquero que tuvo su auge a fines de los años 90, cerca de 20 naves permanecen varadas en fila, con sus cascos sometidos al óxido marino y sus torres y grúas colonizadas por aves de este litoral desértico. 

Se trata de una imagen imponente, pues los esqueletos de estas embarcaciones están en altura, con la proa de su primera hilera mirando hacia la calle, orgullosos, como diciendo “esto fuimos”. 

Foto: Sebastián Silva

Pero se trata también de una postal de transición, donde inmediatamente después el panorama se lo toma un extenso parque industrial de más de 11 kilómetros, con camiones, enormes y rezumantes estructuras de fierro, altas chimeneas activas y puertos laboriosos, como diciendo “esto somos”. 

El abanico productivo de estas instalaciones es amplio: una planta de explosivos, numerosas industrias químicas, cementeras, actividades portuarias y de generación eléctrica a partir de gas natural y carbón conforman cerca de 45 empresas.

Con el paso de los años, este polo se transformó en el centro de gravedad de la economía mejillonina, historia que no puede entenderse sin observar la huella que las centrales a carbón y gas han dejado en la salud tanto de su población como de su lecho marino. 

Cómo el carbón finiquitó la idea de un “puerto limpio”

A diferencia de Tocopilla, según se difundió a fines del siglo pasado, el de Mejillones debía ser un puerto “limpio” y, al contrario de Antofagasta, debía ser “abierto”, sin una densa ciudad que rodeara sus instalaciones, con capacidad de generación eléctrica basada en gas en lugar de carbón. 

Sin embargo, con la suspensión del envío de gas argentino por la crisis de 2004, la idea original cambió: en lugar de Argentina, el gas se empezó a importar por mar desde Estados Unidos, pero en mayor medida y para compensar su ausencia, Mejillones empezó a quemar coque de petróleo (petcoke) y carbón.

De acuerdo a un ensayo publicado por el Centro de Investigación y Documentación en las Américas (CREDA, por sus siglas en francés), patrocinado por la Universidad de La Sorbona, la dependencia de estos combustibles fósiles llegó a tal punto que en 2020, si bien se embarcaron desde el puerto 1,3 toneladas de cobre para su exportación, fueron importadas 8 millones de toneladas de carbón para las centrales, según el complejo portuario (esto es, por cada buque con carga cuprífera que salía, entraban seis con carga carbonífera).

Chimeneas. Foto: Sebastián Silva

Y como en todos los lugares del mundo donde la generación energética está supeditada a los combustibles fósiles (especialmente petróleo, carbón y gas, responsables de casi el 80% de todas las emisiones de dióxido de carbono desde la revolución industrial) una vasta proporción de los perjuicios que ocasiona se los lleva la población local.

“Hay evidencia científica médica suficiente sobre los efectos que este tipo de contaminación tiene en la salud humana, siendo los más vulnerables los niños y las mujeres embarazadas”, dijo a Climate Tracker la médica pediatra y miembro del Departamento de Medio Ambiente del Colegio Médico, Dra. Pamela Schellman. 

“Se ha documentado mayor riesgo de enfermedades cardio y cerebrovasculares y algunos tipos de cánceres en poblaciones que viven en zonas donde existen termoeléctricas a carbón y contaminación con metales pesados”, subrayó la especialista. 

Mejillones es el rincón de Chile con mayor número de termoeléctricas a carbón, siendo una de sus nueve plantas la unidad de generación más grande del país: Infraestructura Energética Mejillones (IEM), que consta de dos unidades de 375 MW de potencia instalada.

Si bien especialistas reconocen que el plan de descarbonización chileno ha sido más acelerado de lo esperado, considerando que en su versión original se buscaba cerrar ocho centrales a 2025 y actualmente la meta se acerca a las 20, el diseño tiene contradicciones. Algunas de ellas expresadas en Mejillones. 

“Es una comuna que vemos con preocupación puesto que es donde más centrales termoeléctricas a carbón se concentran en el país, con nueve aún operando, varias de ellas con fechas de cierre definidas o planes de reconversión”, dijo a Climate Tracker el investigador de Chile Sustentable, Gonzalo Melej. 

Las plantas y sus plazos

Repartidas por el kilométrico parque industrial de la costa, que comparte salida al Pacífico con pescadores artesanales locales y experimentados buzos que viven de lo que da la bahía, varias plantas termoeléctricas esperan su inminente cierre. 

Las unidades Angamos 1 y 2, propiedad de la empresa AES Andes, tienen previsto cesar sus operaciones el 1 de enero de 2025, decisión anunciada en julio de 2021; por su parte, las plantas de Mejillones 1 y 2, de Engie, deberían desconectarse el 31 de diciembre de 2025. 

Del total de termoeléctricas instaladas en el abrigo de Mejillones, dos permanecen sin fecha de cierre: Cochrane 1 y 2, ambas propiedad de la empresa AES Andes, que suman 550 MW en capacidad de generación eléctrica y podrían extender sus operaciones a 2040, el año límite del Acuerdo de Descarbonización. 

Días antes de que el expresidente chileno Sebastián Piñera anunciara la primera versión de plan de descarbonización, la firma francesa Engie inauguró la termoeléctrica IEM, por lo que, pese al retiro de las unidades en Tocopilla, el país tuvo mayor capacidad de generación a carbón, según constató este medio. 

Foto: Sebastián Silva

En marzo de este año, la Comisión Nacional de Energía visó la desconexión de la IEM a partir del 31 de diciembre de 2025, para su posterior reconexión a partir del 1 de julio de 2026, esta vez reconvertida a gas natural.

Por otro lado, la Central Termoeléctrica Andina (CTA) y Central Termoeléctrica Hornitos (CTH), también de la francesa Engie, dejarían a partir del 1 de enero de 2026 de producir energía en base a carbón para pasar a operar con biomasa, proyecto que fue aprobado por la autoridad ambiental chilena en 2022. 

“Tenemos preocupación porque hay una ausencia de remediación ambiental al momento de cerrar una central. Los cierres empiezan el próximo año y necesitamos desde ya planes que expliquen en detalle qué va a pasar, por ejemplo, con la infraestructura”, comentó Melej. 

A la falta de planes de retiro y una política definida que se haga cargo de los pasivos ambientales, se suma el factor de reconversión, que viene de la mano con otro tipo de consecuencias. 

“Nosotros calculamos que, en el caso de la reconversión a biomasa, se necesitan 100.000 hectáreas de eucalipto para producir pellet, por lo que incluso se tendría que importar”, detalló Melej, quien además subrayó que Chile no tiene condiciones técnicas para superar el gas natural al menos hasta fines de la década.

“Esto depende sobre todo del avance en tecnologías de almacenamiento y transmisión, porque ya tenemos problemas de vertimiento de energías renovables. Desde el punto de vista de seguridad del suministro, por lo menos para superar las centrales de carbón, estaríamos cerca recién en 2026, y para superar el gas natural cerca de 2030”, puntualizó Melej, aunque recalcó que la reconversión “es una señal de alerta que puede pasar a aumentar el parque fósil”. 

Un camino más largo para una meta urgente

Lo dicen múltiples informes de organismos internacionales, incluyendo el esfuerzo internacional del Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente  (PNUMA): “Más limpio probablemente no sea la mejor palabra para describir el gas natural”, dijo el Jefe de la Subdivisión de Energía y Clima del PNUMA, Mark Radka.

Pero no es solo que las emisiones de metano de las operaciones de petróleo y gas son mucho más elevadas de lo pensado en un principio, sino que, además, pasar de un combustible fósil a otro resulta más caro y ralentiza el tránsito hacia las energías más limpias. 

“La urgencia climática requiere que pasemos directamente a renovables, es una realidad. Pasar al gas primero lo va a ralentizar. No vas a acelerar la transición energética después de invertir tanto dinero”, comentó a Climate Tracker la ingeniera mecánica y candidata a doctora por la Justus-Liebig-Universität Giessen, Nadia Combariza. 

“Pero también es importante decir que hay ocasiones en que algunas matrices requieren el gas porque no tienen lo que necesitan en ese momento para garantizar el servicio que demanda el país”, subrayó. 

Y es que no todos los países pueden transitar rápido hacia esta tecnología: a veces faltan las condiciones naturales o la infraestructura.

“La falta de infraestructura en líneas de transmisión y almacenamiento impacta la transición energética en Chile de varias maneras. El vertimiento de energía renovable, que podría percibirse como un desperdicio, no es solo consecuencia de las congestiones en transmisión. También está relacionado con los criterios de seguridad que mantienen en operación a las centrales térmicas, desplazando así la entrada de energías renovables en ciertas horas del día”, explicó a Climate Tracker la ingeniera e investigadora del Centro de Energía de la Universidad de Chile, Dasla Pando. 

La además coordinadora general del Solar Energy Research Center (SERC Chile), afirmó que “la transición desde un sistema eléctrico basado en combustibles fósiles hacia uno con una alta penetración de renovables requiere tiempo y planificación. Este cambio de paradigma implica no solo la expansión de la infraestructura, sino también la promoción de soluciones descentralizadas que acerquen la generación a los centros de consumo y que, por su naturaleza, pueden implementarse con mayor rapidez”. 

Los tiempos del gas

Alcanzar la carbono neutralidad a 2050 en Chile es un mandato de la Ley Marco de Cambio Climático, así como contar con un sistema eléctrico que opere 100% en base a energía limpia sin emisiones.

Al igual que muchos países, Chile considera el gas natural, con el que se generará energía en Mejillones desde mediados de 2026, como un vehículo hacia la meta de la descarbonización, pese a que la evidencia científica apunta en dirección contraria. 

“El gas natural permite al sistema energético irse adaptando a un futuro bajo en emisiones y siendo un habilitante muy importante para prescindir del carbón en la matriz eléctrica de manera acelerada”, señalaron a Climate Tracker desde el Ministerio de Energía de Chile. 

Debido a las ventajas técnicas en comparación al carbón, el plan de descarbonización recientemente actualizado en el país  “determinó que el gas natural sea el combustible de transición utilizado en el proceso de descarbonizar la matriz energética de nuestro país”, sostuvieron desde el organismo. 

Respecto a las condiciones que exige la importación del gas natural, desde la cartera de Energía afirmaron que “la tecnología para transportar este combustible está muy madura a nivel mundial”.

En Mejillones ya hay numerosas instalaciones vinculadas al gas: un terminal de regasificación de gas natural licuado (GNL), una estación de carga de GNL y un terminal de GLP.

Compuesto en gran parte de metano, un potente gas de efecto invernadero, las ventajas climáticas del gas fósil sobre la energía del carbón se ponen en cuestión una vez identificadas y contabilizadas las fugas en la cadena de suministro. 

“Lo que nosotros traemos a la mesa es que al mostrar las emisiones de metano en el ciclo completo, podemos ver que algunas fuentes de donde se importa el gas natural a Chile puede que tengan emisiones más altas que el carbón que queremos reemplazar”, dijo a Climate Tracker el ingeniero bioquímico y exministro chileno de Medio Ambiente, Marcelo Mena. 

A juicio de la exautoridad, que encabezó la cartera al final del segundo gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018), “el gas no ha sido el aliado de las renovables que se pensó en un momento”, recordando la “inflexibilidad” de estas empresas que pudieron inyectar energía al sistema eléctrico pese a la existencia de opciones más baratas. 

“La economía fósil solo trae volatilidad a nuestra economía y lo que la transición energética representa es dejar de gastar en combustibles fósiles importados y conflictivos para ir a inversiones que crean empleo y crecimiento para el país. La historia del metano nos permite ver eso con claridad, que la transición a gas es cuestionable si es que no se bajan las emisiones de metano”, subrayó Mena. 

En la misma línea, un estudio de Chile Sustentable asegura que el gas natural “debe asumirse solo como generación remanente para periodos de escasez”, pero que debe retirar en el largo plazo para cumplir con los compromisos adquiridos por el país, recomendación coherente con el informe de Naciones Unidas “¿Es el gas natural una buena inversión para América Latina y El Caribe?”. 

“El costo de forzar la salida del gas natural a 2035 implicaría un aumento de las inversiones del orden de 26 mil millones de dólares en tecnologías renovables variables, firmes y almacenamiento en el periodo 2030-2035”, señaló el Instituto de Sistemas Complejos de Ingeniería (ISCI), coautor del estudio.

“Las grandes empresas de este país (Chile) tienen la capacidad de marcar una pauta al respecto y en vez de invertir en gas, es mejor incentivar las energías renovables y no el gas. Ellos son los grandes inversionistas”, señaló al presentar los resultados del estudio la directora de Chile Sustentable, Sara Larraín.

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