Después de firmar el Acuerdo de Paz entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP) en 2016, algunos excombatientes llegaron a vivir al antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Icononzo, Tolima, una zona dispuesta para que los firmantes de paz se reintegraran a la vida civil y conformaran proyectos productivos para tener un nuevo sustento.
Allí empezaron a trabajar en la cría de tilapia, pero rápidamente se encontraron con un problema. Las bolsas de concentrado para alimentar a estos peces, generalmente importadas, son tan costosas que solo es rentable para que grandes agricultores se dediquen a esta labor. Karol Barragán Fonseca, coordinadora del Centro de Investigación de Artrópodos Terrestres (CINAT) de la Universidad Nacional, vio una oportunidad de juntar la ciencia con el trabajo de los firmantes de paz. La larva de una mosca nativa de los ecosistemas que rodean Icononzo, pensaba entonces, podría ser la clave para resolver el problema de los altos costos del alimento para las tilapias.
La mosca soldado-negra (Hermetia illucens) es un insecto que, antes de volar, vive en forma de larva y se alimenta de residuos orgánicos como el estiércol de algunos animales, restos de comida y cáscaras. Esto hace que sea fácil reproducirla por millones en pequeñas canastas de plástico hasta que puedan ser aprovechadas como alimento para las tilapias. “La capturamos en vida silvestre y empezamos a explorar con ella. Logramos producir la larva y reducir los costos del alimento”, explica Barragán.
La iniciativa, llamada Insectos para la Paz, ya trabaja con grupos de excombatientes y pequeños agricultores en otras regiones del país. También, cuenta Barragán, han aprendido a aprovechar los residuos que dejan las larvas luego de alimentarse y que pueden servir como abono para cultivos de las mismas comunidades. Como la mosca soldado-negra, en varios países los insectos están llamando la atención por su potencial alimenticio para la crianza de animales.
Pero las posibilidades van mucho más allá de esto. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), para 2050 el mundo alcanzará los 9.000 millones de habitantes y se necesitarán 200 millones de toneladas de proteína animal adicionales para alimentar a la población. Ante los retos ambientales que plantea la producción de carne de res, cerdo y pollo, los insectos son una alternativa que está tomando fuerza en el mundo y que ya se está investigando en Colombia.
Insectos en el plato
Al pensar en tener un insecto en su plato de comida, es posible que la primera sensación que tenga sea de desagrado. El rechazo a la apariencia o la textura de gran parte de estos animales podría deberse a la asociación que han tenido con criaturas mitológicas y ritos de diferentes culturas en la historia, como lo explicó en 2017 el médico y naturalista español Fidel Fernández Rubio en un artículo titulado “El impacto de los insectos sobre la mente humana”.
Sin embargo, algunas costumbres indican que el desagrado no es generalizado. En la Amazonía y el Caribe, por ejemplo, se come mojojoy, el nombre que reciben las larvas de varios escarabajos que parasitan especies de palma nativas. Y en Santander es usual encontrar hormiga culona (Atta laevigata) tostada y empacada a la orilla de las carreteras o en las plazas de mercado.
La entomofagia, como se conoce al hábito de consumir insectos, es una práctica que se ha olvidado en la sociedad moderna, pero que ha hecho parte de nuestra dieta a lo largo de la evolución. Giovanny Fagua, profesor titular del departamento de Biología y coordinador del Laboratorio de Entomología de la Universidad Javeriana, sostiene que “muchas culturas, en especial las de ubicación tropical en el planeta, los han utilizado como fuente de alimento”.
Dependiendo de la especie, los insectos comestibles pueden tener porcentajes de proteína entre el 19 y el 75 %. Un grillo doméstico, como reseña un artículo publicado en la Revista de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional, puede tener entre un 55 y 71 %. También, en una revisión del estado de producción de insectos en el mundo, publicada en la revista Entomologia Generalis, estableció que la mosca soldado-negra tiene entre 40 y 50 %. Estos niveles superan ampliamente el promedio de entre 19 y 25 % que tienen la res y el pollo, las fuentes de proteína animal más consumidas en Colombia. A esto se suma que tienen alto contenido de grasas saludables y minerales, como potasio, zinc y hierro.
Los beneficios también son evidentes en la cantidad de recursos que ocupan para su producción. En un espacio de 100 metros de largo por 10 de ancho, podrían criarse unos 10.000 pollos adultos o apenas dos cabezas de ganado. En ese mismo espacio, asegura Luis Galeano, zootecnista y docente de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Antioquia, se producirían al menos siete millones de larvas del gusano de harina (Tenebrio molitor).
Esto es importante porque, con una población creciente, en el futuro también habrá una mayor demanda de proteína animal, lo que tiene distintas implicaciones en el contexto de cambio climático. De acuerdo con un artículo publicado en la revista Frontiers in Sustainable Food Systems en 2019, Colombia podría tener problemas para satisfacer las necesidades nutricionales de sus habitantes hacia 2060, porque no tendría la tierra suficiente para producir alimentos de origen animal y vegetal. Utilizar más tierra implicaría ampliar la frontera agrícola, deforestando bosque para utilizarlo en ganadería o cultivos.
Otro artículo publicado en 2022 en la misma revista, señala que la ganadería es responsable por el 18 % de las emisiones de gases de efecto invernadero originadas por los humanos. En ese contexto, introducir insectos a la dieta, dicen los autores, podría significar una oportunidad importante para resolver la inseguridad alimentaria y reducir la presión ambiental que genera la ganadería.
A esto se suma que una res necesita entre tres y cinco años para llegar a un plato de comida, mientras que a la mosca soldado-negra le toma “entre 18 y 20 días llegar a su estado larvario ideal para ser aprovechada”, asegura Barragán. Un período de tiempo similar le toma al Tenebrio molitor, mientras que el grillo doméstico tropical requiere entre dos y tres meses.
Para llegar a esa etapa, los insectos tienen procesos bien parecidos entre sí. Un par de días después de que las hembras depositan los huevos, de allí salen larvas que se alimentan de residuos vegetales, como restos de frutas y verduras, plantas o cáscaras en descomposición, entre otros. Cuando alcanzan el estado de madurez suficiente, antes de su etapa adulta, se retiran de los recipientes de crianza, se limpian y se sacrifican mediante congelamiento o introduciéndolos en agua a muy alta temperatura.
Esto “garantiza la inocuidad del producto y permite una vida útil hasta de seis meses sin aditivos o conservantes”, explica el artículo publicado en la Revista de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional. Con estos procedimientos, en México, Brasil, Chile y Argentina ya se producen alimentos con insectos, principalmente para consumo humano. En Colombia, según la revisión publicada en Entomologia generalis, hay 22 empresas pequeñas dedicadas a la cría de insectos, centradas en la mosca soldado-negra, aunque se producen principalmente alimentos para animales.
Además de la producción de fuentes alternativas de proteína animal, en Insectos para la Paz han encontrado otra forma de aprovechar todos los recursos que ofrece el proceso. “La larva se alimenta 100% de los residuos orgánicos y nos deja el frass”, dice Barragán, que son las heces que produce después de procesar su comida. Ese material funciona como biofertilizante que los miembros del proyecto utilizan para sus cultivos. “Es un proceso circular de bajo costo y en el que no se desperdicia nada, por lo que le genera mejores retribuciones a los pequeños agricultores”, apunta la investigadora de la U. Nacional.
Una industria de insectos
La experiencia de comer insectos como la hormiga culona o el mojojoy “no es agradable para muchas personas”, apunta Andrea Sánchez, Ph. D. en ciencia alimentaria y profesora asistente del Departamento de Ingeniería Química y de Alimentos de la Universidad de los Andes, “pero, no tienen en cuenta que en realidad no se comerían al insecto vivo o fresco”.
En esa universidad han asesorado a empresas que se dedican a la producción de insectos para diseñar alimentos que sean atractivos para el consumo. Para eso, trabajan en texturas a las que las personas estén acostumbradas o en formas de integrarlo en alimentos existentes para incrementar su valor nutricional. “Hay muchas posibilidades. Principalmente en Europa y Estados Unidos se han producido pasabocas, harina y bebidas a base de insectos”, dice Sánchez.
Pero hacer productos que gusten no es la única dificultad que tiene esta industria. En Colombia habría que desarrollar una infraestructura de producción similar a la que hoy se tiene para la comercialización de carne, que cuente con procesos estandarizados de higiene, transporte y manipulación.
En palabras de Fagua, los procesos de investigación en laboratorio son un primer paso, pero “al escalarlo a niveles industriales siempre aparecen complicaciones de las que hay que ir aprendiendo”. Por ejemplo, cuando se aumenta el número de insectos en un mismo recipiente de crianza pueden aparecer enfermedades por hacinamiento o por la falta de diversidad genética, al reproducirse entre individuos de un mismo grupo.
También hay que establecer cuál es la cantidad y tipo de alimento adecuado para que crezcan saludables y con los porcentajes de proteína esperados. En Insectos para la Paz, cuenta Barragán, intentan “que los residuos orgánicos estén muy limpios, que no tengan pesticidas y que sean recolectados específicamente para las larvas, para evitar que se mueran”.
En insectos que pueden comer residuos diferentes, se están analizando otros riesgos. En 2023, un artículo publicado en la revista Journal of Environmental Management analizó la respuesta del Tenebrio molitor tras ser alimentado con poliestireno y otro tipo de plásticos y no reportaron microplásticos en su excremento. Galeano, quien ha hecho experimentos similares en su laboratorio en la Universidad de Antioquia, asegura que, aunque esto podría significar una gran posibilidad para la gestión de residuos, falta investigar aspectos como la posibilidad de que permanezcan residuos tóxicos en el tracto digestivo de los insectos.
Para investigar todas estas posibilidades y formar una industria de alimentos a base de insectos, afirma Sánchez, “lo primero que hace falta es financiación”. Sin embargo, también se necesita una normativa clara para su desarrollo. El encargado de regular esa producción sería el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima). En 2018, a solicitud de la empresa Arthrofood, la sala especializada de alimentos y bebidas de esa entidad emitió un concepto asegurando que “el producto ‘harina de grillo’ de la especie Gryllodes sigillatus puede ser empleada como ingrediente alimentario”.
Si bien es un buen síntoma sobre el avance sobre el avance de la investigación y la producción en el país, Sánchez considera que hace falta un listado formal en el que se indiquen las especies que podrían utilizarse para este aprovechamiento, “porque si investigamos un insecto en particular, pero luego no es aprobada su utilización como ingrediente, sería una inversión perdida”.