Migración forzada y pérdida de saberes tradicionales: efectos del cambio climático al norte de Colombia

Bálsamo es una pequeña población rural del departamento de Magdalena, en el norte de Colombia, en la que entre 40 y 50 pescadores artesanales se enfrentan a la pérdida del conocimiento ancestral y al desplazamiento forzado debido a los efectos del fenómeno de El Niño, el cambio climático y la deforestación.

La comunidad de Bálsamo, una pequeña población del norte de Colombia que depende de la agricultura y la pesca, ha experimentado un aumento significativo de las temperaturas y ha sufrido sequías intensas desde octubre de 2023 hasta abril de 2024. La falta de lluvias afectó gravemente el caudal del río Magdalena, uno de los más importantes del país y el principal afluente de la ciénaga de Zapayán, la quebrada El Mundo y el caño Los Palitos, tres lugares tradicionales de pesca. 

Además, las condiciones climáticas adversas – generadas por factores como el fenómeno de El Niño y el cambio climático – han impactado negativamente otras actividades como la ganadería, y los cultivos de yuca y maíz. Algunos de los efectos más importantes son la migración forzada, las pérdidas económicas de los pescadores y el riesgo que se cierne sobre tradiciones que podrían desaparecer. 

La pesca en Bálsamo está cada vez más amenazada por cuestiones como las sequías intensas. Foto: María Martínez

Pérdidas económicas y migración forzada

“Prácticamente, la sequía nos está afectando bastante en la pesca, porque estamos toda la noche y no traemos mayor cosa”, contó José Miguel Campo Campo, pescador artesanal. Él tiene 45 años y proviene de un linaje de pescadores locales que han ejercido su oficio en la región durante varias generaciones. Históricamente, su familia ha pescado en la Ciénaga de Zapayán, la quebrada “El Mundo” y el caño “Los Palitos”. 

En “las buenas temporadas”, los ingresos de un pescador como Campo, si trabaja seis días a la semana, pueden ser, en promedio, de 180 mil pesos semanales (46 dólares aproximadamente). 

“Hay épocas en que nos va muy bien, pero ahora mismo la pesca está mala en todas partes”, narró Campo. Para sostener a sus familias, él y ocho pescadores más fueron contratados temporalmente para la construcción de una carretera. Otros pescadores debieron trabajar como jornaleros en fincas cercanas, en  las que les pagan 50 mil pesos colombianos (alrededor de 12 dólares). Y otros, como José Rivera Colón, el pescador más antiguo de la región, migraron a otras zonas del departamento por falta de ingresos económicos.

Los pescadores artesanales de Bálsamo tienen como costumbre recurrir a micropréstamos o al trueque para mantener sus canoas y redes de pesca, pero ahora no tienen cómo respaldar esos préstamos para adquirir bienes materiales, enfrentando la amenaza del desplazamiento.

“El trueque funciona así. Yo les compré 50 mil pesos colombianos (13 dólares) en pescado, y ellos me piden que se los pague en leche, queso, o suero”, dijo Francia Moscote, miembro de la Comunidad Apostólica Santa Cruz María Reina de los Corazones.

Una de las prácticas culturales que está en riesgo de perderse es el trueque. Foto: María Martínez

Los problemas que aquejan al departamento del Magdalena, que han sido causados o agudizados por el cambio climático, son un ejemplo de las denominadas pérdidas y daños. Este término alude a las consecuencias negativas del cambio climático que ocurren ya sea por la falta de adaptación o a pesar de los esfuerzos realizados. Lo anterior abarca tanto lo material como lo inmaterial, mostrando un panorama más complejo en las regiones más pobres. 

En resumen, como explica la ONG costarricense, La Ruta del Clima, “los daños y pérdidas afectan desproporcionadamente a las poblaciones más vulnerables y violentan los derechos humanos. Estas poblaciones son las menos responsables del calentamiento global, obligadas a enfrentar las peores consecuencias”. 

La migración de José Rivera, el “más viejo” de los pescadores

Uno de los daños no cuantificables que han traído el cambio climático y el fenómeno de El Niño en Bálsamo es la migración forzada que, según Érika Castro Buitrago, directora de la Clínica de Derecho del Medioambiente en la Universidad de Medellín, es un fenómeno que se agrava por la crisis climática pero que se produce por múltiples causas.  

“La pesca, su única fuente de ingresos, ya no es viable. Ahora enfrentan problemas adicionales. Su hábitat ha cambiado drásticamente y están en una situación de pobreza. Para colmo, el Estado no ha hecho lo necesario para adaptar el territorio a las nuevas condiciones del cambio climático”, explicó Castro Buitrago. 

Esto trae consigo otra consecuencia, que es la fractura de la transmisión de padres a hijos de la tradición pesquera, debido a que muchos se desplazaron a distintos lugares, como la ciudad de Barranquilla, a ejercer labores en áreas como la construcción. Toda esta comunidad manifestó no recibir ninguna compensación económica ni apoyo psicosocial por parte de entidades del Estado.   

Uno de los casos más significativos en esta zona es el desplazamiento de Rivera Colón, quien con 58 años de edad ha debido migrar hacia el municipio de Plato, Magdalena, ubicado a 83 kilómetros de Bálsamo. “Tenía un problema de salud y estoy aquí dónde está mi hija, que es auxiliar de enfermería”, contó. Rivera se encuentra en un tratamiento odontológico, sin embargo, reconoce que su mayor decisión para salir de su pueblo fue que se encontraba “con los brazos cruzados y muy preocupado” por no estar trabajando. 

Él y su compañera, Merides Barón, de 54 años, sobreviven en su nuevo hogar con la venta ambulante de jugo de frutas tropicales y empanadas a las puertas del hospital de Plato. De sus cuatro hijos varones, Ervin Manuel, el único que se dedicaba a la pesca, también migró; actualmente está en la ciudad de Barranquilla con sus otros hermanos trabajando en construcción. 

Según María Rivera Barón, la mayor y la única hija del pescador, el mayor deseo de su padre es retornar a Bálsamo para seguir pescando, pero la situación de la laguna de Zapayán no se lo permite.

Canoas en la ciénaga de Zapayán. Foto: Rubén Martínez

La sequía en el río Magdalena

La ciénaga de Zapayán es un gran cuerpo de agua interconectado con el río más importante de Colombia, el Magdalena. Es alimentada por las aguas que provienen de caños, pequeños cauces, quebradas y arroyos. Su importancia radica en que tiene presencia en siete municipios del departamento, donde están afincadas pequeñas comunidades de pescadores artesanales.

En octubre de 2023, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), reportó que el nivel del río Magdalena bajó hasta 2.5 metros, cuando el nivel promedio es de 6.5 metros. Estas aguas confluyen en la ciénaga de Zapayán, y tienen un impacto directo en la falta de peces en Bálsamo.

Carlos Enrique Barraza Heras, director del Programa de Ingeniería Ambiental y Sanitaria de la Universidad del Magdalena, explicó que durante el fenómeno de El Niño, “el río Magdalena se seca tanto que su caudal se reduce a la mitad o incluso menos. Esta situación impide que las aguas lleguen a la ciénaga“. 

Y agregó que lo anterior “provoca estancamiento y descomposición debido a la acción de microorganismos, generando una escasez de oxígeno que conduce a una mortandad masiva de peces”. Estos son los primeros efectos adversos derivados de las condiciones climáticas.

Cuando hay descomposición en el agua, los peces mueren. Así se presenta la segunda afectación, según Barraza Heras, quien aclaró que “la pesca es la principal fuente de trabajo para estas comunidades de pescadores artesanales. Si no pueden pescar, se ven obligados a buscar cualquier otro tipo de trabajo, como el mototaxismo, o dedicarse a la siembra en tierras que antes estaban cubiertas por agua”. 

De acuerdo con un informe presentado por la FAO en 2022 sobre la vulnerabilidad y el riesgo frente al cambio climático que hay en la agricultura en el Magdalena, este departamento ha experimentado una evolución notable en la anomalía de la temperatura media promedio. Los datos del documento demuestran una tendencia hacia el aumento de esta anomalía en los últimos años. Incluso “supera el grado y la media”, especialmente durante los meses más secos del año, que coinciden con el primer trimestre meteorológico (diciembre, enero y febrero).

Hernando Sánchez Moreno, biólogo con doctorado en Ciencias Naturales, explicó que “tres cosas están aumentando: la temperatura de la atmósfera, la temperatura del mar y la acidez del mar. Estos parámetros son fundamentales para la circulación oceánica, actuando como si fuera el aire acondicionado de la Tierra”.

Y también añadió que el incremento de la temperatura del agua y las actividades agrícolas alrededor de la ciénaga de Zapayán están generando mayores cantidades de nutrientes dañinos que terminan en el agua. Según Sánchez Moreno, estos cambios están siendo acelerados por factores antropogénicos y climáticos.

La comunidad que está dejando de ser de pescadores

Bálsamo es un pequeño pueblo que se ubica al noroccidente del Magdalena. Tiene 1.597 habitantes y fue el territorio de los pueblos originarios Chimilas, descendientes de los Caribe y Tayrona; tradicionalmente cazadores y pescadores. La mojarra, la lora y el bocachico son peces propios de estas zonas. 

Actualmente, esta comunidad rural caribeña tiene como su principal actividad económica la ganadería, que ocupa al 60% de la población, le sigue la agricultura y, por último, la pesca. Sin embargo, en épocas pasadas no fue así. La labor de la pesca tenía tanta vigencia en esta zona que, de hecho, la comunidad de pescadores construyó su propio barrio llamado “Capachivo”. 

Así lo cuenta Alma Camacho Tamara, gestora cultural de Bálsamo: “La pesca era la principal actividad económica, un 50% de sus pobladores se dedicaban a este ejercicio artesanal. Sin embargo, hoy en día únicamente el 20% lo hace, el 30% restante se dedica a actividades como el mototaxismo”, que es una forma de transporte informal. 

Y la razón actual del rezago de la pesca se atribuyó a “la escasez de peces producto de la deforestación hecha alrededor de la quebrada El Mundo y de una pesca indiscriminada”, afirmó Camacho, quien también es especialista en recreación ecológica.

Sin embargo, Rivera Colón atribuye el rezago de la pesca en este lugar a problemas climáticos. “En el pasado, la lluvia llegaba en el mes de octubre y noviembre, pero ahora todo ha cambiado. El año pasado en octubre apenas llovió y el verano comenzó con fuerza”, contó.

Bálsamo y toda esta región al inicio de este año alcanzaron temperaturas de 37 °C, como mencionó la comunidad, pero el promedio de temperatura en esta región durante otros años ha sido de 28°C. 

Leonel Muñoz es pescador artesanal y cuenta que su actividad se ha visto afectada por las condiciones climáticas cambiantes en la zona. Foto: Rubén Martínez.

En toda esta población, el cambio climático ha modificado drásticamente la época de verano (sequía) e invierno (lluvia) en términos de duración e intensidad. 

“Este último período seco fue más prolongado y severo”, sostuvo Barraza Heras. Y quizás lo que es peor no se está haciendo nada a mediano plazo por adaptarse a los efectos climáticos, ni por mitigar la condición de la pobreza en la que viven muchas de estas personas.  

Bálsamo, al igual que muchas comunidades rurales alejadas de los centros urbanos, enfrentará en las próximas décadas un progresivo y silencioso daño de su ecosistema y la pérdida del vínculo y tradición comunitaria y una migración forzada. Este fenómeno se debe, en gran medida, a la falta de un enfoque nuevo en el tratamiento de la crisis climática desde la perspectiva de las pérdidas y daños que afectan directamente a estas pequeñas poblaciones. 

En cuanto a la respuesta del Estado es importante que, en lugar de abordar los efectos climáticos como simples desastres estacionales asociados a fenómenos de lluvias o sequías, se reconozca la complejidad y permanencia de los impactos que está sufriendo el territorio. Paralelamente, se apunta a trabajar en la reducción de la desigualdad y la pobreza en estas comunidades, ya que son factores estructurales que agravan las vulnerabilidades frente al cambio climático, comprometiendo la sostenibilidad de sus recursos como la seguridad alimentaria y la preservación de su identidad cultural.

Pese a las condiciones adversas, aún  hay personas y organizaciones en el territorio que siguen haciendo frente a esta situación, a través de la pervivencia de las costumbres de pesca y de las alternativas comunitarias como los micropréstamos y el trueque. 

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