¿Bosques olvidados? Alerta de baja biodiversidad en los mercados de carbono

Los bosques nativos desempeñan un papel esencial en la captura y almacenamiento de carbono. Sin embargo, en algunos países de América Latina su valor no se refleja en las regulaciones ni en los mercados de carbono, donde a menudo se privilegian proyectos de baja biodiversidad. Al no considerar los beneficios más amplios que brindan estos ecosistemas, las políticas climáticas pueden ser permisivas con su conversión y el avance de la deforestación, aunque existen notables contrastes en una región que busca posicionarse como proveedora de créditos.

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Los bosques nativos – ya sean primarios o secundarios – desempeñan un papel esencial en la captura y almacenamiento de carbono, lo que coloca a América Latina en una posición estratégica en la lucha contra el cambio climático, ya que la región posee el 22% de la cobertura forestal mundial.

Sin embargo, estas áreas son vulnerables: la pérdida de cobertura forestal crece en la región, y los bosques secundarios, que han demostrado un potencial sorprendente de captura de carbono,  no siempre son debidamente considerados en las leyes de protección ambiental o en proyectos de mercados de carbono.

Esto no es menor si consideramos que América Latina es uno de los principales contribuyentes a la oferta mundial de créditos de carbono forestal. Pero, mientras el mercado sigue expandiéndose en la región, existen desafíos en cuanto al desarrollo y la calidad de los proyectos.

Los bosques nativos - ya sean primarios o secundarios - desempeñan un papel esencial en la captura y almacenamiento de carbono. Foto Andrés / Meza Climate Tracker

“América Latina representa una cierta anomalía en el uso de instrumentos de mercado para regular emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a nivel mundial, donde en general se trabaja con sistemas de comercio de emisiones (SCE). En la región, en tanto, la figura hasta hace poco casi exclusiva han sido los impuestos a las emisiones. Tal es el caso de Argentina, Chile, Colombia y México, donde cabe señalar que la lógica del uso de impuestos no es tanto ambiental, vale decir de incentivo a la reducción significativa de emisiones, sino en su uso como fuente de recaudación fiscal”, detalla Raúl O’Ryan, investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia CR2 y profesor asociado de la Facultad de Ingeniería y Ciencias de la Universidad Adolfo Ibáñez (Chile).

Respecto del uso de offsets (compensaciones o créditos de carbono), Aldo Cerda, director ejecutivo de SCX Santiago Climate Exchange, comenta que “tanto Chile, Colombia y México permiten el uso de este instrumento contra la no causación del impuesto a las emisiones en sectores regulados y ello ha generado una actividad significativa de mercado (en los dos primeros países), que no se veía desde el 2012 (término del periodo de cumplimiento del Protocolo de Kyoto). Esto ha llevado a un significativo aumento de proyectos de forestación, reforestación y restauración (ARR por su sigla en inglés), que al capturar carbono, generan créditos”. 

O’Ryan agrega que “a futuro, estos esfuerzos y la disponibilidad en la región de oportunidades para generar créditos  de carbono basados en la naturaleza lleva a que diversos estudios proyecten que la región tendrá un crecimiento exponencial en su mercado de créditos de carbono en particular Soluciones basadas en la Naturaleza (SbN). Ello plantea oportunidades y riesgos”.

Aliados contra el cambio climático

Para entender su rol en los mercados de carbono, es necesario comprender – a su vez- el papel de los ecosistemas forestales como importantes reservorios y sumideros de carbono. Tal como constata una investigación publicada en Frontiers in Forests and Global Change, los suelos forestales concentran cerca del 39 % del carbono almacenado en los suelos a escala global, mientras que la biomasa de los bosques concentra entre el 77 y el 85 % del carbono almacenado en toda la vegetación del planeta.

Aun así, es bueno hacer una precisión.

“Primero, hay que separar lo que son reservorios de sumideros, porque esos son dos conceptos muy relacionados, pero distintos. Cuando se habla, por ejemplo, de captura de carbono, se habla a veces indistintamente de lo que los ecosistemas ya tienen almacenado, que sería el reservorio, es decir, todo lo que han acumulado durante la historia y el tiempo que existen; y la absorción, que es lo que siguen atrapando año a año”, puntualiza Jorge Pérez-Quezada, profesor titular de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile e investigador asociado del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y del Centro Internacional Cabo de Hornos.

Vista aérea de la Amazonía. Foto: Neil Palmer / CIAT

Dicho de otra manera, un sumidero de carbono se refiere a los procesos que eliminan de la atmósfera gases de efecto invernadero (GEI), aerosoles o precursores de GEI, como un bosque en crecimiento que, al absorber y fijar el CO₂ atmosférico a través de la fotosíntesis, reduce la concentración de CO₂ en la atmósfera. En cambio, un reservorio de carbono es un lugar que almacena carbono, como el suelo o los árboles maduros. Y es ahí donde entra en discusión otra categorización amplia, como es la de bosques primarios y secundarios.

De partida, se conoce como bosques primarios a aquellos que crecen de forma natural, que no han sido “intervenidos” por el ser humano o afectados por una perturbación mayor, y que suelen ser ecosistemas añosos, de cientos de años, con grandes árboles y una estructura heterogénea. Mientras tanto, un bosque secundario es aquel que ha sido talado, quemado e intervenido de manera significativa y que está volviendo a crecer.

En ese sentido, Aníbal Pauchard, profesor de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción (Chile) y director del IEB, detalla que “hay bosques que se han cortado varias veces. Los bosques pueden rejuvenecer, pueden renovarse”

En términos de fijación de carbono, Pauchard agrega que “también hay una discusión porque algunos dicen que el bosque primario está ‘estancado’ desde el punto de vista de carbono, que ya está saturado, ya no va a capturar más. Otros dicen que ese bosque igual puede ir capturando más carbono en la medida que va generando más suelo, con mucha materia orgánica en descomposición, etc. Y en el bosque secundario se dice que captura carbono más rápido porque está creciendo todavía. Pero son discusiones muy contexto-dependientes para ser franco, porque va a depender mucho del tipo, si es bosque húmedo, seco, etcétera”.

Precisamente, se ha documentado que algunos bosques añosos pueden seguir cumpliendo esa labor. “La teoría antes decía que estos bosques [primarios] dejaban de absorber carbono, como que se igualaba la cantidad que absorbían con la que emitían, pues los bosques no solo absorben carbono, sino también lo emiten como cualquier ser vivo. Y hoy en estudios en Chiloé [Chile] y en otros bosques del mundo, se ha demostrado que los bosques siguen acumulando carbono, aunque a una tasa probablemente menor que un bosque secundario”, explica Pérez-Quezada.

Un estudio del Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonía (IPAM), publicado recientemente en la revista científica Environmental Research, muestra que en los primeros años de regeneración, los bosques secundarios de la Amazonía tienen una tasa de captura de carbono más alta que los bosques maduros. En promedio, los bosques tropicales secundarios tardan 66 años en alcanzar el 90% del carbono sobre el suelo de los bosques maduros.

“Lo ideal sería no deforestar ni degradar los bosques, tanto desde el punto de vista del carbono como de la biodiversidad”, reflexiona Celso Junior, investigador del IPAM. “Pero hoy estos bosques secundarios son una solución basada en la naturaleza para combatir el cambio climático”, afirma.

“Estos [bosques secundarios] están en una etapa inicial de desarrollo, por lo que generalmente contienen especies que crecen más rápido, especies pioneras”, explica Junior. “En comparación con el bosque maduro, que ya se encuentra en una etapa de clímax, en una fase muy avanzada de desarrollo, tiende a tener tasas menores de captura justamente para mantener ese equilibrio entre la respiración y la fotosíntesis”. Por eso, como constató el estudio, “los bosques secundarios acumulan carbono aproximadamente 11 veces más rápido que los bosques maduros”.

A pesar de ello, los bosques secundarios no están debidamente protegidos en la Amazonía. La mitad de estos bosques en la Amazonía Legal brasileña tenía 11 años o menos en 2023, de acuerdo con el estudio. En muchos casos, las áreas vuelven a ser deforestadas después del proceso de regeneración. Asimismo, son más susceptibles a los incendios, lo que implica la necesidad de un mayor monitoreo.  

Amazonía. Foto James Martins

Además, está la necesidad de generar información sobre los ecosistemas. 

Por ejemplo, el investigador del IEB cuenta que, en muestreos de largo plazo realizados en el bosque de Chiloé, al sur de Chile, han encontrado un promedio de absorción de 18 toneladas de CO₂ por hectárea por año. Pero, según Pérez-Quezada, “ese promedio viene de años en que absorbió 14 y otros años donde absorbió 21. Entonces, no podemos asumir que ese 18 se va a dar todos los años. Tenemos que medirlo para poder saber exactamente cuánta fue la absorción cada año”.

El investigador de Carbon Real añade que las estimaciones de la absorción se hacían con técnicas rudimentarias, “en base a muestreos de parcelas y de cuánto crecían los árboles, en el mejor de los casos. Y eso la ciencia ha mostrado que no es tan exacto, porque los bosques y los ecosistemas no solamente acumulan carbono en los troncos en el caso de los árboles, sino que también hay mucho que sucede en el suelo, en las raíces. Entonces, las mediciones están tendiendo a ser más directas y continuas versus lo que se hacía antes, que se muestreaba poco, digamos, y se extrapola a zonas muy grandes y se asumía que ocurría lo mismo todos los años”. 

Bosque nativo en Chile. Foto: Andrés Meza Climate Tracker

Alerta de “baja biodiversidad”

Ante una crisis climática que se intensifica, existe la necesidad de promover la eliminación de dióxido de carbono (CDR por sus siglas en inglés), que se refiere a las tecnologías, prácticas y enfoques que eliminan y almacenan de forma duradera el dióxido de carbono (CO₂) de la atmósfera. Si bien el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) ha señalado que estas estrategias no pueden sustituir las reducciones inmediatas y drásticas de las emisiones, forman parte de todos los escenarios modelados que limitan el calentamiento global a 2°C o menos para 2100. Y es ahí donde figura la forestación, reforestación y mejora de la gestión de los ecosistemas forestales como una de las metodologías para lograr ese cometido.

En ese contexto se han desarrollado los mercados de carbono (voluntario y regulado), un mecanismo que, en términos simples, permite el uso de créditos por parte de empresas o individuos para compensar sus emisiones de carbono. Sin embargo, los mercados de carbono no se han librado de cuestionamientos y polémicas, siendo una de ellas la calidad de los proyectos forestales.

Un análisis de Social Carbón y Fundación Eco, basado en más de 200 proyectos registrados en programas internacionales voluntarios de carbono, mostró que la gran mayoría presenta baja biodiversidad. El estudio analizó específicamente áreas de forestación, reforestación y revegetación y constató que, excluyendo los datos de China (donde la restauración con especies nativas es ampliamente utilizada), solo el 25 % de los proyectos utilizan especies nativas.

En Sudamérica, por ejemplo, el 53,85% de los proyectos están compuestos por especies exóticas. A nivel general, muchos de los proyectos de ARR exóticos presentes en el mercado son gestionados por organizaciones forestales comerciales. “Estos proyectos ofrecen beneficios limitados para la biodiversidad y presentan argumentos débiles en cuanto a adicionalidad”, dice el reporte. 

Así se ha visto en países como Uruguay, Brasil y Argentina. 

Soledad Aguilar, experta en derecho internacional ambiental y directora de la Maestría en Derecho y Economía del Cambio Climático, comenta que, a pesar de que hay una presión muy fuerte en el mercado internacional para los denominados bonos de alta integridad [créditos de carbono que cumplen con estándares rigurosos de beneficios ambientales y sociales, además de transparencia, verificación, entre otros puntos], en la práctica pasa que “conviven distintos sistemas [regulado, internacional e internos, y voluntario] y obviamente va a haber certificadoras que van a tener bonos de baja integridad a bajo precio y van a encontrar a quién vendérselos, porque alguien los va a comprar”.

Aguilar puntualiza que existen “riesgos inherentes al instrumento” y que la pérdida de biodiversidad es uno de ellos. “En cada caso tenés que ir asegurándote de que ese riesgo no se manifieste”, comenta, agregando que los países deben establecer sus reglas internas y considerar la biodiversidad. “A nivel del Acuerdo de París podrían poner una regla súper estricta (…) pero aun así vas a tener en los mercados voluntarios, 50 certificadoras más que van a hacer lo que se les dé la gana”.

Además, Pauchard comenta que, “desde que se inició la idea del secuestro de carbono como una manera de mitigar el cambio climático, ha habido discusión si las plantaciones forestales de especies exóticas es la mejor solución. Y ahí, claramente, se han tomado dos posiciones. Una que de frentón dice que no, porque como son plantaciones, hay una rotación. La madera sale del sistema. Hay mucho retorno de carbono, una vez que se produce la corta, se produce la perturbación del suelo. Entonces, vuelve el carbono a la atmósfera relativamente rápido. Otra gente que dice no, el carbono queda almacenado como un mueble, como una madera, entonces eso puede tener una larga vida”.

Plantación de eucaliptos en Brasil. Foto: Seapa MG

En ese sentido, Pérez-Quezada complementa que “el debate está en si ese carbono se mantiene en el tiempo, porque si tú cortas una plantación para leña, eso se va a quemar y va a volver a ser CO₂ inmediatamente. Pero incluso si se utiliza, por ejemplo, para celulosa, también está la discusión de cuánto es lo que realmente ganamos al final de ese proceso, porque primero hay que cortarlo, trasladarlo, procesarlo en una planta de celulosa, a lo mejor trasladarlo al otro lado del mundo. Entonces, todo lo que tú lograste capturar de carbono, de absorber, a lo mejor se va a emitir dentro del ciclo de vida del producto”.

Otros cuestionamientos apuntan a la biodiversidad y al ciclo del agua. “[Las plantaciones] están ‘ansiosas’ de capturar carbono, o sea, son muy buenas fijadoras de carbono, rápidas, pero tienen un efecto colateral en la biodiversidad, sobre todo si estamos hablando cuando se trae especies exóticas que se vuelven invasoras. En general, el mundo científico ha visto con cuidado esto y se ha tratado de pensar que las plantaciones forestales no debieran promoverse solamente por el tema del carbono. Debiera haber una evaluación ambiental más amplia”, asegura Pauchard

Mercados en contraste

A lo largo y ancho de América Latina se ven distintas experiencias respecto a la comercialización de emisiones.

En Brasil, por ejemplo, con la Ley nº 15.042/2024, que establece el Sistema Brasileño de Comercio de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero (SBCE), las propiedades rurales vinculadas al agronegocio, que incluye la silvicultura, fueron autorizadas a vender créditos de carbono generados en sus tierras, en su mayoría dedicadas a ganadería y al monocultivo. Pueden comercializar créditos tanto de las plantaciones de monocultivo como los provenientes de las áreas de preservación legal que están obligadas a mantener en proporción a lo que deforestan.  

Dicha decisión generó críticas porque el sector del agronegocio quedó exento de regulación. O sea, las actividades del agronegocio no necesitarán rendir cuentas sobre sus emisiones ni están incluidas entre los sectores económicos para los cuales se establecerá un tope de emisiones. Sin un techo de emisiones y autorizado a vender créditos, en la práctica, el agronegocio brasileño se vuelve aún más lucrativo con el fortalecimiento del mercado de carbono. 

Pero la ecuación no cierra porque el agronegocio es el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero en el país, responsable del 27% de las emisiones brutas. Solo queda detrás del sector de «cambio en el uso del suelo» (48%), aunque gran parte de la deforestación que compone esta categoría también es provocada por el avance del agronegocio.

Según datos de MapBiomas, de los 86 millones de hectáreas de vegetación nativa eliminadas en el territorio que abarca la Amazonía y las nacientes de sus principales ríos, 84 millones fueron convertidas en áreas agropecuarias y de silvicultura.

Juliana Coelho Marcussi, gerente de Políticas Climáticas y Mercados de Carbono del instituto LACLIMA, comenta que el hecho de que un sector no haya sido incluido en la regulación no significa que no pueda serlo en el futuro. Sin embargo, en el caso de la ley brasileña, genera controversia el protagonismo dado al agronegocio. “Lo que llama la atención desde el punto de vista jurídico es que es el único sector de la economía que aparece mencionado de forma específica y expresa en el marco legal, precisamente en el momento en que se lo excluye de la sección de sectores regulados. Ningún otro sector es mencionado, ni para ser incluido ni para ser excluido”, señala.

“Los juristas consideran que esta discusión debería haberse llevado a cabo en un nivel infralegal, dentro de la reglamentación de la ley, y no directamente en el texto legal aprobado por el Congreso”, agrega.

Vista aérea del encuentro de la Selva Amazónica con cultivos de maíz y soya, en el límite de la Tierra Indígena Erikpatsa, donde vive el Pueblo Rikbaktsa. Foto: Fernando Frazão/Agência Brasil

Más al sur se vive una situación diferente. 

El mercado de carbono en Chile no ha avanzado tan rápido como en otros países de la región, aunque se ha destacado la oportunidad de realizar proyectos de “soluciones basadas en la naturaleza”, especialmente en las categorías de Forestación, Reforestación y Revegetación (ARR); Manejo de Tierras Agrícolas (ALM); Manejo Forestal Mejorado (IFM); y Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Forestal (REDD+). 

Al respecto, el gerente de Bosques y Cambio Climático de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), Jorge Céspedes, señala que “el mercado de carbono ha avanzado paulatinamente desde que se introdujo la reforma tributaria que grava las emisiones de gases de efecto invernadero considerado como un impacto global al cambio climático, mediante un impuesto de carácter anual sobre fuentes que emitan 100 o más toneladas anuales de material particulado, o 25,000 o más toneladas anuales de CO₂”.

“Dentro de las compensaciones de emisiones, se cree que los proyectos basados en acciones forestales o soluciones basadas en la naturaleza, podrían tener una activa participación dada la capacidad de reducir emisiones a través de la captura de carbono”, agrega Céspedes.

En cuanto a los bosques nativos, existen algunas iniciativas en el marco del mercado voluntario de carbono, desarrolladas de manera previa a la implementación del sistema de compensaciones. Entre ellos se encuentra, por ejemplo, un antiguo bosque templado lluvioso de la Región de Los Ríos. Se trata de un área de 1.273 hectáreas de la Reserva Costera Valdiviana, administrada por The Nature Conservancy, que se convirtió en el primer proyecto REDD+ en Chile cuyos créditos de carbono fueron verificados por la Verified Carbon Standard (Verra).

La biodiversidad es clave en la acción climática. Foto Andrés Meza / Climate Tracker

Mientras que, por el lado de las plantaciones, se ven proyectos como el de la empresa forestal Bosques Cautín que destina casi 15.000 acres de plantaciones comerciales como sumideros de carbono, que se basan en especies exóticas de eucaliptos y pinos, específicamente Eucalyptus globulus, Eucalyptus nitens y Pinus radiata.

Actualmente, CONAF implementa la Estrategia REDD+ nacional de Chile, y como parte de su desarrollo se han generado créditos por reducciones de emisiones que han tenido financiamiento de parte del Fondo Verde del Clima y del Fondo Cooperativo de Carbono Forestal

En relación con las plantaciones forestales, Céspedes aclara que de parte de CONAF no existen iniciativas para incorporarlas en esquemas de créditos de carbono, ya que, como punto focal de REDD+, está enfocado en la gestión de bosque nativo. “No obstante, las plantaciones siguen siendo elementos considerados en la lucha contra el cambio climático, siendo explícitamente incluidas por ejemplo en las contribuciones nacionales determinadas”, agrega.

Andrés Pica, jefe de la División de Cambio Climático del Ministerio del Medio Ambiente de Chile, afirma que “vamos a sacar antes de fin de año una estrategia de mercados de carbono, porque Chile tiene en su reglamento establecido que vamos a sacar tipologías priorizadas de proyectos”. 

Pica explica que, en el caso de las iniciativas forestales, Chile enfrenta un desafío particular: como la deforestación del bosque nativo está prohibida por ley, no puede generar créditos (en el mercado regulado) por evitar la destrucción, como ocurre en otros países como Brasil. En cambio, debe enfocarse en aumentar la masa forestal mediante restauración y manejo, lo que implica altos costos y plazos largos, ya que los bosques tardan años en capturar cantidades significativas de carbono. Por eso, aunque no se descarta la incorporación parcial de especies exóticas, asegura que se priorizarían los bosques nativos, aunque “son proyectos más difíciles los que tenemos que hacer en Chile porque queremos hacer crecer el bosque. No es disminuir la destrucción”.

En esa línea, O’Ryan sostiene que en Chile se está discutiendo la idea de “fomentar esquemas mixtos, que mezclen especies exóticas y nativas y, además, incorporen otros cultivos de menor densidad, de manera de generar una arquitectura de mosaicos que reduzca la velocidad de propagación de eventuales incendios rurales”. 

Sin embargo, “existe una alta incertidumbre en la captura neta de carbono de las plantaciones precisamente por sus prácticas de rotación agresivas. Esto requiere investigación urgente para asegurar que las plantaciones actúen como sumideros de carbono más fiables a largo plazo, en lugar de ser fuentes netas de carbono en ciertos momentos”, añade el investigador del CR2.

Por ese motivo, el portavoz de SCX Santiago Climate Exchange agrega que las plantaciones “pueden jugar un rol significativo en la acción climática, incluso sin una expansión adicional de su superficie, a través de la mejora de sus prácticas de manejo”, entre las cuales menciona alargar los períodos entre cosechas (por ejemplo, de 20 a 30 años en el caso del pino); raleos y podas; optar por cosechas escalonadas o selectivas en lugar de la corta total, entre otros.

Aun así, el investigador del CR2 cree que existe una disyuntiva respecto del ingreso de Chile al mercado internacional de carbono. Los desarrolladores de proyectos forestales “buscan participar en mecanismos como el Artículo 6.4 del Acuerdo de París o CORSIA (el sistema de compensación del sector aéreo), dada la posibilidad de acceder a financiamiento internacional. Desde el gobierno, algunas voces respaldan esta idea, entendiendo que estos ingresos permitirían viabilizar proyectos que, al precio actual del impuesto al carbono, simplemente no se ejecutarían”.

Sin embargo, asegura que “otras posturas dentro del gobierno se oponen, ya que advierten que el precio de viabilidad de dichos proyectos es solo un tercio del costo social del carbono que Chile estima para sus políticas climáticas. En ese sentido, se corre el riesgo de que el país exporte reducciones ‘relativamente baratas’ al mercado internacional. Esto podría favorecer a países del Norte Global con mayores recursos, permitiéndoles hacer un lock-in (amarre) de reducciones a bajo costo en el presente, lo que a futuro encarecería las opciones de mitigación para el propio país, especialmente si Chile necesita usar esas reducciones para cumplir sus compromisos de largo plazo”.

Por su parte, Cerda complementa que “este dilema no es exclusivo de Chile: ha sido ampliamente discutido en los foros internacionales, especialmente en el contexto de los artículos 6.2 y 6.4 del Acuerdo de París. Para que este tipo de instrumentos pueda jugar un rol efectivo y justo en el desarrollo de proyectos forestales sostenibles, es fundamental resolver esta disyuntiva de forma urgente. En este marco, se han propuesto diversas soluciones que Chile podría considerar para evitar una pérdida de soberanía climática y asegurar un uso estratégico de sus capacidades de mitigación”.

Por ello, Cerda sugiere que los países limiten la venta de créditos de carbono al excedente de sus metas climáticas, conserven parte de esos beneficios para su propio uso futuro y aseguren un precio justo que refleje el valor real de las reducciones. También propone que se priorice el financiamiento directo —como pagos por resultados o alianzas estratégicas— por sobre la compensación con créditos, y que se establezcan salvaguardas claras, participación local y reglas transparentes para evitar que estas iniciativas perjudiquen los objetivos climáticos de largo plazo.

Los escenarios presentados por el IPCC dejan en evidencia que cumplir con los objetivos del Acuerdo de París requerirá poner fin a la deforestación. Foto Andrés Meza Climate Tracker

Bosques para la acción climática

Los escenarios presentados por el IPCC dejan en evidencia que cumplir con los objetivos del Acuerdo de París requerirá poner fin a la deforestación, conservar los bosques intactos con alta densidad de carbono y llevar a cabo una restauración forestal a gran escala. Estas acciones son fundamentales para lograr un equilibrio entre las emisiones y las remociones antropogénicas de gases de efecto invernadero hacia mediados de siglo.

La contribución de los bosques va más allá del carbono. Como bien señala un informe del World Resources Institute, los bosques tienen efectos sobre la cantidad de energía solar reflejada, enfrían la superficie terrestre y el aire cercano al suelo, generan y transportan humedad atmosférica, influyen en el viento y en la distribución de calor y humedad, entre muchos otros.

El informe destaca que “estas interacciones adicionales entre los bosques y el clima desafían la idea convencional de que ‘una tonelada es una tonelada’ cuando se trata de acciones climáticas para reducir las emisiones de GEI o eliminar dióxido de carbono de la atmósfera”. 

Al no considerar los beneficios más amplios de los bosques, las políticas climáticas tienden a subestimar los servicios que estos ofrecen, según el reporte. Por ello, los autores mencionan que la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático podría incorporar algunas de las implicaciones de las interacciones entre bosques y clima más allá de los GEI. 

Asimismo, se han hecho llamados a integrar y generar sinergias entre las cumbres de biodiversidad y cambio climático, específicamente entre el Marco Mundial de Biodiversidad Kunming-Montreal y el Acuerdo de París, para así evitar tanta fragmentación y establecer un trabajo conjunto para el clima, la naturaleza y las personas.Para Pérez-Quezada, “se ha dado mucha importancia al carbono, porque es como una especie de moneda de cambio del cambio climático y eso es lo que más evidentemente nos impacta, genera más interés y más preocupación en el público, pero hay también una crisis de biodiversidad actual, y hay una crisis de contaminación”. 

“Por lo tanto las medidas que tomemos no pueden ir solamente en mirar lo que pasa con el carbono en un ecosistema. Un ecosistema es mucho más que los árboles y, por lo tanto, la parte de biodiversidad, la regulación que hacen los ecosistemas [como] los bosques, las turberas, por ejemplo, del ciclo hidrológico. Es sumamente importante”, subraya.

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