El 2015 fue un año de alerta para el lago Titicaca que conecta a Perú y Bolivia a 3812 metros sobre el nivel del mar. Miles de ranas gigantes del Titicaca (Telmatobius culeus), peces y aves aparecieron muertos en el lado boliviano del segundo lago más grande de América del Sur.
“Fue un llamado de alerta de lo que también puede pasarnos a nosotros”, recuerda Vilma Paye Quispe, de 48 años, que reside a sus orillas en la comunidad aymara de Sampaya, en Copacabana.
Ese mismo año, el lago Poopó, que se une al Titicaca por el río Desaguadero, se secó por completo. El desastre siguió meses después, cuando otras 10.000 ranas gigantes murieron en el río Coata, que da al sector peruano del lago.
Era una crisis anunciada desde hace años para el lago sagrado de los Incas. “Nuestros abuelos decían que el clima iba a cambiar y también que algunas especies se extinguirían, pero nunca lo creímos”, cuenta Paye, quien es arquitecta y una de las 50 lideresas indígenas de la red de Mujeres Unidas en Defensa del Agua, creada en 2016 para sanar el Titicaca de la contaminación.
“Es alarmante que nosotros mismos lo estemos contaminando, porque esto va a repercutir en que también nos extingamos al igual que las ranas gigantes”, agrega con preocupación.
Un síntoma de la crisis
Lo que sucede con este anfibio acuático, en peligro de extinción, es un síntoma de la degradación del lago navegable más alto del mundo. Las descargas de aguas residuales y la basura de las casas, los hospitales y la explotación minera alrededor están contaminando el Titicaca y toda su cuenca, desde el río Desaguadero hasta el lago Poopó.
Diversos estudios ya han confirmado la presencia de metales pesados en sus aguas, como arsénico, cadmio, mercurio y plomo, entre otros. Por supuesto, al respirar a través de su piel holgada y llena de pliegues, estas ranas oriundas y exclusivas del lago absorben todos estos contaminantes.
Sin embargo, alguna vez las aguas del Titicaca sí fueron cristalinas. De niña, Paye jugaba con los carachis amarillos (Orestias luteus) y otros peces nativos en la playa de Copacabana. “No se veía toda esta contaminación, hasta tomábamos el agua del lago y nunca nos enfermamos”, dice la lideresa desde esta ciudad boliviana que, al igual que otras al margen del lago, se ha transformado en un centro turístico del cual dependen prácticamente sus 15.000 habitantes.
Para Paye y otras mujeres, el impacto ha sido más que evidente. “Me da pena que ahora no veo más nada que la playa contaminada”, asegura. “Nosotras palpamos lo que eso está causando, porque somos cabeza del hogar y utilizamos el agua en todo.”
Son las mujeres quienes cargan con la crisis hídrica que se está agudizando debido al cambio climático y la falta de lluvias. En efecto, el agua ya escasea al punto que las comunidades en Copacabana, por ejemplo, sólo tenían abastecimiento un día sí y otro no hasta 2018, año en que el Estado boliviano lo amplió mezclando el recurso del lago y sus vertientes. “Pero la calidad no es la misma, aunque quieran decirnos que han hecho todo para que sea potable, se siente la diferencia”, sentencia la lideresa.
Por eso, en 2020, Paye se unió a la red de Mujeres Unidas en Defensa del Agua. Junto a las defensoras aymaras y quechuas recoge botellas y bolsas de plástico de las playas, sensibiliza a jóvenes en las escuelas, dialoga con las autoridades y hasta mide la calidad del agua con tal de sanar su lago ancestral. Y lo hace contra el machismo que perdura en esta zona del Altiplano.
“¿Creen que ustedes van a poder salvar el lago?”, les decían algunos en las comunidades. “Pero sí que está en nuestras manos como mujeres cambiar algo, y es la lucha que estamos liderando por nuestros hijos. No podemos seguir yendo en contra de nuestra propia especie”, aclara la lideresa.
Un refugio en cautiverio
Tras la muerte masiva de ranas en 2015, un equipo de emergencia rescató a las sobrevivientes en el Lago Menor del Titicaca para conservarlas en cautiverio en el Centro K’ayra, el único en Bolivia destinado a proteger especies de anfibios amenazados.
“Al tener una piel tan permeable, las ranas son centinelas de nuestro medio ambiente”, comenta la bióloga Teresa Camacho Badani, quien está a cargo de este centro de investigación y conservación en Cochabamba, a unos 430 kilómetros del Lago Menor.
“Nadie se da cuenta de que lo que está pasando con estas ranas, en cierta medida, nos puede pasar a nosotros. Solo nos están alertando de lo mal que estamos dejando un hábitat tan necesario para la región. Debemos tomar en cuenta esa señal que nos está dando la naturaleza antes de que sea demasiado tarde”, añade la herpetóloga.
Para su rescate, las ranas del Titicaca atravesaron una odisea desde que salieron del lago que fue su hogar desde siempre. El equipo evacuó a unos 35 anfibios de las aguas contaminadas en un avión, con apoyo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y Amphibian Ark, entre otras organizaciones. Luego, emprendieron un viaje por tierra hasta el Centro K’ayra y se instalaron finalmente en un contenedor acondicionado donde no entra ningún tipo de contaminante y un sistema simula la temperatura y las horas de luz de su hábitat natural. “Aquí recibieron todos los tratamientos veterinarios y cuidados necesarios, porque también estaban expuestas al hongo Batrachochytrium dendrobatidis que está devastando poblaciones enteras de anfibios alrededor del mundo desde los años ochenta”, explica Camacho.
Este refugio es parte del Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny, que fue declarado Patrimonio Nacional en 2014. A la fecha, alberga a 450 individuos que pertenecen a cinco especies del género Telmatobius —acuáticas y endémica de la Cordillera de los Andes—, como la rana gigante del Titicaca; al igual que dos especies terrestres, entre ellas, la rana de cristal (Nymphargus bejaranoi) que no había sido vista en 17 años.
En custodia, las ranas rescatadas del Titicaca se reprodujeron a mediados de 2020, haciendo que su población supere los 290 individuos. Para Camacho, es el resultado de mucho esfuerzo para que estos anfibios superen el estrés por todo lo que pasaron debido al deterioro de su hábitat. “También es esperanzador porque, al rescatarlas, esperábamos que ellas sean las reproductoras que permitan que su descendencia pueda volver al lugar de donde ellas tuvieron que salir por una emergencia”, añade la bióloga. “En verdad, lo último que quisiéramos es tenerlas en cautiverio, pero es nuestro último recurso frente a lo que está sucediendo en el lago”.
Guardianas de la especie
En la comunidad de Perka Norte, ubicada en el litoral peruano del Titicaca, aún queda esperanza para las ranas gigantes. Después de 10 años sin monitoreo de las poblaciones de este anfibio, en 2017, una misión científica del Zoológico de Denver, la Universidad Peruana Cayetano Heredia y la organización sin fines de lucro Natural Way analizó 13 puntos del lago. En la mayoría, no había ranas. En algunos sitios apenas se hallaron entre una a cuatro ranas en 100 metros; sin embargo, en Perka Norte, la cantidad se elevaba hasta las 20 ranas.
“Nosotros no sabíamos que las ranas estaban desapareciendo en otras comunidades”, dice Elvira Chicani Cruz, lideresa y artesana de 45 años que antes se dedicaba a la pesca artesanal con sus abuelos en este pueblo aymara. “A veces se quedaban atrapadas en nuestras redes, pero siempre las hemos devuelto al lago para que crezcan más, para que no se pierdan. Ahora las estamos cuidando mucho más porque se las quieren llevar a los mercados”.
Además de la contaminación, la mayor amenaza que enfrenta este anfibio del Titicaca es su tráfico para la venta de jugos verdes en ciudades, como Lima, debido a creencias populares sobre sus propiedades curativas. De hecho, es la especie más traficada en el Perú, según una investigación de InSight Crime, representando más del 50% de los 20.000 animales incautados por las autoridades entre 2015 y 2020.
Por eso, tras los hallazgos de 2017, Natural Way continuó con un estudio de densidad poblacional de la rana del Titicaca de la mano con la comunidad. Se instalaron transectos bajo el agua y se capacitaron a mujeres y hombres de Perka Norte para que asistan en campo a los científicos, mientras bucean a pulmón para analizar a la especie.
Según el biólogo Jhazel Quispe, a cargo de la organización, durante esos meses de investigación científica y social se descubrió que los traficantes no habían llegado todavía a esta comunidad, ubicada a una hora en lancha de la ciudad de Puno. También se confirmó que sus habitantes no tenían mayor conexión con la rana que un ritual para llamar a la lluvia, que consiste en extraer al animal del lago y llevarlo a un cerro antes de las cosechas. Más aún, era considerado de aspecto desagradable y los niños le tenían miedo.
“Llegamos a entender que si en algún momento algún traficante les ofrecía dinero por extraer 1000 ranas, lo iban a hacer porque no sentían mayor afecto por ellas”, comenta el investigador.
Al respecto, la lideresa Chicani es firme: “Aquí, nosotros no permitimos eso”. La educación ambiental con la comunidad —y en especial con niños y jóvenes— fue una estrategia central para conservar a este anfibio acuático.
La incidencia fue tal que, en 2018, ella y ocho artesanas de Perka Norte se asociaron para crear textiles inspirados en la rana gigante del Titicaca. El emprendimiento, además de mejorar sus medios de vida, fue una señal de la transformación que se estaba dando.
“A veces vemos que vienen lanchas, les sacamos foto y pasamos la voz a las autoridades”, cuenta Chicani, quien incluso reporta que los traficantes han llegado en carros preguntando dónde había más ranas gigantes. “Estaban dando vueltas por días, pero los hemos expulsado”, dice. “Ahora que nosotros queremos mucho a esta rana no vamos a permitir que la extraigan ni tampoco que sigan contaminando el lago, sino también van a desaparecer como los peces que ahora quedan pocos”.
Otras especies en peligro
El desastre ecológico en el lago de Perú y Bolivia está acabando con otras especies nativas, como el zambullidor del Titicaca (Rollandia microptera). Precisamente, en 2019, 119 de estas aves acuáticas fueron halladas muertas en Suchipujo, al pie del agua en la parte peruana. “Las especies que están muriendo coinciden en que son endémicas y, por tanto, indicadoras de cualquier cambio en la calidad del lago”, apunta el biólogo Quispe, que también está investigando a este animal en peligro de extinción.
Para la lideresa boliviana Elizabeth Zenteno Callisaya, se está bordeando un punto de no retorno. “El Titicaca ha perdido la capacidad de auto-recuperarse, porque la contaminación es tal que no es resiliente, ya es un cuerpo contaminado”, dice la ingeniera ambiental que participa desde hace poco más de un año en Mujeres Unidas en Defensa del Agua.
En las últimas tres décadas, el Titicaca, en su superficie total de 8200 kilómetros cuadrados, ha perdido el 90% de especies de peces nativos debido, principalmente, a la sobrepesca y la contaminación, según un reciente diagnóstico de la Autoridad Binacional Autónoma del Lago Titicaca. “Es un colapso en cadena”, recalca Zenteno, de 28 años, que pasó su niñez en la Isla del Sol, en Copacabana, antes del boom turístico“. Ahora hay una gran cantidad de hoteles y alrededor de estos no puedes encontrar peces”, detalla.
Se calcula que 20 especies de peces Orestias se han extinguido en todo el lago durante las últimas seis décadas; mientras tanto, otras seis están al borde de la extinción, según el mismo diagnóstico. A este declive han contribuido también la falta de regulación y la introducción de especies como la trucha arcoiris (Oncorhynchus mykiss), que es depredadora de ciertos peces nativos y renacuajos. “Necesitamos leyes efectivas que limiten todas aquellas actividades que están perjudicando nuestro lago, y eso es lo que nosotras estamos defendiendo para que los jóvenes no tengan que migrar y puedan vivir aquí con la calidad de vida que merecen”, añade Zenteno.
Un futuro en el lago
Para que las ranas en cautiverio en el Centro K’ayra puedan regresar al Titicaca, las condiciones del ecosistema deben volver a ser seguras y óptimas. Algo que en el presente suena lejano. “No las podemos liberar aún porque sería condenarlas a morir”, lamenta la herpetóloga Camacho.
Desde 2019, este espacio de conservación ha puesto en marcha una misión científica —con Natural Way, la Universidad Peruana Cayetano Heredia, el Zoológico de Denver y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador— para estudiar el hábitat de la rana gigante del Titicaca, sus amenazas y la genética misma de esta especie. A partir de esta investigación, respaldada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se busca mejorar su cuidado de manera que este anfibio sí tenga un futuro a largo plazo. “Se está dando así un paso para poder liberarlas más adelante, porque lo ideal es ver a las ranitas ser libres y volver al lugar de donde nunca debieron salir”, concluye Camacho.
Desde tiempos ancestrales, el lago Titicaca es el símbolo de vida para todas las especies que habitan en sus aguas y alrededores. Sin embargo, se está agotando frente al desinterés de algunos que ponen en riesgo la sobrevivencia de todos. “Hay un desconocimiento desmedido de parte de la población a la que, por ejemplo, poco le importa arrojar sus desechos al lago”, indica Luz Mary Quispe, docente peruana y presidenta de Mujeres Unidas en Defensa del Agua. “En las campañas de limpieza que hacemos, inclusive hemos encontrado a las aves con barbijos enredados en sus patas. Estamos llegando a un punto que preocupa bastante”.
Por eso, las defensoras consideran —y están incidiendo políticamente— para que el Titicaca sea declarado sujeto de derechos también en el Perú. Este reconocimiento se dio apenas el año pasado en Bolivia, debido al alto grado de contaminación de sus aguas que, según se lee en la declaratoria del Senado, está causando “la desaparición de toda forma de vida animal y vegetal que cobija en su lecho y riberas”.
Para la defensora aymara Quispe, el objetivo es sanar por completo el cuerpo de agua de sus antepasados. “Queremos que sus aguas vuelvan a ser aptas para todos; sus cuencas y sus ríos y todos sus ojos de agua deben ser cuidados y protegidos desde nuestros saberes ancestrales”, afirma. “Para nosotras, el lago representa la vida, es un ser vivo y, como tal, debemos tratarlo con respeto”.