Carbono en llamas: cómo los incendios forestales están destruyendo los mayores sumideros de carbono en América Latina

Los incendios forestales están alcanzando niveles críticos en América Latina, afectando ecosistemas estratégicos como la Amazonía, los páramos de la sierra de Ecuador y los bosques de Chile. Por este motivo, algunos bosques de Sudamérica están empezando a emitir más carbono del que capturan. Si la tendencia no se revierte, los compromisos climáticos firmados en el papel podrían volverse humo.

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Desde tiempos pretéritos, el fuego ha formado parte importante de distintos ecosistemas del mundo, desempeñando un papel clave en sus dinámicas y en las especies que han evolucionado en respuesta a las llamas. Los rayos, las erupciones volcánicas y el calor del sol son algunas de las causas de incendios que son naturales en algunas zonas del planeta. Sin embargo, hace un buen tiempo que el comportamiento del fuego dejó de ser normal. Los paisajes calcinados, envueltos de humo y los cielos anaranjados se han vuelto cada vez más frecuentes y devastadores por un cóctel de factores, como la acción humana directa, el cambio de uso de suelo y la crisis climática.

Solo para hacerse una idea, en 2024 se perdieron 6,7 millones de hectáreas de selva tropical primaria, casi el doble que en 2023, según datos de la Universidad de Maryland, disponibles en Global Forest Watch. Esto equivale a la desaparición de 18 campos de fútbol por minuto. De hecho, América Latina se ha llevado la peor parte, con repetidas y cada vez más extensas temporadas de incendios en países como Bolivia, Ecuador, Perú, Brasil, Colombia, Argentina, Paraguay y Chile. Las consecuencias son múltiples, aunque hay una que no siempre se discute en la opinión pública: el fuego está arrasando con los mayores sumideros de carbono de la región, poniendo en riesgo sus compromisos climáticos.

De hecho, un nuevo análisis de los datos de Global Forest Watch y Land & Carbon Lab del WRI reveló que los incendios extremos hicieron que los bosques absorbieran mucho menos carbono de lo habitual en 2023 y 2024, debilitando su efecto refrigerante. 

“Si tenemos un incendio forestal que afecta la vegetación en un bosque, prácticamente el 50% de esta biomasa vegetal es carbono, entonces, se libera y dependiendo del tamaño del bosque y de la intensidad del fuego, podemos estar liberando toneladas de carbono que está almacenado en esta vegetación hacia el aire. Y claramente apunta en el sentido contrario a lo que buscamos, que este carbono sea capturado, que eso es algo que hacen todos los vegetales, pero lo ideal es que sea capturado y que sea almacenado y por largo tiempo. Entonces capturar, almacenar e idealmente inmovilizar. Eso sería lo ideal. Y los incendios hacen lo contrario, lo liberan”, explica Rafael García, académico de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción (Chile) e investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) que se ha dedicado al estudio de la ecología del fuego.

Cabe destacar que los incendios forestales son fenómenos complejos que pueden ser producidos e intensificados por varios factores a la vez. La acción humana directa (intencional o accidental), el cambio de uso de suelo, la degradación ambiental, la mala planificación urbana y el cambio climático son algunos de ellos.

En palabras de García, “para que ocurra un incendio forestal está el famoso ‘triángulo del fuego’. Necesitamos primero un clima idóneo, que lo tenemos por ejemplo en toda la zona central [de Chile] dado que tenemos veranos secos y calurosos. Tenemos que tener vegetación en condiciones de quemarse por lo mismo. Suena obvio, pero si uno piensa en el desierto tenemos el clima, pero no está la vegetación. Y lo tercero es que necesitamos una fuente de ignición y esa fuente de ignición en el 99% de los casos va a estar asociado a la actividad humana”.

Rafael García, académico de la Universidad de Concepción e investigador enfocado en la ecología del fuego. Foto: Andrés Meza.

Rodrigo Torres Muñoz, coordinador de la Unidad de Geografía de la fundación Ecociencia en Ecuador, coincide con esta aseveración y añade que las condiciones del año pasado, asociadas a la sequía, influyeron en la proliferación de incendios. “El 2024 fue un año muy seco, acompañado de varios fenómenos meteorológicos que fueron atípicos y de la mala intención de las personas. Por eso vimos tantos incendios, que son contraproducentes en temas de carbono, ya que se libera a la atmósfera todo lo que estuvo retenido por años”, explica. Además, algo que llama la atención es que en países como Ecuador se están identificando incendios cada vez más recurrentes en áreas que antes no eran tan comunes, como son los páramos y los pajonales. 

Sudamérica inflamable

El cambio climático ha aumentado las probabilidades de que se produzcan incendios forestales extremos en todo el mundo. Como bien explica una investigación publicada recientemente en Nature Communications, los años con índices meteorológicos extremos son entre un 88% y un 152% más probables en los bosques de todo el mundo en el clima actual (2011-2040) que en un clima casi preindustrial (1851-1900), con un aumento del riesgo más pronunciado en los bosques templados y amazónicos. Los mismos que están presentes, respectivamente, en países como Chile y Ecuador. 

Y es que el cambio climático se ha hecho sentir con fuerza en Sudamérica. Aunque sus impactos varían en el subcontinente, dependiendo de las zonas y ecosistemas, se ha visto un incremento en la ocurrencia de sequías y condiciones meteorológicas (como las olas de calor) asociadas a un mayor riesgo de incendios, tal como detalla un estudio publicado en Communications Earth & Environment. Además, en algunos periodos entran en juego fenómenos naturales como El Niño y La Niña.

De esa manera, los años de incendios extremos, a menudo prolongados y generalizados, afectan la calidad del aire, sobrecargan las infraestructuras y capacidades de los servicios sociales, desafían la coordinación nacional e internacional de los recursos de extinción de incendios, y elevan las emisiones de carbono que tanto se quieren evitar para mitigar el cambio climático.

Así, los incendios se perfilan como una amenaza significativa para lograr la carbono neutralidad en 2050 en países como Chile y Ecuador.

El caso de Chile es decidor. El país tiene el compromiso de ser carbono neutral para 2050, ratificado por la Ley Marco de Cambio Climático. Según detalla la Estrategia Climática de Largo Plazo, dicha meta necesita que, para mediados de siglo, sus bosques capturen 65 mil kilotoneladas (kt) de CO₂eq. Es decir, Chile proyecta que sus diversas actividades emitan la misma cifra que se espera que los bosques capturen. Así, se llegaría a la carbono neutralidad.

Según el Primer Informe Bienal de Transparencia y Quinta Comunicación Nacional, entregado por el país sudamericano a fines de 2024 ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el sector Uso de la tierra, cambio de uso de la tierra y silvicultura (UTCUTS) se ha visto afectado por el aumento de incendios, impactando principalmente a las tierras forestales (bosque nativo y plantaciones forestales) y aumentando las emisiones de gases de efecto invernadero en los años que se producen. Ejemplo de ello es el significativo aumento de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en 1998, 2002, 2008, 2015, 2017, 2019, 2020 y 2022.

Entre ellos destaca el año 2017, cuando los megaincendios -que asolaron cerca de 570.000 hectáreas de tierras forestales, cultivos y pastizales en la zona centro sur de Chile- hicieron que Chile alcanzara el balance máximo de GEI con 121.617 kt de CO₂eq. En otras palabras, un mega incendio desbalanceó por completo las proyecciones de emisiones de gases de efecto invernadero. Ese año, los bosques emitieron más CO₂eq del que absorbieron.

Solo seis años después, otro megaincendio replicó la lógica. Según un análisis del Instituto Forestal -realizado como insumo para la construcción de los nuevos compromisos climáticos de 2025 y obtenido vía Ley de Transparencia-  más de 400 mil hectáreas de bosques fueron afectadas por incendios forestales el año 2023. El balance se descuadró nuevamente: el sector UTCUTS, que debiera compensar emisiones mediante la captura de carbono, apenas logró absorber 2.500 kt de CO₂eq, una cifra muy por debajo de lo esperado. Fue el segundo peor año en emisiones netas del país, solo superado por 2017.

Debido a su importancia en mitigación del cambio climático, la Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC) de Chile le da gran relevancia a los bosques, con metas de manejo sustentable de bosque nativo -y sus respectivas capturas de GEI asociadas- y forestación tanto de bosque nativo como de plantaciones forestales. Según el informe Bienal de Transparencia, a 2022 dichas metas oscilaban entre el 3,5% y 23% de cumplimiento.

En el caso de Ecuador, el Primer Informe Bienal de Transparencia y Quinta Comunicación Nacional muestra que las emisiones netas de GEI del sector UTCUTS fueron de 25.823,20 kt de CO₂eq, que representa el 29,26%, del total de emisiones al año 2022 para el país. Esta cifra es mayor que la del análisis previo (2018) en el que se estimaron 20.294,77 kt de CO₂eq para este sector. “Este repunte puede atribuirse al incremento de la deforestación impulsado por la expansión de tierras agrícolas y pastizales, el crecimiento de asentamientos urbanos y la conversión de tierras forestales a otros usos”, dice el informe. 

Estas actividades han sido asociadas, justamente, como las causas de los incendios en sumideros de carbono importantes como los páramos. Por otro lado, la categoría “quema de biomasa”, que se refiere directamente a los incendios, aportó con 28,08 kt de CO₂eq para el sector UTCUTS en 2022, a diferencia de 1,41 kt de CO₂eq, que fue la cifra registrada para las emisiones de los incendios en el año 2000. 

“Es como una verdadera pesadilla”

Fueron, precisamente, los devastadores megaincendios del verano de 2017 en Chile los que encendieron las alarmas en la casa de Rocío Cruces y Víctor Faúndez, quienes poseen un pequeño predio de 16 hectáreas en Santa Juana, en la Región del Biobío. Con frecuencia, esta zona del centro sur de Chile aparece en los titulares de la prensa por los incendios forestales. Se trata de un territorio mixto, donde conviven viviendas rurales y urbanas, cultivos agrícolas y extensas plantaciones forestales.

Santa Juana, en la zona centro-sur de Chile, combina áreas urbanas y rurales con cultivos agrícolas y extensas plantaciones forestales. Los incendios en esta comuna han sido graves, causando pérdidas humanas, daños a la infraestructura y destrucción de áreas naturales. Foto: Andrés Meza.

“En el verano del 2017, nosotros vimos a kilómetros de distancia que se acercaba un incendio, que fue en ese minuto controlado por ataque aéreo”, relata Rocío Cruces, profesora de Ciencias Naturales y Biología, y cofundadora de Bosques de Chacay, un parque de bosque nativo donde tienen pistas para bicicletas y espacios para otras actividades al aire libre. Si bien el incendio se contuvo, fue un detonante para que ambos pensaran en formas de disminuir su exposición y vulnerabilidad ante este tipo de eventos extremos. Fue en esa búsqueda donde vieron que se utilizaba el pastoreo estratégico para la prevención de incendios, con rebaños de animales como cabras en países como Canadá, Australia, Estados Unidos, España, Portugal y Francia. 

Así nació Buena Cabra, una organización que busca prevenir la propagación de incendios forestales con el diseño del paisaje y la creación de cortafuegos a través del pastoreo de cabras. En el invierno de 2017 llevaron a su predio 16 cabras y empezaron a trabajar con ellas, aplicando la metodología del pastoreo estratégico, que consiste en trasladar rebaños a zonas con alta acumulación de material vegetal seco —combustible para incendios— y controlar la vegetación de manera dirigida. Así, las cabras comen en sectores específicos y en momentos determinados, de forma planificada, permitiendo reducir la carga de combustible sin herbicidas y quemas.

En palabras más técnicas, se trata de silvicultura preventiva que contribuiría a proteger las zonas habitadas e intervenidas por la población humana.

Lo llamativo es que fue en 2023, el otro año donde los incendios hicieron que los bosques se convirtieran en emisores de carbono, cuando llegó lo que Cruces llama “una literal prueba de fuego”.

El incendio Santa Ana, que afectó a las comunas de Nacimiento, Santa Juana y Coronel, se desató el 2 de febrero por una línea eléctrica sin protección, a cargo de la empresa eléctrica Coelcha, que entró en contacto con un eucalipto. “Pasamos en vela la noche, mirando el cielo enrojecido y con la esperanza de que a lo mejor no iba a llegar a nosotros. Pero ya a las 10:30 del día 3 de febrero, ese viernes, con un pronóstico de que había altas temperaturas, 39, 40 grados (…) llega el incendio y nosotros, bueno, como estábamos trabajando en prevención, teníamos esperanza de que lo que estábamos haciendo era lo correcto y que teníamos de cierta forma una capacidad de enfrentar esto que se venía encima, llega el incendio a las 12 del día. Finalmente, llega”, cuenta la cofundadora de Buena Cabra. 

“Es una tormenta de fuego. O sea, es un ruido ensordecedor. Un crujido. Es como una verdadera pesadilla donde gritas y no se escuchan tus gritos porque hay mucho ruido ambiente, que es producido por el avance del fuego, donde viene crujiendo todo. Es una hoguera gigante que, además, viene con el viento que se produce, acarrea humo y acarrea también otras estructuras que son conocidas como pavesas, que en definitiva son hojas de eucalipto, piñas de pino…”, prosigue Cruces, y añade que no evacuaron porque tenían planificada una zona de seguridad, que es un área abierta sin árboles, en la parte baja del terreno, cerca de un río. Allí arrancaron con Faúndez y sus perros, gatos y 150 cabras.

Cuando se controló el siniestro y el humo comenzó a disiparse, observaron que su relicto de bosque nativo –  trabajado con las cabras – no se había consumido por el fuego, convirtiéndose así en una prueba empírica de que el manejo en zonas habitadas es clave para ayudar a frenar el avance del fuego y aumentar la resiliencia de los paisajes ante los incendios.

Para García, “el ejemplo es palpable”. “Uno ve las áreas que han estado siendo manejadas y, claramente, es posible apreciar una reducción importante en el combustible y especialmente de algunas especies que son bien difíciles de manejar, exóticas en la mayoría, como la zarzamora y la retamilla”, complementa el académico de la UdeC, en alusión a que esta vegetación se convierte en combustible propicio para la propagación de incendios en la zona.

Los páramos olvidados de Ecuador

Al igual que Rocío Cruces y Víctor Faúndez, Hernando Paspuezán también recuerda el momento en que el fuego se expandía por el páramo cercano a su hogar. “Las llamas eran enormes. Estaba ventoso y no podíamos entrar”. En este caso, el incendio ocurrió en Carchi, una provincia en el norte de Ecuador, en la frontera con Colombia. Según la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos (SNGR) de Ecuador, allí se han registrado más de 580 de estos eventos en los últimos 14 años. 

El incendio que cuenta Paspuezán ocurrió en enero de 2024 en la Reserva Ecológica El Ángel y consumió más de 1.600 hectáreas. Es el más grande que este hombre ha visto a lo largo de sus 50 años y el más difícil de controlar. Junto con otros 14 compañeros, Paspuezán creó en 2022 el grupo de voluntarios brigadistas ambientales para combatir los incendios en los alrededores de su localidad: la comuna ancestral de indígenas Pasto La Libertad. El grupo realiza recorridos para controlar las quemas y se capacita en el apagado del fuego. Paspuezán está consciente de la riqueza y los servicios del ecosistema que lo rodea. Este páramo alberga a más de 250 especies de plantas, entre las que se destacan los frailejones, que solo se encuentran en tres países en el mundo. A más de un año del evento, aún las huellas de la quema son evidentes en el suelo negro y en las hojas de las plantas que sobrevivieron. 

Katya Romoleroux, investigadora y curadora del herbario de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), cuenta que los páramos ecuatorianos ocupan el 7% del territorio nacional y son el hogar de más de dos mil especies de plantas vasculares. El 30% son endémicas, lo que significa que solo se las puede encontrar en el país. La flora y las características del suelo han contribuido para que los páramos sean capaces de retener hasta seis veces más carbono que los bosques. “Si nosotros incendiamos y producimos que el calor suba en estos puntos, va a haber escorrentía, va a haber erosión y se va a perder la capacidad del páramo de secuestrar carbono”, explica Romoleroux. 

En enero de 2024 se quemaron más de 1.600 hectáreas en un incendio en la Reserva Ecológica El Ángel, ubicada en Carchi. En esta provincia, en la frontera norte con Colombia, se han registrado más de 580 de estos eventos en los últimos 14 años. Crédito: Isabel Alarcón

La amenaza es evidente. Según datos de la SNGR, en el año 2010 se registraron 109 incendios forestales que afectaron 610 hectáreas de cobertura vegetal, mientras que en el 2024 se registraron 5.833 eventos que afectaron a 83.406,54 hectáreas. Además, la cantidad de hectáreas quemadas en 2024 fue más del doble que la registrada en 2023. Las provincias más afectadas son las de la sierra ecuatoriana, donde justamente se concentran los páramos.  

Esteban Suárez, profesor investigador de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), explica que en la parte norte del país hay ecosistemas vitales. “En promedio, un páramo del norte puede tener 2,5 metros de profundidad, entonces es un reservorio de carbono gigantesco”. El especialista señala que este es uno de los ecosistemas con más concentración de carbono por unidad de superficie del mundo. “Un bosque tropical tiene 250 a 300 toneladas de carbono por hectárea, pero en un páramo normal encuentras hasta 400 toneladas de carbono por hectárea almacenadas en el suelo. Cuando vas a las partes planas o turberas, que son como pantanos en el páramo, puedes llegar a tener hasta 2.000 toneladas de carbono por hectárea”, añade. 

En la actualidad, Suárez está investigando la dinámica de carbono en estos suelos. Aunque el estudio aún no está publicado, adelanta que una de las principales conclusiones de la investigación es que, cuando este ecosistema se quema, no solo deja de fijar, sino que libera hasta un 80% más de carbono hacia la atmósfera. 

Uno de los temas más preocupantes es que los incendios más intensos de los últimos dos años ocurrieron en las zonas de influencia de dos áreas protegidas: Reserva El Ángel (Carchi) y Parque Nacional Cajas (Azuay). Los especialistas coinciden en que la expansión de la frontera agrícola y los sistemas de ganadería extensiva son las principales causas. “Es toda una bola de nieve que viene vertiginosamente y, si seguimos así, puede ser el fin de los páramos como secuestradores de carbono”, dice Romoleroux. Según datos de un estudio de amenazas a estos suelos, las zonas susceptibles a incendios forestales cubren el 96,60% de la superficie de páramo. 

A esto se suman otros factores. ​​Según datos del Ministerio de Agricultura y Ganadería, al año 2022, el 28% del páramo tiene riesgo alto-muy alto a sufrir sequías y la lenta regeneración de este ecosistema provoca que el impacto de los incendios sea aún mayor.

La vida post incendio

Los impactos que generan los incendios en los ecosistemas forestales son variados, y no siempre tan sencillos de entender.

De partida, los informes como el inventario de gases de efecto invernadero de un país se basan en datos promedio “de cuánto se pierde, por ejemplo, por un incendio o cuánto por el contrario absorbe un bosque. Son siempre promedios de estudios que existen”, puntualiza Jorge Pérez-Quezada, profesor titular de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile e investigador asociado del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y del Centro Internacional Cabo de Hornos. 

El también investigador sénior en Carbon Real añade que “el problema es cuando no existen esos estudios y se empiezan a usar datos de estándares que ofrece, por ejemplo, el IPCC [Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático] a nivel internacional y que esos generalmente vienen de ecosistemas similares pero no iguales, generalmente han sido generados en estudios en otros países. Por lo tanto, ahí tenemos una incertidumbre grande, si es que no hemos hecho estimaciones a nivel local. Por eso es importante poder estudiar el ciclo del carbono en nuestros ecosistemas, en nuestros bosques, para saber cuánto tienen acumulado y cuánto es lo que están absorbiendo anualmente y, por tanto, cuánto nos están ayudando a mitigar el cambio climático”. 

En Chile, según el informe del Instituto Forestal antes citado, el Inventario Nacional de Gases Efecto Invernadero de 2024 hizo una actualización metodológica respecto al cálculo de emisiones provenientes del sector UTCUTS, que incluyó el factor de combustión en plantaciones según edad y diferenciación de especies en plantaciones forestales, entre otros. Eso generó una actualización de las emisiones pasadas: en 2016 se absorbió un 13% menos del carbono del que fue originalmente estimado hace unos años por el mismo Inventario.

Santa Juana fue una de las localidades afectadas durante la temporada de megaincendios de 2017 y 2023. En la imagen, árboles calcinados tras los incendios de 2023. Foto: Andrés Meza.

Aníbal Pauchard, profesor de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción (Chile) y director del IEB, precisa que “cuando se quema un bosque, no se quema la totalidad del bosque. No es que simplemente el carbono pasa a ser carbono orgánico, de estructura molecular y orgánica, a dióxido de carbono. Mucho del carbón queda, ya sea como carbón sólido, el carbón negro que conocemos, o también queda en material muerto en pie. Es decir, madera que está muerta, pero que se está descomponiendo o que se va a descomponer en los próximos años. Por lo tanto, no es que uno pase de tener 100 unidades a tener cero unidades de carbono fijado. Pero cuando se quema un bosque también se afecta la capacidad de ese bosque de seguir capturando carbono”.

Por otro lado, los bosques quemados también se ven afectados, por ejemplo, cuando la gente entra para aprovechar la leña en los días, semanas o meses posteriores al incendio, al asumir que un árbol con su tronco y copa chamuscados está muerto. “Y esto no siempre es así”, alerta García, quien señala la importancia de limitar estas conductas que pueden obstaculizar la regeneración natural de estos ecosistemas. Otras medidas incluyen evitar la presencia del ganado de vacas, ovejas o cabras en zonas de bosque nativo y el otro es el control activo de especies exóticas, como los pinos. 

Lo último se debe a que muchas de estas especies tienen un origen de ecosistemas donde el fuego es más recurrente que en Sudamérica, por lo que presentan adaptaciones que le permiten sobrevivir al fuego o bien adaptarse a las condiciones post fuego, desplazando a la flora nativa. Como recoge un policy brief del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, los pinos se reproducen y colonizan eficazmente los bosques nativos tras la ocurrencia de incendios.

Según Pauchard, “es como una cosa lenta, pero segura, que tú finalmente quedas con un ecosistema donde solamente quedan las especies invasoras y es cosa que ustedes miren en la visita que han hecho, que aquí lo que van a ver es aromo, retamilla, pino, el aromo australiano. Entonces, son básicamente puras especies invasoras y las especies nativas no están adaptadas a la misma intensidad y frecuencia de incendios”.

Un estudio publicado en Forest Ecology and Management sobre la restauración ecológica post incendios en ecosistemas forestales de América Latina – que analiza experiencias desde México hasta la Patagonia – examina los aciertos y dificultades en la aplicación de estrategias de restauración pasiva (regeneración natural) y activa (reforestación asistida). Así concluye que la degradación del suelo, las especies invasoras, la selección inadecuada de métodos de restauración, la falta de financiamiento, marcos regulatorios débiles, la escasa concientización pública y la desarticulación entre saberes locales y científicos, son algunas de las limitaciones ambientales, técnicas y socioeconómicas que obstaculizan la restauración post incendio en América Latina. 

Asimismo, es clave partir de lo más básico, como es entender que no todos los ecosistemas responden igual al fuego, por lo que diferenciar entre sistemas adaptados y sensibles al fuego es crucial para definir estrategias de restauración efectivas. 

Un futuro resistente al fuego

La misma investigación de Forest Ecology and Management destaca que la restauración post incendio requiere de la participación social, la educación ambiental, el manejo del fuego y el diseño de políticas integradoras que fortalezcan la resiliencia de los ecosistemas.

Por ello, cuando se habla de medidas, no hay una “receta” única. De acuerdo con Pauchard, “es muy contexto-dependiente”. El científico asegura que “tiene que ver con el contexto humano, súper importante, porque si tú tienes zonas que sabes que se van a quemar sí o sí, bueno, quizás hay que entrar con el tema de la ganadería, por ejemplo, la reducción de combustibles mediante el uso de ovejas, cabras, pero eso tiene un impacto ambiental también, entonces hay que tener cuidado. Si estamos hablando de un bosque natural, que tú sabes que la probabilidad de que haya un incendio es muy baja, déjalo tranquilo y eso debiera funcionar. Yo creo que hay que ir viviendo situación a situación”.

Aun así, Pauchard considera que la idea de paisajes más complejos, como “mosaicos”, podrían contribuir a la resiliencia de algunos territorios. “Mosaicos de frutales, bosque nativo, praderas, plantaciones forestales. Y yo creo que, en las zonas donde ya hay demasiada densidad humana, eso tiene bastante sentido. O sea, un mosaico se va a quemar más lento que una zona de un solo tipo de uso forestal, por ejemplo”, añade. 

Y si bien las brigadas en algunos países son efectivas en el control de incendios, las fuentes entrevistadas consideran urgente avanzar hacia una política integral de prevención que incluya una perspectiva más ecológica y la prohibición del uso del fuego en faenas agrícolas y recreativas, especialmente en zonas propensas. El manejo del paisaje, por ejemplo en la interfaz urbano-rural, es fundamental, estableciendo cortafuegos o zonas de vegetación baja entre viviendas y bosques, con césped húmedo, techos no combustibles y casas alejadas al menos 25 o 30 metros de vegetación arbustiva y arbórea. 

Lo anterior requiere, en palabras de la cofundadora de Buena Cabra, “habitar en comunidad, no pensar solamente en mi propio bienestar…las comunidades tienen que abrirse y buscar las soluciones en conjunto y mirando siempre la naturaleza, cómo se comporta, cómo es la ladera que tengo al lado, donde está el humedal, protegerlo, la vega húmeda, el río, los cursos de agua, las napas. O sea, en definitiva, es observar a la naturaleza y ver que ahí está nuestro refugio y que tenemos que cuidarlo de esa manera, con las herramientas que podamos obtener”.

Rocío Cruces, cofundadora de Buena Cabra y Bosques de Chacay. Foto: Andrés Meza.

A nivel de política pública, el desafío también ha comenzado a ser reconocido. En la actualización 2025 de su NDC, Chile incorporó metas específicas para la prevención de incendios forestales y la reducción de la degradación de los bosques. Según explica Andrés Pica, jefe de la División de Cambio Climático del Ministerio del Medio Ambiente, la nueva NDC pone énfasis en fortalecer la coordinación público-privada, impulsar comunidades de práctica en los territorios, y escalar experiencias exitosas como las de prevención comunitaria en zonas de riesgo. “La adaptación funciona. Tenemos que hacer los diagnósticos adecuados, saber que el riesgo es mayor y hacer las acciones que reduzcan ese riesgo. No es que los incendios van a ser cero, pero el tema es cuánto se propaga ese incendio. Es distinto un incendio que queda acotado a una o dos hectáreas a un incendio que afecta 100.000 hectáreas. Ese es el camino que tenemos que tomar y por eso no es caer en la desesperanza. Podemos hacer acciones que reducen el riesgo. Tenemos que identificarlas y tenemos que implementarlas”, enfatiza.

En el caso de los páramos, la reforestación o los programas de restauración basados en sembrar árboles no tiene sentido, dice Suárez. “En algunos casos la medida más prudente es parar las quemas y permitir a la vegetación que se recupere lentamente. Si ves que no se recupera, se puede pensar en una restauración más activa”, sostiene. Es difícil calcular cuánto tiempo tomará la recuperación de este ecosistema. Si se piensa solo en el pajonal, agrega Suárez, puede estar recuperado en unos tres o cuatro años. Por otro lado, los arbustos, árboles y la cobertura más rica, puede demorar décadas. Si las quemas se repiten, que es lo que generalmente ocurre, el suelo continuará  erosionándose y degradándose, lo que dificultará su recuperación.

“Tenemos que ver qué es lo que tenemos y cómo cuidarlo. No digo que no se haga pastoreo, porque es necesario que existan las vacas, pero debe haber sitios para eso. No necesitamos dañar todo el páramo”, explica Romoleroux y enfatiza la necesidad de un trabajo en conjunto entre la academia, las comunidades y las autoridades. 

Lo anterior no solo es fundamental para la prevención y combate de los incendios forestales, sino también para mitigar las crisis socioambientales que van más allá de las emisiones de carbono.

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