Wendy Felipe López lleva diez años sintiendo en el estómago algo que no es comida. El hambre se mantiene como una presencia silenciosa que desaparece de manera momentánea cuando se alimenta de frijoles y tortillas de maíz.
La cosecha de estos granos básicos es la principal actividad económica en la aldea Guareruche, ubicada en el municipio de Jocotán, Chiquimula, lugar de donde es originaria. Su padre, desde joven, cultivaba maíz para alimentar a su familia en un terreno alquilado. Cuando su hermano Ángel creció, heredó también este oficio.
En el pasado, los agricultores solían esperar la primera lluvia de mayo para sembrar semillas, ante el clima semiárido de la región. Wendy recuerda que la primera cosecha sucedía en septiembre y la segunda, tres meses después. Esta producción permitía que las familias se alimentaran y guardaran una reserva para la temporada de sequía, entre abril y agosto. En algunas ocasiones, también comercializaban el excedente.
Pero, desde hace unos 10 años atrás, ese excedente ya no existe. Año con año, la temporada de sequía se prolonga, lo que provoca una pérdida en las cosechas. Esto ha endurecido el período de hambre estacional, cuando los hogares de pequeños agricultores han agotado sus reservas.

La situación obliga a los hombres de la comunidad como Ángel a buscar trabajo fuera de la comunidad. Algunos optan por otros oficios, como ayudantes de albañil en la cabecera municipal, a una media hora de distancia en automóvil. Otros utilizan sus conocimientos en agricultura para trabajar en fincas de café de manera temporal.
En algunas ocasiones, estas labores no constituyen una solución al problema. La producción del café depende de un mercado cambiante. Cuando el precio de este grano baja, también los pagos para los trabajadores estacionales.
Hace año y medio, Ángel decidió migrar hacia Estados Unidos. “Le dijo a mi esposo: ‘Papá, yo me voy, decidí irme porque aquí ya no se consigue nada. Aquí no hay trabajo. ¿Qué podemos hacer? Voy a irme, aunque unos centavitos voy a estar ganando y le voy a ayudar a usted’”, recuerda Sandra Felipe, su mamá.
Su familia intentó persuadirlo. Le dijeron que temían los peligros del viaje, pero Ángel mantuvo su decisión. “De todas maneras, aquí no hay nada. ¿Qué podemos hacer?”, les dijo. Se despidió y salió de su hogar con una mochila cargada de ropa y 300 quetzales (unos 40 dólares). Esa fue la última vez que se vieron.
Esta historia es una de pérdidas y daños por el cambio climático. Es decir, de las consecuencias negativas que una comunidad enfrenta cuando se han superado los límites de la adaptación.
Una región afectada por la sequía

La historia de Guareruche coincide con las de otras comunidades del Corredor Seco, una franja territorial que se extiende desde Guatemala hasta Costa Rica. En él habitan más de 10 millones de personas, cuya principal actividad económica es la pequeña producción de granos básicos, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
En Guatemala, el Corredor Seco atraviesa ocho departamentos y 46 municipios. Cubre el 10% del territorio nacional. Tiene un clima semiárido y una alta amenaza por sequía en al menos tres departamentos.
La sequía es cíclica en este territorio. “Dura dos meses o menos, y sólo en los eventos más críticos, la anomalía aumenta por un déficit de precipitación total anual o se prolonga durante todo el período de la postrera”, indica un estudio de la FAO. De esa manera, este fenómeno afecta la productividad de los suelos.
Sin embargo, en los últimos años, el Corredor Seco ha experimentado sequías más extensas. En 2014 existió una canícula prolongada como consecuencia de El Niño, un fenómeno natural caracterizado por el calentamiento del océano Pacífico central y oriental. Esto se repitió durante años, hasta el 2017 y, de nuevo, en 2023 y 2024.
El Niño trae sequías al norte del Corredor Seco centroamericano. Aunque ha existido por miles de años, los efectos que provoca han sido intensificados por el actual cambio climático antropogénico, según Hugo Hidalgo, profesor en la Universidad de Costa Rica y experto en hidroclimatología.
“Debido a que ya hay muchos más gases de efecto invernadero en la atmósfera, los cambios de precipitación en particular, asociados a que sea El Niño o La Niña, se están dando más fuertemente. Por eso es muy probable que las condiciones secas durante El Niño en las regiones que vivimos se puedan dar más intensamente”, explica Paola Arias, profesora titular en la escuela ambiental de la Facultad de Ingeniería en la Universidad de Antioquía en Colombia y experta en variabilidad y cambio climático.

Los efectos de la intensificación de la sequía pueden ser devastadores para la agricultura familiar. Según los modelos formulados por los científicos, el Corredor Seco en el norte de Centroamérica, experimentará una mayor reducción en las precipitaciones en el futuro.
“Es una situación que, combinada con los aumentos de la temperatura, produce más aridez y esta aridez degrada la vegetación, los cultivos”, indica Hidalgo.
Las sequías prolongadas y la irregularidad de las lluvias asociadas con El Niño afectan las producciones agrícolas, especialmente, a pequeña escala. Como resultado, según el informe Estado del clima en América Latina y el Caribe de la Organización Meteorológica Mundial, en 2024, el 56% de los productores agrícolas del país experimentaron una escasez de agua para riego, mientras que el 60% de los productores de cereales básicos retrasaron sus fechas de siembra.
Además, el 45% de los hogares dedicados a la agricultura experimentó una reducción de ingresos en comparación con el año anterior, y en el 10% de ellos al menos un miembro emigró debido a la pérdida o la insuficiencia de medios de subsistencia.

Migrar, la última medida
La aldea Guareruche se encuentra en lo que históricamente ha sido el territorio nuclear de los maya Ch’orti’.. En Guatemala, este grupo etnolingüístico habita en los departamentos de Zacapa y Chiquimula y, para 2018, estaba conformado por unas 112.432 personas, según el censo de población y vivienda conducido por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Como consecuencia de procesos sociohistóricos, los Ch’orti’ quedaron aislados, principalmente, en espacios de ladera. Esto los obliga a cultivar en suelos poco profundos y contra la pendiente. Estas condiciones restringen el rendimiento agrícola y los colocan en una situación vulnerable ante la inseguridad alimentaria.
Desde 2014, las sequías prolongadas continúan. “Cada año empezamos con la visión de poder lograr la cosecha, pero al final siempre nos toca la pérdida porque no llueve. Ahora solo llueve en junio, ya en julio va escaseando la lluvia”, dice José Romilio Hernández, presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo (COCODE) de Guareruche.
El maíz y el frijol se secan. En 2024, el territorio Ch’orti’ perdió el 75% de las cosechas de maíz y frijol. Un año antes, se perdió el 85% y, en 2022, el 90%, según Edwin Orellana, delegado municipal de la Sesan en Jocotán.
Ante esta situación, la última posibilidad de sobrevivencia para familias como la de Blanca de Rosa, habitante también de Guareruche, es migrar. Su casa se ubica en lo alto, a unos 15 metros de la carretera de terracería que conecta las comunidades Ch’orti’ con el centro del municipio.
Desde allí, señala hacia abajo y dice: “El vecino de allí (la siguiente casa) se fue para Estados Unidos y el de allá (más abajo), también”.
Este fenómeno se repite en otros 25 municipios atravesados por el Corredor Seco. En 2018, Oxfam condujo la investigación Mojados por la sequía: Hambre y Migración en el Corredor Seco de Guatemala. En ella descubrieron que, aunque la migración es un fenómeno multicausal, existe una clara correlación con la inseguridad alimentaria, generada por la sequía prolongada.
La migración de los habitantes del Corredor Seco hacia Estados Unidos comenzó a aumentar en 2014, según Oxfam. En 2018 y 2019, años que coinciden también con sequías prolongadas, la cifra se incrementó como resultado de las caravanas migrantes que atravesaban el país y que permitían el acceso al viaje a menor precio y con aparente mayor seguridad.

Según el estudio, cuanto menor es la proporción de los hogares en condición de seguridad alimentaria en los municipios evaluados, mayor es el porcentaje de hogares que tienen una persona que migró. Además, los hombres son quienes suelen migrar a Estados Unidos cuando su familia atraviesa una situación de inseguridad alimentaria leve. Por su parte, las mujeres deciden hacerlo cuando la situación se encrudece hacia seguridad alimentaria moderada.
Cuando las familias se encuentran en una situación de inseguridad alimentaria moderada, sus posibilidades de migrar se reducen y, cuando la condición avanza hacia la severidad, la posibilidad desaparece. Esto debido a que carecen de los medios económicos para sufragar el viaje.
Algunas familias, como la de Blanca de Rosa, deciden hipotecar su casa para pagar el viaje. Recibieron Q140 mil (unos $18.227 dólares), que su esposo se llevó. Aunque él llegó a Estados Unidos hace dos meses, aún no consigue un trabajo estable. Como resultado, planea quedarse en ese país hasta pagar su deuda y luego, volver.
Otras personas, como Ángel Felipe, parten de sus hogares rumbo a Estados Unidos sin el dinero suficiente para pagar el viaje. Mientras cruzaba Guatemala y México, debió realizar distintos trabajos. Esto hizo que tardara casi un año en llegar a su destino. Cruzó la frontera de Estados Unidos y se dirigió a una iglesia evangélica, donde lo ayudó el pastor. Ahora, trabaja como cocinero en un restaurante en Maryland.
Hidalgo considera que el norte de Centroamérica, atravesado por el Corredor Seco, experimenta una “doble calamidad”, comparado con el sur, ya que tiene “peores condiciones sociales y mayores impactos en el clima hacia el futuro. Esto podría traer degradación en los terrenos y no digo que sea la única razón, pero sí se une a una serie de situaciones sociales que hacen que se pierda productividad en la tierra y no haya medios de vida y la gente tienda a emigrar”.
La herida irreparable

Miriam del Cid, gerenta general de la Asociación de Servicios y Desarrollo Socioeconómico de Chiquimula (ASEDECHI), considera que uno de los principales impactos de la migración en las comunidades Ch’orti’ del Corredor Seco es la desintegración familiar.
En el hogar de la familia Felipe López, la ausencia de Ángel dejó una cicatriz. Recordarlo aún es difícil para mamá, quien prefiere no ver las pertenencias que dejó. Además, su esposa e hija de 13 años abandonaron la comunidad y ahora viven en el municipio de Chiquimula.
Mientras tanto, el papá de Ángel continúa trabajando en el terreno alquilado. Tiene 62 años y, sin la ayuda de su hijo y con la necesidad de trabajar a altas temperaturas, el cansancio es cada vez más notorio en él. El mes de junio está por iniciar y la lluvia de mayo aún no cae.
La inestabilidad del ciclo de agua en el Corredor Seco también amenaza el conocimiento ancestral de la comunidad Ch’orti’. En el pasado, las semillas se sembraban cuando iniciaba la lluvia, pues se consideraba que estas continuarían y las nutrirían. Pero ahora esas prácticas deberán cambiar.
A nivel comunitario, la migración genera un rompimiento en el tejido social. Especialmente, cuando son quienes ocupaban posiciones de liderazgos, por ejemplo, en los COCODE. “Hay liderazgos que tomaban las decisiones y apoyaban a las demás familias. Estas se quedan, de alguna manera, fragmentadas”, explica Del Cid.
Los efectos de la migración en el Corredor Seco, además, afectan principalmente a las mujeres. Cuando su pareja migra, ellas suelen cumplir una doble o triple función, pues se encargan de las labores del cuidado de la familia.
Además, cuando el padre de la familia que migró tarda meses en llegar, como le sucedió a Ángel, la madre debe encargarse de garantizar el acceso a las necesidades básicas de la familia. En una comunidad donde las mujeres suelen trabajar como artesanas o en las labores del hogar, esto significa un cambio en sus formas de vida.
Desde hace un par de años, las familias de Guareruche ya no reciben servicio de agua en sus hogares. Esto los obliga a abastecerse de un nacimiento cuyo caudal disminuye en las temporadas de sequía.
Debido a los roles de género socialmente impuestos y ante la ausencia del hombre que migró, las mujeres son también quienes se encargan de recogerla. Todos los días, caminan entre 20 y 30 minutos, mientras cargan entre dos y tres tinacos en su espalda y cabeza. Esto significa que “caminan mayores distancias y esto impacta en su salud. Tienen también menos tiempo para trabajar o para estudiar porque tienen que dedicar más tiempo a hacer labores que son más arduas de lo que antes eran”, indica Arias.

Un futuro complejo
Según Hidalgo, es posible que la situación se mantenga en los próximos años. “El problema es que el aumento de las temperaturas produce más demanda de agua de la atmósfera y si esa demanda no es satisfecha con más agua, entonces lo que hace es resecar el suelo y causar más aridez”, explica.
Aunque los pequeños agricultores recién sembraron sus primeras semillas, la cosecha de este año podría verse afectada por una nueva canícula prolongada pronosticada para el mes de julio. En el territorio Ch’orti’, organizaciones de sociedad civil y cooperación internacional como Oxfam se preparan para atender a la población, por medio de transferencias económicas para que los hogares puedan suplir sus necesidades básicas.
También existen proyectos que buscan capacitar a los jóvenes en otros oficios, por ejemplo, en panadería, para suplir sus gastos básicos.
Según Arias, las personas más vulnerables son quienes más sufren el impacto del cambio climático. Por ello, las acciones de adaptación, en muchos casos, trascenderán sus posibilidades.
“Entonces, también hay que pensar en que la adaptación tiene que surgir de una respuesta organizada desde las instituciones del Estado no solo a escala nacional, sino sobre todo a escala local”, indica la experta.
Según ASEDECHI, la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y sus políticas migratorias también ha impactado en los deseos de migrar de la población Ch’orti’. Algunos han decidido permanecer en el país ante el miedo de las posibles represalias.
Para quienes sus familiares viven ya en dicho país, “se siente como más tranquilidad porque ya estando los hijos allá, a veces ayudan a sus papás aunque sea un poquito”, dice Wendy Felipe. A veces, la familia recibe una remesa de unos 500 quetzales (unos 65 dólares) que utilizan para comprar abono o unos quintales de maíz.
Esto les permite a penas saciar el vacío que el hambre causa en sus estómagos. El día que Agencia Ocote y el Climate Tracker la visitaron, desayunaron una tortilla con frijol. La familia completa (su mamá, sus dos hijos, ella y su papá) almorzarían “bien”, porque en la escuela le entregaron una bolsa con una botella de aceite, tomates y huevos. Cenarían una tortilla con quilete, una planta que siembran afuera de su hogar.
