El calor era por poco insoportable para quienes no habían vivido toda su vida en Cachiyullo, una localidad en el centro de Argentina: era una tarde de primavera y el termómetro marcaba 41 grados centígrados. Casi no había árboles para refugiarse del sol abrasador. Aun en estas condiciones extremas, Alberto Calderón, jefe de la comunidad, caminaba alrededor de su propiedad descubierto, con ojotas y un short.
“El sol que tenemos acá es diferente” dijo y continuó: “sin agua, nada crece debajo de este sol”.
Cachiyullo es una localidad en Cruz del Eje, Córdoba, a cuatro horas en auto de la capital provincial. Para llegar hay que manejar a través del campo abierto, sin nada en el camino más que pueblos esparcidos. Aproximadamente 40 familias viven en Cachiyullo. En el terreno de Alberto Calderón solo hay un par de espinillos (un árbol que desarrolló espinas en vez de hojas para sobrevivir a la sequía) y una rebaño de cabras malnutridas, el principal ingreso para la comunidad. Todo el resto es polvo.
Cachiyullo siempre dependió del agua para sobrevivir; agua que obtenían de pozos y de un río que fluía cercano. En 2013, esas fuentes de la que tanto dependían, se secaron.
En medio de esta mezcla de problemas, la pandemia de Covid-19 fue un dolor de cabeza que agravó la frágil situación de esta localidad rural. Las restricciones impuestas por el gobierno nacional redujeron sus ventas, lo que significó menos ingresos para que las familias adquieran agua y comida.
La historia de Cachiyullo es una de muchas en el Gran Chaco Americano, una región que incluye parte de Argentina, Bolivia y Paraguay. Las Naciones Unidas (ONU) sostiene que Latinoamérica y el Caribe poseen un tercio de las fuentes de agua potable del mundo, pero que su distribución es desigual a través del continente.
28 millones de personas en América Latina no tienen acceso a una fuente de agua segura, según el informe de monitoreo conjunto entre la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF sobre Acceso al Agua, Saneamiento e Higiene. El documento afirma además que la inequidad en el acceso al agua se intensifica por la variabilidad climática y los eventos extremos, con el cambio climático impactando la economía de las comunidades rurales.
En la frontera del cambio climático
La sequía, como dijo Alberto, no es un problema nuevo en Cruz del Eje; en mayor o menor medida, todos los años pasan por una época de sequía. Es por ello que la comunidad siempre tuvo la vista al cielo, midiendo cuánta agua cae. Pero la temporada de lluvias se está reduciendo, es decir que la misma cantidad de agua cae en en un período cada año más corto. Cuando las lluvias terminan, el sol reseca todo otra vez.
Cachiyullo vivía de cultivar sus propios alimentos. Sembraban zapallo y maíz para consumo propio, y el poco excedente lo vendían. Todo cambió durante la década de los 2000, cuando la falta de agua los obligó a adaptarse. Ahora su principal fuente de ingresos es la cría de cabras, y están obligados a comprar todos sus alimentos fuera de la localidad. La sequía del año 2013, la peor en años según Alberto, deterioró la situación hasta el límite. Los pozos se secaron completamente, dejándolos sin agua para consumo personal. Ni hablar para ganadería.
Pero no se quedaron de brazos cruzados. Para sobrevivir, la comunidad cavó una red de 14 kilómetros que los conecta con la fuente de agua más cercana. “Cuando empezamos las obras fue un día feliz”, recordó Alberto.
Nicolás Avellaneda del programa SedCero, una red colaborativa orientada a garantizar el derecho al agua y saneamiento en el Gran Chaco Americano, afirmó que estas comunidades aisladas son vulnerables al cambio climático. “Estas comunidades están absolutamente expuestas, dependen del factor lluvia para sobrevivir. La falta de agua perjudica su calida de vida. Sin agua no producen, y entones no comen”, dijo Avellaneda.
Con palabras similares, el informe de la ONU sobre el desarrollo de los recursos hídricos (2021) sostuvo que “el cambio climático afectará la disponibilidad, cantidad y calidad del agua para satisfacer las necesidades humanas básicas”; amenazando el goce de mil millones de personas al derecho humano al agua y saneamiento.
Los avances en la localidad de Cruz del Eje no llegaron sin sus desventajas: solo la mitad de las familias tiene acceso a esta nueva red de agua, por lo que el 50% de la población debe comprar agua para su consumo.
Otro problema es que el agua contiene niveles altos de sodio, por lo que muchos vecinos eligen no tomarla. La salinidad del agua proviene de las Salinas Grandes de Córdoba, uno de los salares más grandes de Argentina. Rodrigo Cuba, del departamento de Desarrollo Humano de la Cruz Roja Argentina, explicó que el agua salada puede causar problemas de salud, deshidratación e insuficiencia renal.
Es por esto que la mayor parte de Cachiyullo todavía depende del agua de lluvia para cubrir las necesidades humanas básicas. Pero esta no alcanza para cuidar los animales, que es su principal fuente de ingresos. “Competimos por el agua (ganado y humanos). Entra en tensión el uso de agua para consumo porque ningún vecino va a dejar a sus cabras morir. Y la situación es cada vez más complicada por que los pozos están secos”, describió Alberto.
La desigualdad es causa y consecuencia
20 kilómetros al sur de Cachiyullo está Iglesia Vieja, donde vive Cipriano Ramos. Se comunica a través de largos audios de WhatsApp, con una voz rasposa que cuenta la misma historia que Alberto, los incontables problemas que debe superar por la falta de agua.
A diferencia de la comunidad de Alberto, Cipriano y las demás familias de Iglesia Vieja viven de los alimentos que cultivan. La sequía significa que no hay nada que sembrar. “Estamos en lucha por el agua. (…) Si no llueve todo muere y no queda nada, quedamos pobres”, afirmó Cipriano.
No pueden confiar en la ayuda del gobierno, expresó, ya que impusieron un cupo de agua para cada familia que “no es suficiente”. “(El cupo) no sirve para regar, para llenar un pozito, para agricultura. La tierra no resiste el calor con la cantidad de agua que nos dan. No podemos vivir así”, dijo Cipriano.
La desigualdad en el reparto del agua es un problema grande en Argentina: aunque el país tiene la veitisieteava reserva de agua más importante del mundo según datos del Banco Mundial, seis millones de personas no tienen ningún acceso a este recurso en un país de más de 40 millones.
Para Nicolás Avellaneda de SedCero, el quid de la cuestión es la distribución inequitativa a través del territorio. “La falta de infraestructura es una de las causas, pero hay otros problemas que agravan la situación”, afirmó y se preguntó “¿quién tiene acceso al agua?”. Según sostuvo Avellaneda, en un mismo territorio la industria agropecuaria tiene, y consume, altos volúmenes de agua, mientras que la comunidad de la zona “no tiene siquiera para consumo humano, ni hablemos para ganado y agricultura familiar”.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) manifestó que el 70% del agua potable que se usa en América Latina es para agricultura. Rodrigo Cuba, de la Cruz Roja, opinó que las comunidades más vulnerables de Argentina tienen una relación de “codependencia” con la industria agropecuaria. Se enfrentan contra ellos por el derecho al agua, pero mientras tanto, dependen de esa misma industria como fuente de ingresos.
Durante el 2020 y 2021, el Covid-19 impactó con más fuerza en las localidades con menor acceso a agua y sanitización. Un estudio de la Universidad Nacional de Córdoba descubrió que los barrios más pobres de la provincia tenian un 70% más probabilidades de infectarse con el virus.
En este sentido, Rodrigo Cuba comentó que la demanda de agua cobró un nuevo significado durante los años de la pandemia: ya no era solamente agua para beber, sino también agua para lavarse las manos y defenderse contra el Covid-19.
“Con el Covid-19 hubo un cambio en la gente cuando se dieron cuenta de la importancia del agua para la higiene y limpieza; y ese cambio impactó más culturalmente a las comunidades alejadas y rurales. Porque, ¿cómo sensibilizas una comunidad cuando le decis que la primera barrera de protección contra el Covid-19 es lavarse las manos si no tienen agua?”, afirmó.
Iglesia Vieja, la comunidad de Cipriano, perdió gran parte de sus cultivos por las restricciones sanitarias, ya que tenían prohibido vender a pueblos vecinos. Aun con estas condiciones, nadie recibió ayuda adicional del gobierno. Ambos, Cipriano Ramos y Alberto Calderón, declararon separadamente que nadie ayudó a las familias que no podían pagarse el agua. Climate Tracker intentó comunicarse con el Gobierno de la provincia de Córdoba para preguntarle sobre las ayudas, pero no obtuvo respuesta a sus pedidos de entrevista.
Fuente de salud
El programa SedCero y la Cruz Roja Argentina han hecho investigaciones independientes sobre la relación subyacente entre falta de agua, pobreza y salud.
Según Rodrigo Cuba, la falta de acceso al agua afecta la nutrición, higiene y limpieza de una persona: tres pilares que impactan en su bienestar general. Un ejemplo claro de la importancia del agua para la salud es la diarrea. La malnutrición y deshidratación son causa y consecuencia de esta enfermedad, que es la segunda causa de muerte en niños menores de cinco años (OMS). Una epidemia silenciosa, en palabras de Rodrigo Cuba.
El informe de monitoreo sobre Acceso al Agua, Saneamiento e Higiene 2021 reveló que el 50% de los casos de malnutrición en el mundo están relacionados a enfermedades como la diarrea, que son resultado directo de la falta de agua y saneamiento.
Enfrentarse a la sequía
Los expertos no dudan que el cambio climático y el Covid-19 han exacerbado de forma independiente las desigualdades en el acceso al agua y saneamiento en todo el mundo.
Frente a la sequía, ¿qué se necesita hacer?
Nicolás Avellaneda sostuvo que no hay una única solución, sino más bien acciones específicas para cada comunidad y entorno. Para este especialista, se necesita un abordaje integral con una “red de actores sociales” públicos y privados, cada uno sumando sus conocimientos propios para crear soluciones concretas para esos territorios. Aun en territorios similares, cada comunidad tiene sus problemas y condiciones específicas, afirmó Avellaneda.
Una de las respuestas que propone el programa SedCero para el Gran Chaco argentino es la recolección de agua de lluvia. SedCero construye grandes cisternas con capacidad de acopio de 16 mil litros para cubrir las necesidades básicas de cada familia. Además buscan que la comunidad sea independiente y les enseñan cómo construir sus propias cisternas y cómo cuidarlas.
Para Alberto Calderón, la “solución definitiva” para Cachiyullo son obras públicas para la recolección de lluvia; bombas y perforaciones para que todas las familias puedan tener agua.
Pero todas estas soluciones dependen exclusivamente de la lluvia, y en un mundo cada vez más cálido, se necesita un plan “b” y un “c”. La provincia de Córdoba no tiene publicadas soluciones a largo plazo ni planes de adaptación para que las zonas rurales accedan a agua potable en el futuro.
Un último punto es la concientización sobre la crisis, que Rodrigo Cuba sugiere difícil de lograr en las ciudades, donde el agua se malgasta todos los días. “Es difícil de entender (para quienes viven en la ciudad) que alguien no tan lejos de casa vive sin agua potable, rogando que llueva”, expresó Cuba desde la ciudad de Buenos Aires.
A más de 800 kilómetros, Cipriano Ramos está en Iglesia Vieja, su hogar. Habla sobre su campo y cómo él y su familia sufren la falta de agua.
“Yo ya estoy casi de edad, pero quedan mis hijos y mis nietos siguen trabajando la tierra. De eso vivimos. (…) Si no hay agua, no tenemos razones para quedarnos”, dijo el hombre de 70 años.
“Le pedimos a Tata Dios que llueva, esa es la alegría más grande que tenemos”, rogó Cipriano Ramos.