Con alrededor de 340 mil km² de superficie, el Pantanal constituye el humedal tropical más grande del mundo. Gran parte se encuentra en Brasil, aunque también se extiende por Bolivia y Paraguay.
Pese a su enorme extensión, este paraíso ha sufrido diversos impactos. La caza furtiva y de represalia en contra de carnívoros silvestres (como el jaguar) y la expansión irregular de tierras cultivables son algunas de las amenazas que enfrenta este lugar, generando una fuerte degradación en los ecosistemas, así como la pérdida de hábitats de diversas especies.
Una de las catástrofes más grandes del último tiempo provino de los incendios ocurridos en 2020, fomentados – en parte – por una fuerte sequía que ha afectado a la región en los últimos años.
De hecho, la reducción de la superficie del agua ha sido de tal magnitud, que entre 1991 y 2021 experimentó una pérdida del 17,1%, de acuerdo con MapBiomas. “Antes teníamos un régimen establecido de 6 meses de sequía y lluvia. Hoy el agua es permanente por menos de 6 meses”, asegura Cynthia Santos, analista de conservación de WWF-Brasil.
Por este y otros factores, el fuego dejó profundas marcas que se notan hasta hoy. Alrededor de 40 mil km² o 27% de su área vegetal ha sido consumida por las llamas, y más de 26% de su bioma – espacio geográfico que comparte el clima, flora y fauna – fue destruido.
Por otro lado, ha sido imposible estimar a cabalidad la pérdida de fauna a dos años de los incendios, aunque algunos cálculos indican que en 2020 murieron de inmediato alrededor de 7 millones de animales vertebrados (como mamíferos, aves y reptiles) por las llamas, esto sin contar a invertebrados (como los insectos).
Por ello se impulsan algunas iniciativas que buscan recuperar la naturaleza del Pantanal y enmendar, en lo posible, las consecuencias negativas de la acción humana.
Comunidades que combaten las llamas
Un estudio sobre el impacto del fuego en el Pantanal constata cómo el mal manejo del suelo, así como las quemas o incendios controlados, que son prácticas agrícolas comunes en la región, son responsables de dejar áreas degradadas. La misma investigación añade que “controlar la deforestación ilegal y el mal uso del fuego solo será posible si el gobierno, la sociedad y el sector agrícola se unen”.
Este es un problema global. El 75% de la superficie terrestre ha sido alterada significativamente por la acción humana, incluyendo la pérdida del 85% del área de humedales entre los años 1700 y 2000. En efecto, la eliminación o degradación de humedales es actualmente tres veces más rápida, en términos porcentuales, que la de bosques.
En 2022 el escenario ya es visible, mientras en el Pantanal se espera que los niveles de lluvia se mantengan entre un 40% y un 50% por debajo de lo normal en este periodo, según el Centro de Monitoreo del Tiempo y Clima del estado de Mato Grosso do Sul.
Para hacer frente al fuego, organizaciones como el Instituto Arara Azul, además de indígenas, agricultores y la población local del humedal, fueron entrenados como brigadistas.
El objetivo fue capacitarlos para la detección y monitoreo de posibles focos de incendio, para así prevenirlos y combatirlos. “Sin entrenamiento, fuimos sin ninguna experiencia y pusimos nuestras vidas en riesgo”, cuenta Neiva Guedes, presidenta del Instituto Arara Azul, sobre el angustiante periodo de 2019 y 2020. Ahora parceros como bomberos y organizaciones de la sociedad civil entrenan a los “pantaneros” para responder pronto y avisar a equipos de bomberos— cuándo la situación lo exige -, evitando así un desastre mayor.
De esa manera, se han conformado al menos 10 brigadas con 76 integrantes en la región de las ciudades de Corumbá y Miranda, incluyendo a comunidades de indígenas y pescadores, además de dueños de haciendas y pequeños poblados.
Los entrenamientos son hechos por el Centro Nacional de Prevención y Combate de Incendios Forestales (PrevFogo/Ibama), como resultado de una asociación entre Ecoa – Ecologia e Ação y WWF-Brasil.
Cynthia añade que combatir la amenaza del fuego es importante, aunque no hay que olvidar la importancia de conservar la biodiversidad local. “Tenemos que pensar en estrategias que incluyan la restauración de ambientes degradados, la pérdida de agua es consecuencia de la pérdida de fuentes de agua dulce.”
Con ese objetivo en mente, en la década de los 80 comenzó una iniciativa para recuperar a una de las especies más icónicas del Pantanal, que ha sufrido los embates de la caza furtiva y los incendios.
Al rescate del guacamayo azul
Una de las iniciativas que lograron medir el impacto del gran incendio de 2020 fue el Instituto Arara Azul, que actúa desde 1986 en la región. El nombre de la organización se inspira en el arara-azul o guacamayo azul (Anodorhynchus hyacinthinus), un ave que suele pesar 1,3 kg y que puede medir hasta un metro desde su pico hasta el extremo de su cola.
En el Pantanal, estos animales construyen el 90% de sus nidos en el manduvi, un árbol con un núcleo blando, al igual que en la ximbuva (Enterolobium contortisiliquum) y angico branco (Albizia niopoides). El problema es que parte importante de esa vegetación se ha perdido, por ello el Instituto Arara Azul se dedica al monitoreo de esta especie y a la creación de nidos artificiales.
Estas acciones se suman a otros esfuerzos de la organización, que desde la década de los 80 ha ayudado en la sobrevivencia del guacamayo. Esta ave incluso fue eliminada del Libro Rojo de la Fauna Brasileña Amenazada de Extinción y cambió su estado de conservación en la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). De esa manera, pasó de estar “en peligro” de extinción a “vulnerable”. Esto se debe a que su población, previamente estimada en 2500 individuos maduros, ahora alcanzaría alrededor de 4300 ejemplares.
La presidenta del Instituto Arara Azul, sintió de cara el impacto en los nidos de su primer refugio ecológico llamado Caimã. Alrededor de 65% del espacio fue destruido por las llamas.
“Se necesitaron 17 días para controlar el fuego, que solo terminó con la llegada de la lluvia. Al monitorear los nidos, vimos que el fuego alcanzó el 49% de los nidos del refugio”, explica. Los nidos fueron quemados dentro y fuera de la cavidad. El humo intoxicó a los polluelos y los pocos que sobrevivieron murieron tiempo después.
Estas aves recuerdan dónde dejaron sus nidos, volviendo al mismo lugar cada temporada. Por eso, después de la destrucción, el Instituto construyó nuevos nidos en la misma ubicación.
Después del incendio, las relaciones cambiaron. No había comida para otros animales, por lo que estas aves tuvieron que desplazarse más lejos para hallar comida. Frente a esto, se observó una mayor depredación de las crías de guacamayo por parte de especies como los coatíes, los que habrían aprovechado la prolongada ausencia de los padres.
Aun así, los esfuerzos han dado frutos. De acuerdo con el Instituto, en 2021 se pusieron 181 huevos, de los cuáles se perdieron 78, es decir, ni siquiera llegaron a ser polluelos. En 2022 los guacamayos pusieron 111 huevos de los cuáles 72 volaron. “Es un trabajo a largo plazo y los efectos duran severamente y toman tiempo. Hay una lucha en la naturaleza en busca de la supervivencia”, señala Neiva.
“Conservar a las especies es la clave para mantener la biodiversidad del Pantanal. Y eso es lo que ofrece el bioma, su exuberancia”, señala Cynthia.
Por esa razón, los proyectos de conservación requieren la ayuda y participación de comunidades locales que viven en la zona hace generaciones. Esto cobra especial relevancia para otra especie emblemática de la región: el jaguar.
Hacia una mejor coexistencia con el jaguar
Una de las especies icónicas del Pantanal es el jaguar u ‘Onça-Pintada’ (Panthera onca), el felino más grande de América que, como buen carnívoro, es clave para la salud de los ecosistemas.
Sin embargo, la pérdida o transformación de su hábitat por actividades humanas – como la ganadería – ha generado una serie de consecuencias, incluyendo la depredación de este animal al ganado. Por este motivo, el jaguar ha sido fuertemente cazado por temor o represalia.
“Algunos propietarios miran el jaguar cómo enemigo por el perjuicio financiero que produce con sus ataques a los rebaños. Pero también lo ven cómo un tesoro nacional y quieren conservarlo, a la vez que mantienen su propiedad segura”, afirma Diego Viana, médico veterinario que nació en Corumbá, la ciudad más grande del Pantanal.
Su conexión con la región, por tanto, es de raíz. Desde sus 11 años iba a la hacienda de su bisabuelo, que era cazador. Salió de su ciudad natal a los 17 años para cursar Medicina Veterinaria. “Sé del miedo de la gente de perder su ganado. Por eso intento promover la coexistencia entre humanos y jaguares. De esta forma podemos agregar valor a sus productos al desarrollar la ganadería en armonía con la naturaleza”, añade.
Por este motivo, Diego implementó una iniciativa inspirada en su estadía en Sudáfrica, mientras cursaba su especialización. Se trata de las vallas eléctricas de bajo voltaje para espantar a depredadores del lugar donde se encuentran los rebaños. En el caso sudafricano, lo usaban para resguardar al ganado ovino de leones y otros depredadores cerca de una reserva natural. Luego de buscar otros proyectos que utilizaban esa tecnología, Diego conoció a la organización Panthera Colombia.
De esa forma, desarrolla medidas similares desde 2016 en el Pantanal con ayuda del Instituto Homem Pantaneiro, organización símbolo de la protección de la biodiversidad local. “Cualquier acción allí es extrema. Para viajar a una de las propiedades donde trabajamos tenemos que viajar casi 6 horas por río, o 12 horas por los caminos. Además de desarrollar el servicio”, añade Diego.
Al menos una vez al mes debe chequear si está todo bien con el material de las vallas, que se daña por factores ambientales. Incluso, los funcionarios de las haciendas pueden ayudar en ese monitoreo.
También han surgido otras medidas alternativas, como los repelentes luminosos para alejar a depredadores. Esta opción sirve para espacios dónde urge proteger a los bovinos, pero no se tiene mucho tiempo para implementar la valla. En una hacienda donde trabaja Diego, murieron 16 becerros por ataques de jaguares en dos semanas durante 2021. Con el repelente, ninguno se perdió en un mes.
Alrededor de 2% a 3% de la producción de ganado se pierde por innumerables razones, de acuerdo con el estudio “Conflicto entre Felinos y Humanos en América Latina”, en el capítulo 13 intitulado: Experiencias en manejo anti-depredatorio por jaguares y pumas en el Pantanal de Brasil de 2017”.
De esa forma, han logrado resultados favorables. Por ejemplo, en la primera propiedad donde Diego implementó estas tecnologías, se perdieron 930 cabezas de ganado en un año antes de la ejecución del proyecto. A partir de su trabajo con las vallas, manejo e identificación de ataques de jaguares, la mortalidad disminuyó.
Al menos 11 causas de muertes fueron registradas: sólo una se debió a un jaguar, ya que las demás se produjeron por otras situaciones, incluyendo mordidas de serpientes. De 930 cabezas perdidas en un año, pasaron a 230 en el siguiente periodo. Y en 7 años el número más alto que se reportó fue de 330 animales muertos.
En haciendas grandes las vallas se quedan alrededor de las maternidades del ganado, donde los becerros son los más atacados. “Hacemos eso para no interrumpir el tránsito de los animales hacia los ríos, por ejemplo”, añade. En haciendas de menor tamaño, el médico veterinario recomienda cercar toda la propiedad.
Así, disminuyen no solo la pérdida económica, sino que ayudan a evitar la caza de jaguares, avanzando así hacia una mejor coexistencia entre humanos y carnívoros silvestres.
Para Diego, “mi mayor sueño es mostrar al mundo este ejemplo de coexistencia entre humanidad y naturaleza, que estamos conservando y ayudando a la naturaleza. Quiero potenciar el hecho de que el habitante pantanero consigue superar los desafíos en armonía con la naturaleza”.