El pueblo de Colombia que protege su café de los incendios forestales

En Ortega, un pueblo cafetero del sur del Tolima, las comunidades, los caficultores, brigadistas voluntarios y bomberos buscan la manera de prevenir incendios forestales y evitar que el fuego arrase los cultivos de café de especialidad. Solo en 2024 se quemaron 5.700 hectáreas de bosque y cultivos en el municipio.

Todos los días, los cargueros esparcen los bultos de café sobre la única calle comercial de Ortega, un pueblo caluroso en el centro de Colombia que es conocido por prenderse con incendios forestales. En las mañanas, los jeeps Willys esquivan el tapete conformado por los granos de café pergamino —una etapa donde todavía mantiene su membrana amarilla que lo protege— traídos por los campesinos desde la cordillera. Mientras tanto, el sol brillante evapora el agua del producto fresco sobre el asfalto. 

En Ortega siempre ha habido café y aunque predomina la variedad Castillo —la semilla certificada por la Federación Nacional de Cafeteros—, algunos campesinos cafeteros se han animado a cultivar otras variedades “de especialidad” que pueden venderse mejor, aunque sean menos comunes y menos resistentes a las plagas. Mientras una carga (125 kg) de Castillo está en 2,6 millones de pesos colombianos (650 dólares), la de Geisha se puede vender hasta en cinco millones (1.200 dólares). 

El 78% de los ortegunos, según los censos del Dane, viven en las montañas que rodean el casco urbano. Han preferido quedarse allí, donde el clima sigue siendo apacible y donde es más difícil que los incendios alcancen sus cultivos. Pero abajo, en ese pedazo de tierra plana donde el calor allana cualquier actitud, la gente se encuentra para hacer transacciones en especie con plátanos, panela, queso y yucas. 

Arbey Chaguala (56), Sandra Yomaira Quiñones (50), María Angélica Yate (32) y Kensy Rodríguez (35) conforman la brigada comunitaria de Ortega, Tolima, junto a trece personas más. Foto: Isabella Bernal

Viviana Oyola, de 38 años, se reúne ocasionalmente con los caficultores, ingenieros ambientales y otros involucrados en la producción del café de la región. Su nombre tiene peso entre las familias montañeras del sur del Tolima porque es la representante de los caficultores de esta zona ante la Federación Nacional de Cafeteros. Fue elegida por votación en 2018 y reelegida cuatro años después para seguir representando a las más de 15 mil familias productoras de un oficio en el que, hasta hace muy pocos años, las mujeres eran invisibilizadas por las cifras oficiales aunque siempre hayan participado en la producción cafetera del país. 

Desde el parque principal de Ortega inicia un recorrido que le tomará alrededor de dos horas para visitar lo que para ella son las joyas de su región: una variedad de granos de café que crecen entre las pendientes, a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, porque en los valles casi desérticos del municipio no brota ningún grano rojo. 

Como explica Viviana, “la variabilidad climática ha desplazado la caficultura hacia arriba, pues los 611 municipios cafeteros que tiene Colombia, en 23 departamentos, se han visto afectados por el cambio climático”. Según ella, el pueblo de Ortega se ha vuelto más caliente desde que empezaron a tumbar los bosques para abrir potreros. “Por eso, los que producimos sabemos que tenemos que protegernos de la deforestación”, insiste. 

“En el departamento de Tolima tenemos los mejores cafés del país”, dijo con convencimiento antes de subirse al carro que la llevaría por las trochas perpendiculares por donde es casi imposible andar. En la carretera, de camino, se extienden solo arroceras y pastizales con pocas vacas. Entre los árboles, al borde de la carretera, se ven los parches calcinados por el fuego.

Los incendios que amenazan a Ortega y sus cafés

Según el recuento hecho por las brigadas forestales comunitarias —una red nacional creada en 2024 y que actualmente opera en 24 departamentos para prevenir y monitorear estas emergencias—, solo el año pasado se registraron más de 400 incendios forestales en Ortega. Las cifras lo convierten en el municipio con más casos a nivel nacional, según estos organismos. Sin embargo, el Ideam precisa que, si bien el Tolima es uno de los departamentos con más puntos de calor en el país, otros municipios cercanos a Ortega presentan cifras más altas de incendios.

Aunque los números les advierten a los cafeteros sobre el riesgo en la zona, la mayoría todavía no se imagina que el fuego pueda llegar a arrasar con sus cultivos de montaña, tal y como lo ha hecho con los cultivos de cachaco —la hoja del plátano con la que se envuelven los tamales—, a solo 20 kilómetros de donde crece el café. 

Agosto, además, es conocido entre los habitantes de Ortega como el mes de los incendios, porque los vientos están más feroces y los campesinos hacen quemas para alistar la tierra.  

En una construcción hecha en hormigón, al borde de la carretera intermunicipal, se guardan dos camiones rojos del cuerpo de bomberos; uno de ellos está varado desde hace más de un año. Allí, Kensy Rodríguez —líder de las brigadas comunitarias— citó a una reunión. 

“Me parece importante hablar con ellos [los bomberos] porque trabajamos de la mano”, dice. Es mamá de dos hijos y vive en una vereda con calles de tierra en donde se encarga de guardar los batefuegos, rastrillos, bombas de espalda y machetas que utiliza junto a su equipo de 14 brigadistas para moverse entre la candela. También tienen un par de drones para precisar el sitio donde están los incendios y que, tanto ellos como los bomberos, puedan entrar más fácilmente al área.

“En 2024 se quemaron 5.700 hectáreas de bosques y cultivos en Ortega”, recuerda. “En un día nos tocó atender hasta cuatro incendios al mismo tiempo. Con todo y eso, fue el año donde menos se perdió”. En 2019, el fuego acabó con casi 11 mil hectáreas y, en 2015, fueron más de 15 mil, según el secretario de Gestión del Riesgo de Ortega, Rosenberg Leal. 

Como cuenta Matilde Villegas, una mulata de Guamal, Magdalena, que forma parte del cuerpo de bomberos de Ortega desde hace 16 años, “aquí eso es pan de todos los días”. En Ortega, la gente siempre ha convivido con el fuego; la diferencia es que ahora las temperaturas son más altas y las “quemas controladas” que tradicionalmente hacían los campesinos se volvieron peligrosas. 

Matilde recuerda el incendio más devastador que presenciaron en 2024, en la vereda Pasacandela. Lo que empezó como una quema habitual antes de la siembra se convirtió en un desastre. La imagen final: tres casas incineradas, un trapiche y varias hectáreas de caña y café en cenizas. “No sé por qué les siguen llamando ‘quemas controladas’ si el fuego se vuelve incontrolable con los vientos, sobre todo si están cerca de las palmas, que prenden chispas por su aceite natural y caen en estos terrenos tan secos”, insiste Kensy.

Lo cierto es que el registro con el que cuentan hoy se ha logrado gracias a la información que recogieron las brigadas y que, además, en su momento, sirvió para responder a las emergencias.

Promesas incumplidas

Luz Mary Rico (43), secretaria de la asociación Café Agrario, y Karol Capera (30), caficultora de la finca El Roble, aparecen frente a los surcos de un cultivo de Bourbon Rosado. Foto: Isabella Bernal

Entre gotas de sudor, el teniente Germán Lopera —jefe de los bomberos— repara en silencio la improvisada edificación donde se encuentra, su estación. Lo acompaña Pedro Castaño, un veterano lánguido de 69 años que, cuando se quita el uniforme de bombero, es “Machala”, el presidente de los recicladores. El cemento, los ladrillos y el hierro se los donó la gente de Ortega. 

“Los bomberos somos los que metemos el pecho en los municipios, no los señores de las oficinas”, asegura Germán, quien además señala que, buena parte del presupuesto que le entregan para cubrir los salarios y otros menesteres, sale de la sobretasa bomberil del departamento, una especie de impuesto a la ciudadanía que se emplea exclusivamente para ayudar a financiar estos proyectos. 

En los primeros meses del gobierno de Gustavo Petro se anunció que el presupuesto nacional para los bomberos iba a ser de $91 mil millones (22,658,000 dólares) pero al año siguiente lo redujeron un 25%. Los recursos asignados para Ortega fueron de $130 millones (32,365 dólares) para diez meses y se ven reflejados en la remuneración de $1,08 millones (268 dólares) —menos del salario mínimo legal en Colombia— que reciben Germán, Matilde, Pedro y los otros 14 bomberos restantes. 

“Yo me las arreglo con el reciclaje para ajustar el sueldito”, dice “Machala”. Pero, pese a las dificultades, la teniente Matilde mantiene un tono optimista: “Cada vez estamos más preparados para atender los conatos de incendios”. 

De hecho, según sus registros, en los últimos diez años se han reducido las cifras de pérdidas en un 62%. Para ellos, esto es una muestra de su trabajo y el de los brigadistas comunitarios que participan voluntariamente y sin recibir ingresos.

Para Rosemberg Leal, coordinador de Gestión de Riesgo de Ortega, la organización comunitaria ha sido clave: “Aquí la comunidad se atiende sola, porque no tenemos capacidad de respuesta para asistir a toda la zona rural. No hay vehículos de respuesta rápida, solamente un camión que no puede entrar hasta allá, entonces hay que apostarle a fortalecer la prevención”. 

La vereda Alto Guayabo queda a 36 kilómetros del casco urbano de Ortega y el trayecto se recorre en dos horas. Foto: Isabella Bernal

Comunidades organizadas

Llegando a la vereda Alto Guayabo, los granos rojos de café perfilan la carretera estrecha —en ese punto, no se ven nubes de humo sobre las colinas con incendios—. Allí queda la finca El Roble, una propiedad familiar ubicada a dos mil metros sobre el nivel del mar que lleva más de 80 años dedicada a este cultivo. Abuelos, hijos y nietos hacen parte de la asociación Café Agrario, que reúne a 27 familias productoras de cafés especiales.

Hoy, en sus 10 hectáreas, las nuevas generaciones de la familia Rayo han empezado a sembrar variedades de café como el Geisha, el Pacamara y el Bourbon Rosado, las más apetecidas en el mercado internacional. Su propósito, señalan, es demostrar que en el campo también hay oportunidades y que se pueden cultivar cafés que estén por encima de los 85 puntos. 

En las fincas cafeteras, la carta de presentación es la puntuación con la que la Specialty Coffee Association (SCA) califica los cafés de especialidad. En una tabla de puntuación que va hasta los 99 puntos, una taza de 85 se considera “excelente”. Por eso, para ellos se ha vuelto cada vez más importante conocer la calidad de sus granos. A mediados de agosto, 13 muestras del Alto Guayabo estaban siendo evaluadas en el laboratorio de la empresa Amor Perfecto. De salir favorecidas, podrían ser parte del catálogo de esa marca que exporta cafés a Europa y Estados Unidos. 

Aunque en esa vereda nunca ha habido un incendio, ya se están implementando medidas de prevención. Por ejemplo, están prohibidas las “quemas controladas” como un pacto entre vecinos. “Somos conscientes del cambio climático y de lo que pasa en las partes bajas de la montaña, porque los incendios ya no solo suceden en el valle, sino también en la cordillera”, asegura Leoncio Maceto.   

La misma determinación con la que se han organizado las bomberas y brigadistas para frenar los incendios forestales es la que motiva a las familias caficultoras para proteger sus cafés de las consecuencias del cambio climático, aun cuando algunos, todavía, no sienten los efectos.

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