Al sur de la desértica Región de Atacama, en la comuna de Huasco, al norte de Chile, se encuentra el complejo termoeléctrico más grande del país: Guacolda. Sus cinco centrales a carbón, con imponentes fumarolas y estructuras metálicas, contrastan con una playa de aguas claras y una ciudad decorada con murales, cerámicas de colores y áreas verdes que los habitantes han levantado con esfuerzo.
“Nuestra esperanza resiste al preservar nuestro patrimonio y reivindicar la historia del pueblo chango que habitaba esta bahía y su isla”, comenta la artista visual y activista local Pilar Triviño.
A través de sus pinturas, las murallas y las calles de Huasco narran historias: la de la isla que alguna vez fue territorio inca; la de los pescadores nómadas que construyen balsas con pieles de lobo marino y la del desierto florido. También cuentan una crónica de resistencia, un reclamo de las comunidades por vivir libres de contaminación.
Huasco es una zona de sacrificio, es decir, un “territorio de asentamiento humano devastado ambientalmente por causa del desarrollo industrial”, según la definición del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH).
Y el sacrificio tiene una expresión concreta: en esta comuna, el riesgo de morir por enfermedades cardiovasculares es un 71% superior al promedio nacional, y casi cuatro veces mayor por enfermedades cerebrovasculares, entre otros diagnósticos, lo que refleja el devastador impacto de la contaminación en la salud de la población.
Gran parte de la comunidad afirma tener familiares o amigos enfermos de cáncer que salen de Huasco a recibir tratamiento, pues el hospital no cuenta con unidad de oncología.
“Estamos acostumbrados a escuchar sobre alguien con una enfermedad grave, con un cáncer o un infarto, es parte del cotidiano”, comenta Alejandro Varas, miembro de la agrupación Huasco Sin Relaves. Testimonio que se suma al de Triviño, cuyo hermano Lorenzo murió a los 39 años de un cáncer cerebral en 2015.
“Esto no es normal”
El complejo Guacolda, ubicado en la isla —en realidad, península— del mismo nombre, funciona a base de carbón, el cual llega por vía marítima al puerto y se distribuye a sus unidades generadoras de electricidad. Con una capacidad aproximada de 760 MW, Guacolda ha sido una de las principales fuentes de energía a carbón en Chile desde que inició operaciones en 1995, y en 2010 añadió su quinta unidad.
A diferencia de las otras cuatro zonas de sacrificio reconocidas en Chile, Huasco no fue incluida en el Plan de Descarbonización de 2018, cuyo objetivo es cerrar todas las plantas a carbón para 2040.
Su carácter voluntario, es decir, donde las empresas deciden y negocian cuándo y cómo cerrar, sin una intervención decidida del aparato público, perpetúa la preocupación de los habitantes de esta localidad nortina.
Cristian Qunza recuerda lo habituado que estaba a la contaminación desde niño, jugando con rieles de tren de carga que transportaba metales pesados. Con el paso del tiempo, le sorprende cómo esa familiaridad con la industria ha distorsionado la percepción local: “No es normal vivir con polvillo en el aire, estar siempre resfriado, tener alergias constantes o presenciar tantas muertes repentinas por enfermedades graves”.
A pesar de algunas mejoras, las emisiones acumulativas y su impacto en la salud siguen siendo motivo de preocupación para los residentes.
Según informes de Chile Sustentable, la comunidad aún se enfrenta a una calidad del aire que no cumple con los estándares internacionales establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La empresa Guacolda Energía, respecto a este punto, señaló que “desde 2022, la comuna ya no estaría clasificada como zona de latencia por material particulado”, lo que indicaría que la concentración de contaminantes se encontraría entre el 80% y el 100% del límite permitido por la normativa de calidad ambiental.
Sin embargo, la seremi de Medio Ambiente de la Región de Atacama, Natalia Penroz, ha precisado que el decreto ministerial aún sigue vigente, manteniendo a la comuna en condición de latencia debido a la persistencia de niveles elevados de material particulado respirable (MP10) en la evaluación anual.
Penroz subraya que, en consecuencia, desde agosto de 2017 se implementa un Plan de Prevención de la Contaminación Atmosférica en la zona, con el cual se imponen exigencias a las empresas para evitar un incremento en la línea base de emisiones y asegurar el cumplimiento del cronograma de reducción. Este plan se ha reflejado en una disminución de las concentraciones anuales de MP10 en la comuna, según los registros de la Superintendencia de Medio Ambiente (SMA).
“A veces nos dicen que la calidad del aire es ‘moderada”, pero luego nos recomiendan no ventilar ni salir a la calle. ¿Cómo se puede vivir así? Queremos ser escuchados y que se comprenda la gravedad de esta situación”, acusa Triviño.
Arraigo empresarial
En Huasco reconocen que es complejo tomar una postura frente a las vulneraciones ambientales y de sanidad.
“Muchos de mi familia trabajaban en la empresa, para nosotros era solo un trabajo, no hay una postura a favor o en contra”, afirma Qunza, de la organización Huasco Sin Relaves.
Con poco más de 11 mil habitantes, esta comuna ha sido fácil de permear por las empresas de la zona. Diversas ayudas económicas, becas educativas, apoyo a pequeños agricultores, fondos para emprendedores y la organización de eventos deportivos les anclan a la población.
“Están presentes en todo el tejido social. Han brindado apoyo durante años, y eso dificulta que la comunidad reconozca su responsabilidad en el daño a la salud’, subraya Qunza.
La directora de Chile Sustentable, Sara Larraín, señala que este tipo de acciones son frecuentes en zonas con conflictos ambientales, donde las empresas intentan mitigar el descontento social mediante compensaciones superficiales. “Se abordan los síntomas, pero no se previene el origen del problema. La contaminación sigue afectando a las nuevas generaciones, lo cual es ética y moralmente inaceptable”, comenta.
Urgencia por nuevos datos sanitarios
Un estudio del Departamento de Salud Pública de la Universidad Católica de Chile, basado en datos del Ministerio de Salud entre 2006 y 2016, revela que en Huasco, en comparación con el promedio nacional, el riesgo de morir por enfermedades cardiovasculares es un 71% mayor y, por enfermedades cerebrovasculares, casi cuatro veces mayor.
Las hospitalizaciones por asma son 4,97 veces más frecuentes, y el riesgo de desarrollar enfermedades respiratorias crónicas es 2,39 veces más alto. Esto, dicen especialistas, está directamente relacionado con la exposición prolongada a contaminantes emitidos por las termoeléctricas, como dióxido de azufre (SO2), óxido de nitrógeno (NOx) y metales pesados.
No obstante, la doctora Sandra Cortés, líder de esta investigación, enfatiza la “necesidad urgente” de renovar los diagnósticos para entender mejor la situación actual de las fuentes de contaminación. “Es esencial que la ciencia guíe estos procesos, de modo que podamos evaluar correctamente los beneficios y riesgos de cada decisión”, afirma.
Esta actualización pendiente, acusan expertos, es fundamental para llevar adelante un proceso de transición energética justa, implementando monitoreos y tomando decisiones en base a estudios continuos de las zonas de sacrificio.
Las niñas y niños de Huasco son especialmente vulnerables a los efectos de la contaminación. Un estudio de la Sociedad Chilena de Pediatría publicado en 2019 reveló que la exposición a metales pesados como mercurio y plomo está directamente vinculada a trastornos del espectro autista, retrasos en el desarrollo cognitivo y dificultades motoras, además de provocar una reducción en la función pulmonar, un mayor riesgo de desarrollar asma y tos crónica.
“Sabemos que la población está expuesta a niveles peligrosos de contaminación. No podemos esperar que los efectos sean mortales para tomar acción. Tenemos un problema urgente que requiere intervención”, señala el doctor y miembro del Departamento de Medio Ambiente del Colegio Médico, Yuri Carvajal.
Perpetuación termoeléctrica
Cuando el SO2, emitido por las termoeléctricas, se mezcla con el vapor de agua en el aire o con la neblina costera, genera ácido sulfúrico que luego cae en forma de lluvia ácida. Aunque los residentes de Huasco han reportado este fenómeno, existen muy pocos registros oficiales que den cuenta de los efectos que esto podría generar en la salud de las personas, la infraestructura y los ecosistemas.
Además de las termoeléctricas, Huasco alberga operaciones mineras e industriales de la Compañía Minera del Pacífico (CAP), cuyas actividades han generado tensiones.
Uno de los principales conflictos fue la descarga de relaves mineros al mar, dañando gravemente el ecosistema y afectando a los pescadores locales. Aunque esta práctica cesó en 2022, no hay un plan de recuperación del daño ambiental, y los relaves ahora se depositan en tierra, en unas 20 hectáreas expuestas cerca de áreas pobladas, lo que ha provocado nuevas preocupaciones por la salud y el medio ambiente.
En este contexto se han presentado diversas acciones judiciales, incluyendo una en 2021 contra el Estado chileno por la exclusión de Guacolda del Plan de Descarbonización. La corte falló en contra de los demandantes, señalando que el cierre de las plantas es un proceso gradual y voluntario.
Frente a estas presiones, la empresa ha anunciado su compromiso de reducir las emisiones de CO2 mediante la co-combustión de carbón con amoníaco verde, un compuesto producido con energías renovables. Esta tecnología permitiría mantener operativas las instalaciones actuales y reducir hasta un 50 % el uso de carbón en dos de sus cinco unidades para 2025-2026.
No obstante, persisten interrogantes sobre esta propuesta: de dónde provendrá el hidrógeno para producir amoníaco verde, o si se llevará a cabo una evaluación de impacto ambiental para determinar los potenciales efectos en la población local y el entorno.
“Estamos exigiendo estudios para entender los efectos reales en esta zona, pues solo sería una reducción limitada de la quema de carbón”, afirma Larraín.
“Maquillaje financiero”
En 2021, AES Gener -ahora AES Andes- vendió sus cinco centrales termoeléctricas de Guacolda al Grupo Capital Advisors.
“Es la misma compañía, la misma planta, los mismos dueños y la misma forma de operar. Creemos que esta es una estrategia para eludir el plan de descarbonización. Al incluir amoniaco, ya no se les consideraría una termoeléctrica convencional, y podrán continuar operando hasta 2040”, señala uno de los voceros de la campaña Chao Carbón, Ladislao Palma.
El gobierno ha anunciado nuevas regulaciones que podrían acelerar el cierre de algunas plantas a carbón, incluidas las de Guacolda, mediante la imposición de límites más estrictos a las emisiones o la adopción de nuevas tecnologías.
Sin embargo, la comunidad de Huasco sigue sumida en la incertidumbre, esperando compromisos concretos que impulsen una verdadera descarbonización y mejoren su calidad de vida, en lugar de soluciones temporales que solo perpetúan los problemas existentes.