Eduardo Lozada cumplía 20 años cuando comenzó en el negocio de los paneles solares en su tierra natal, Bolivia. Acababa de terminar sus estudios en la Texas A&M University, en Estados Unidos, y regresaba a Santa Cruz de la Sierra con una visión anticipada de la transición energética que venía.
Hoy en día tiene 62 años y es gerente de la empresa boliviana Enersol, especialista en instalación de paneles fotovoltaicos. Aún recuerda que a inicios de 1980, cuando él salía de la universidad, estaba presente en la mente de la población la llamada “crisis del petróleo”. El evento ocurrido en 1973 elevó los precios de los combustibles a nivel mundial y generó escasez en occidente por un embargo que Estados Unidos impuso a los países árabes, que eran los principales productores. También recuerda una visita a las instalaciones de la entonces famosa compañía estadounidense Arco Solar, que había instalado su primera planta fotovoltaica de 1 megavatio (MW). Loza quedó deslumbrado.
Sabía que la energía de fuentes renovables era el futuro, y estaba consciente de que la dependencia en los hidrocarburos llegaría a su fin en algún momento. “Siempre compartía la idea de que tarde o temprano los recursos finitos del planeta se van a acabar”, me dijo Loza, con su acento cruceño, una tarde que conversamos.
Aunque el fin de los combustibles fósiles en el mundo está aún lejos de llegar, algunas proyecciones dicen que para el 2030 Bolivia ya no producirá suficiente gas para su autoconsumo, lo que obligará al país sudamericano, otrora importante exportador de este hidrocarburo, a importarlo para seguir funcionando. La producción gasífera cayó en 50% entre 2014 y 2024 debido a la falta de exploración, como reconoció el propio gobierno de Luis Arce. Al mismo tiempo, el consumo de gas para la generación eléctrica aumentó de 61% a 65% entre 2019 y 2023.
Con este panorama, la energía solar surge como una alternativa para la transición y diversificación energética. Se decía que Bolivia descansaba sobre un “mar de gas” que aseguraba su futuro, lo cual resultó una mentira; pero hoy se sabe que el país ha sido “bendecido” con altos niveles de radiación solar que podrían fácilmente cubrir la demanda eléctrica. “La radiación solar que recibe Bolivia es dos a tres veces más alta que la de Alemania, que es uno de los países que más energía solar produce en el mundo”, decía un artículo de la Fundación Solón publicado en 2017.
“El potencial es muy grande”, corroboró Miguel Fernández, asesor de Energía y Descarbonización en Immersive SRL Consulting Group. “Todo lo que Bolivia necesita en generación de energía, no sólo eléctrica, sino en general, lo lograría con un rectángulo de 250 km2”, acotó.
El país tiene 1.099 millones km2; es decir que 250 km2 representa sólo un 0,02% de su territorio. Decir que un complejo fotovoltaico de ese tamaño bastaría para abastecer a toda la matriz energética de Bolivia no es poca cosa, ya que en este cálculo se incluye no sólo el consumo eléctrico -un 11% del consumo energético total- sino el 89% restante que actualmente depende de combustibles fósiles: transporte, maquinaria agrícola, de construcción, industria, etcétera. Por supuesto que para alcanzar este escenario hipotético, primero habría que electrificar toda la matriz.
Puede que Fernández tenga razón. El profesor en energía solar en distintas universidades públicas, Enrique Birhuett, sostiene que, con un parque solar de 8,5 km2 instalado en el Salar de Uyuni, uno de los lugares que mayor radiación solar recibe en Bolivia, bastaría para cubrir la demanda eléctrica del país.
De hecho, documentos del Ministerio de Hidrocarburos y Energías (MHE) estiman el potencial de energía solar de Bolivia en 71 teravatios (TW). Se trata de una cifra muy grande, considerando que la potencia instalada de energía eléctrica del país (3.600 MW) representa sólo un 0,005% de ese potencial solar que se podría alcanzar.

A menos del 4%
En 2021, al inicio del gobierno de Luis Arce, se planeó alcanzar el 2025 con un 75% de uso de energía renovable. Pero la meta está lejos de cumplirse. Los datos oficiales señalan que al menos 79% del consumo energético tiene origen fósil.
En cuanto a la matriz eléctrica, que como dijimos representa el 11% del consumo de energía total, el 70% depende de gas natural y diésel. El 30% restante depende de renovables: hidroeléctrica (19,4%), biomasa (3,5%), eólica (4%), y solar (3,1%).

Para este reportaje se intentó conversar con algún representante del Ministerio de Hidrocarburos y Energía (MHE), y de la estatal Empresa Nacional de Electricidad (ENDE). Hasta el cierre de esta edición esto no fue posible y sólo se obtuvo un comentario de ENDE que no respondía a las preguntas enviadas por correo.
Ese 3,1% de uso de energía solar en la matriz eléctrica proviene de tres plantas fotovoltaicas que el país instaló en los últimos años en el altiplano boliviano y que en total tienen un potencial de 165 MW.

El propósito de ENDE es subir esos 165 MW a 1.700 MW para el 2050, de acuerdo a datos expuestos por Miguel Fernández, de Immersive SRL. El dato no pudo ser corroborado con ENDE, que se limitó a señalar que actualmente trabaja en ampliar la Planta Solar de Uyuni II y en otros proyectos similares en La Paz y Beni.
Para Fernández hay cuatro acciones que se deben tener en cuenta en la transición energética: la primera es electrificar la demanda de energía. La segunda es introducir más impuestos a la emisión de carbono. La tercera es aplicar medidas de eficiencia energética. Y la cuarta, reducir los subsidios a los combustibles fósiles, uno de los principales escollos que han hecho de Bolivia dependiente al gas natural y una de las razones de los apremios económicos que aquejan al país.
Al sur de la ciudad de La Paz, en los límites del campus que la Universidad Mayor de San Andrés tiene en Cota Cota, se encuentra una pequeña estación fotovoltaica operada por el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Eléctrica (IIIE). Fue instalada en 2017 con financiamiento de la cooperación japonesa “como símbolo de la amistad”, reza una placa metálica descolorida por el sol, que al mediodía es insoportable.
La capacidad máxima de generación de esta planta es de 50 KW, me explicó el coordinador del IIIE, Samuel Nin. Pero ahora que unas compasivas nubes de las cuatro de la tarde han cubierto el cielo la potencia de salida ha caído a 16 KW.
“Bolivia está muy favorecida con la radiación solar, sobre todo en occidente, donde puede ser aprovechada ampliamente”, dijo Nin. “Pero esto no es estable, la potencia varía en función al tiempo”.
El investigador aprovechó nuestra conversación para cuestionar el modo en el que el Gobierno ha manejado la política energética, relegando el rol de las universidades a un segundo plano, sin coordinar con ellas. “El Gobierno hace proyectos por política y no con base en la ciencia”.
¿Todas las fichas al gas?
Una de las principales razones que dificulta la transición energética en Bolivia es la dependencia del gas natural, cuya explotación movió $US 60.000 millones entre 2005 y 2023, una cifra estratosférica que obnubiló la visión de los gobernantes que se olvidaron de invertir en la exploración de nuevas reservas y en la diversificación de las fuentes de energía, afirmó Fernández. “Bolivia siempre ha vivido del gas. Entonces, todo está pensado en base al gas, y eso es lo que ha hecho que no haya un desarrollo de otras fuentes de energía, pero seguramente eso irá cambiando”, declaró.
Ahora la producción de gas natural va en caída libre, lo que disminuyó los ingresos del país para adquirir combustibles líquidos como la gasolina y el diésel, que se venden a precios subvencionados en el mercado interno. El propio gas natural se vende a precio subvencionado a los bolivianos, lo cual sumado a un declive en las exportaciones pone en apuros a la economía y a la seguridad energética de esta nación.
En medio de estas dificultades, Fernández calculó que Bolivia tendría que invertir cada año $US 3.700 millones en energías renovables para alcanzar en 2050 una emisión cero de gases de efecto invernadero. Una cifra considerable si se tiene en cuenta que ahora se batalla para pagar la importación de combustibles, con montos que en los últimos años llegaron a $US 3.000 millones.
Si bien la capacidad de generación de energía solar ha ido en aumento fruto de inversiones y trabajos desarrollados por el Ejecutivo en los últimos años, pasando de cero en 2017 a 165 MW en 2024, la capacidad de generación de las termoeléctricas, que funcionan con gas natural, también se ha incrementando en ese mismo periodo, pasando de 1.400 MW a 2.596 MW.

La ventaja off-grid
Cuando Loza, el propietario de Enersol, terminó sus estudios universitarios en Texas y regresó a Santa Cruz, Bolivia, se alió con el esposo de su tía, un estadounidense e ingeniero civil llamado Kenneth Lefever que había llegado en la década de 1970 para hacer unos estudios para la construcción de una hidroeléctrica. En 1985 trajeron unos paneles solares de prueba y para el año siguiente, con la empresa consolidada, obtuvieron el primer contrato con ganaderos del Beni y Pando para instalar paneles en el área rural a fin de alimentar equipos de radiocomunicación. “Él ponía la plata y yo el trabajo, porque recién me había graduado”, relató el empresario.
Las estancias ganaderas emplazadas en áreas rurales, alejadas de las ciudades, hallaban en los paneles solares una fuente relativamente confiable de suministro energético sin la necesidad de estar conectados al sistema eléctrico, es decir “off-grid”, o fuera de la red. La mayoría de los trabajos que hicieron Lefever y Loza, y después sólo este último tras la jubilación del ingeniero estadounidense, fueron en zonas sin conexión eléctrica.
Esto cambió en los últimos años con el fomento de las energías renovables y la aprobación de la normativa de generación distribuida. Ésta norma permite que los hogares generen su propia electricidad con paneles solares y vendan el excedente al sistema nacional, ahorrando en su consumo. Así, Loza comenzó a trabajar más en áreas urbanas.
Pero la coyuntura actual, la crisis económica que vive el país, vuelca de nuevo la mirada del empresario hacia las zonas rurales. Pobladores que viven en zonas sin conexión a la red dependen de motores a diésel subsidiado para obtener electricidad. Ahora que el combustible escasea o se consigue en el mercado negro a precios inflados, la opción de los paneles solares se ha vuelto atractiva de nuevo para conexiones off-grid. “Ahí se volvió competitivo el negocio, ya que con estos paneles puedes bajar entre 70% y 80% tu consumo de diésel. Ahí tienes un buen futuro”, dijo Loza.
La caída de la producción de gas en Bolivia es una moneda de dos caras: por un lado impulsa la transición energética, por otro también la encarece. El asunto es que al exportar menos gas y caer los ingresos, comenzó la escasez de dólares, y la importación de paneles solares se hizo más costosa. La instalación de un sistema fotovoltaico en un domicilio podría costar $US 800, pero en Bolivia está por los $US 1.200, sostuvo Loza.
Aun así, ante la novedad y -en algunos casos- conveniencia de las energías renovables, los negocios que ofrecen paneles emergen en Bolivia.
En la segunda ciudad más poblada de Bolivia, El Alto, donde la radiación del astro rey calcina las morenas pieles de los pasantes, estos productos se ofrecen en tiendas pequeñas junto a maquinaria de jardinería.
“Los precios varían según la capacidad del panel. Yo tengo de 400 watts, pero hay de 600, de 700. Este de 400 está a $US 270, sólo el equipo, sin la instalación”, me dijo un vendedor de la tienda STSolar. “Con la instalación para un sistema aislado, para el consumo promedio de una casa, sería casi $US 1.300”.
“Yo te cobro unos $US 1.450 con la instalación para un sistema aislado”, me explicaba Dyego Ronquillo, el gestor comercial de Camerino Energy, otra tienda ubicada en El Alto.
Paneles negros, medio azulados, de más de dos metros o pequeños como un cuaderno sólo para alumbrar un farol, se ofrecen también en tiendas en el centro de la Sede de Gobierno, una hoyada emplazada debajo de El Alto. “Estos que son más negros son mejores, absorven mejor la radiación”, me decía una vendedora de Desmart Ltda. “Estos pequeños conectados a su farol te aguantan toda la noche sin ningún problema, porque cargan durante el día”.

Un error que no se puede repetir
Hay consenso en que la transición no implica pasar del gas a la energía solar, sino más bien a una variedad de fuentes, idealmente renovables, que no sólo garanticen la descarbonización, sino y quizás algo más urgente: la seguridad energética.
El 4 de diciembre, en la presentación de un libro sobre transición energética, la representante del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) en Bolivia, Jeannette Sánchez, respondía así a una de mis preguntas: “La ventaja de Bolivia es que tiene todo: energía solar, eólica, hidrocarburos, hidráulica. ¿Por qué casarse con una sola fuente cuando tienes diversidad?”.
Seguramente la misma opinión circula en el gobierno de Luis Arce debido a la mala experiencia con el gas. Después de todo, el director de Planificación Energética y Gestión del MHE, Carlos Echazú, dijo inmediatamente después de Sánchez: “Creo que es el tiempo de la energía solar, pero deberíamos tener el mix completo de todo, no jugarnos sólo por una fuente, que es lo que nos ha pasado. Nos hemos vuelto muy gasíferos, gas-dependientes, y ahora es bueno no volver a centrarnos en un solo recurso”.