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Las familias que conservan la naturaleza y producen energía sostenible en Colombia

En el Magdalena Medio, al occidente del departamento de Santander, un proyecto logró la instalación de 8 biodigestores como incentivo para proteger especies claves para el ecosistema, como el mono araña y el manatí.

El día que pusieron a funcionar el biodigestor instalado en la finca de Eduardo Vallejo, el ganadero de 53 años aún seguía escéptico. Miraba, a lo lejos, a los técnicos de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS), con quienes llevaba semanas hablando sobre una tecnología que le ayudaría a convertir los excrementos de su ganado en energía, específicamente en biogás. Cuando vio encender la llama, tras varios intentos de los expertos de WCS, Vallejo se puso de pie, caminó hacia la cocina y montó la inmensa olla que utiliza para preparar, diariamente, la comida de sus ocho perros. “Vamos a ver si esta llama calienta”, dijo. Y sí, calentó. 

Vallejo es uno de los beneficiarios de un proyecto de conservación que se desarrolla en el Magdalena Medio, en las cercanías del departamento de Santander, donde se combina la protección de la naturaleza con la generación de energías renovables. La iniciativa, llamada Proyecto Vida Silvestre (PVS), es financiada por Ecopetrol, WCS y Fondo Acción; y básicamente, la idea es que a propietarios de predios y comunidades que participen en la conservación de sus territorios, sean beneficiados con incentivos que van desde capacitaciones hasta apoyos que favorezcan su producción y mejoren sus modos de vida. 

Entre esos incentivos están los biodigestores, una tecnología que permite convertir residuos orgánicos en biogás y también en fertilizante líquido, con el compromiso de que en sus predios y, como miembros de la comunidad, se impulse la protección de cinco especies claves para el ecosistema en el Magdalena Medio: el mono araña, el manatí, el bagre rayado, el paujil de pico azul y las plantas maderables nativas amenazadas, representadas por el carreto colorado.

Los biodigestores son alimentados con residuos orgánicos como excrementos de animales.

La decisión de sumarse al proyecto no fue fácil. En una zona afectada por el conflicto armado y donde los grandes motores económicos son la producción ganadera y los hidrocarburos, la conservación de la naturaleza no es un tema primordial de la agenda. Sin embargo, casi ninguno de los beneficiarios tenía acceso a gas  y los que sí tenían debían comprar pipetas de gas propano a $75.000 (US $19), sumado a largas travesías para transportarlo hasta sus hogares, o bien cortar leña para poder cocinar. 

Según explica Ernesto Ome Álvarez, especialista en Iniciativas Productivas Sostenibles de WCS y uno de los líderes del PVS, este es uno de los  proyectos novedosos que empezaron a implementar con la comunidad, buscando ofrecer soluciones que permitan mejorar la calidad de vida y la capacidad productiva de sus predios, mientras se conservan amplias zonas de bosque gravemente afectado por problemáticas como el mal uso de los suelos, la deforestación, la explotación petrolera y la caza de fauna silvestre. 

El PVS inició en 2014, pero la iniciativa de los biodigestores tiene poco más de cinco años y, de hecho, algunos fueron puestos en funcionamiento tan solo hace un año. “La idea es que, en diálogo con las comunidades, ellos deciden cuáles son los incentivos que más les pueden ayudar. En este caso, ellos escogieron los biodigestores”, resalta Ome Álvarez.

El biodigestor de Eduardo Vallejo se alimenta a partir de los excrementos de su ganado. Foto: Edwin Caicedo

En este primer proyecto, que hasta ahora ha dado buenos resultados, según WCS, se beneficiaron 45 personas, de un total de nueve familias (dos familias aprovechan un mismo biodigestor).  

Si bien aún no se contabilizan los impactos específicos, la presencia de estos biodigestores tiene un fuerte impacto en la disminución de la tala de bosque, en la caída de las emisiones contaminantes, pero sobre todo en lo económico, pues las familias que las usaban no solo se ahorran el costo de una pipeta de gas propano, sino que además tienen un suministro casi ‘ilimitado’ de biogás y fertilizante disponible. Lo que sí es cierto es que los compromisos en conservación recargan con “energía sostenible” a esta iniciativa.

Sin embargo, señala Héctor Suárez, activista ambiental de la región y miembro de la Alianza Colombia Libre de Fracking, si bien es cierto que el proyecto debe verse de manera positiva, el mismo no cubre el pasivo ambiental que hoy existe en la región sobre todo de empresas petroleras como Ecopetrol, quien financia parte del proyecto.

“Antes de mirar todo ese tema de las nuevas energías deberían de mirar cómo solucionar los pasivos ambientales, porque son varias ciénagas afectadas y, por ende, el mismo río Magdalena [está afectado] por contaminación hidrocarburos. No se saca nada con montar biodigestores por todos lados y para los problemas críticos reales no se están mirando soluciones”, señala Suárez.

La ganadería

El Magdalena Medio es una zona biogeográfica ampliamente ganadera. Hasta allí, específicamente a las afueras del municipio de Puerta Parra, llegó la familia de Eduardo Vallejo hace algunos años, provenientes del Valle del Cauca. Él es ya tercera generación de ganaderos y su sobrina, Alejandra Vallejo, será la cuarta y probablemente quien tome las riendas de Barrederos, el predio familiar que entre ambos administran.

Como buen ganadero, Vallejo es una persona paciente aunque desconfiada. “Como nunca lo había visto, no sabía si iba a funcionar. Nosotros antes usábamos leña para cocinar o pipetas. Pero ahora el biodigestor se lo mostramos a todos. Todo el que viene a la finca quiere instalar uno. Hace algunos días vinieron los dueños de un hotel a que les mostrara cómo funciona porque quieren instalar uno para ellos”, resalta Vallejo.

El biodigestor instalado en su finca se alimenta con 20 kilos diarios de boñiga de vaca, pero podría recibir inclusive hasta 70 kilos y entregar suficiente gas para alimentar una estufa instalada en la finca donde se preparan, entre otras cosas, los alimentos de sus ocho fieles guardianes, sus perros, que no lo dejan en ningún momento. “Si pudiese instalar otro en la casa que tengo allá, al otro lado de la finca, lo haría”, asegura Vallejo.

Doña Yeya y su esposo Eleudith Hoyos en la cocina de su casa, que es también la cocina del restaurante 'Donde Yeya'. Foto: Edwin Caicedo

Pero el biodigestor no es el único incentivo que recibió el ganadero. También junto con WCS sembraron en su finca un extenso corredor natural de árboles nativos para que a través de ellos puedan moverse las cuatro especies de primates que viven en la zona y que usan su terreno para transportarse y alimentarse. Vallejo sembró cedros, robles, guasimos, cacaos, zapotes, samanes, jobos, marañones, guanábanas y guásimos, por solo nombrar algunos. 

Alejandra, psicóloga de profesión pero amante de la ganadería, resalta que actualmente trabajan junto con WCS para convertir el predio en una Reserva Natural de la Sociedad Civil y que sueñan, a futuro, con que su finca pueda estar dedicada no solo a la producción de carne sino también a la protección de “los animalitos”, como ella y su tío resumen a la fauna silvestre. 

“La idea de convertirnos en Reserva nace por la protección de esos animalitos. Nosotros desde sardinos hemos estado en contacto con el campo, en la finca, con el ganado, con las bestias. Nos han enseñado a no hacerle daño a los animalitos. Uno quiere a los animales. Nosotros somos ejemplo y la gente toma nuestro ejemplo y lo aplica en sus fincas”, agrega su tío.

El restaurante

Frente a la ciénaga de Chucurí, en un paisaje paradisíaco y fascinante, María Eulalia Lozano, apodada doña Yeya, prepara algunos de los platos más deliciosos de la región gracias a otro biodigestor instalado por WCS. Ella, reconocida como la mejor pescadora con atarraya de la región, se dedica junto con su esposo a la pesca, la porcicultura, la apicultura pero sobretodo a su restaurante ‘Donde Yeya’, una cocina “ribereña fusión” donde el pescado es el rey de la mesa.

Doña Yeya solía usar antes una o dos pipetas de gas por mes, y en algunos casos leña, para preparar los bagres, blanquillos, doradas o bocachicos que iban a buscar numerosos comensales en su comedor, ubicado a escasos metros de la ciénaga, y rodeado de buganvillas, hortensias y crisantemos. Pero ahora es un biodigestor alimentado a partir de excrementos de cerdo (lo que lo hace más eficiente que la tecnología que usa residuos bovinos) el que impulsa la llama con la que cocina diariamente para su familia o sus clientes. Tan solo con esa solución, la cocinera puede ahorrar cerca de $150.000 pesos (US $38) en pipetas de gas propano, pero también se evita la tala de bosque y obtiene fertilizante para sus cultivos. 

Doña Yeya lanza su atarraya en la Ciénaga de Chucurí. Es una de las mejores pescadoras con atarraya de la región. Foto: Edwin Caicedo

El sistema aprovecha la gravedad para que al lavar las ‘cocheras’ ―que son los corrales donde se crían los cerdos― baje directamente el material orgánico a través de unos tubos y entre al biodigestor, que está además protegido por una malla que evita que el sol o ramas de árboles puedan caerle y afectarlo.

“Siempre alcanza para que usted esté cocinando. Hoy preparamos 11 almuerzos, cuatro desayunos, calenté agua para el pollo, y todavía sobra gas para aprovechar”, dice doña Yeya. 

Más personas

Según explica Luz Marina Flores, doctora en Ciencias Químicas y experta en tecnologías de biodigestión, la instalación de estos sistemas en zonas tan alejadas se traduce en amplias ventajas, sobre todo para fincas ganaderas o proyectos productivos, pues permite tener acceso a energías sostenibles, de bajo costo y que eliminan los impactos ambientales aprovechando los residuos.

Además, de acuerdo con ella, el biogás  tiene una combustión más limpia que la leña u otros elementos naturales, por lo que sus emisiones son menores y no genera los probados impactos que tiene para la salud el cocinar con fogones tradicionales, que según han comprobado varias investigaciones médicas puede impulsar el cáncer de pulmón. 

“Nos estábamos demorando en el país al traer e impulsar este tipo de tecnologías, que son sencillas, fáciles de manejar y que, además, solucionan un problema de disposición de residuos, porque no solo se aprovechan las excretas de animales, sino que cualquier tipo de residuo vegetal bajo unas condiciones controladas se puede transformar en este tipo de biocombustible”, resalta Flores.

Eduardo Vallejo y su sobrina Alejandra Vallejo, en los predios de su finca ubicada en el Magdalena Medio y dedicada a la ganadería. Foto: Edwin Caicedo

De acuerdo con ella, algo que se debería hacer es aprovechar estos sistemas a través de modelos de interconexión, algo que ya se está haciendo en Alemania, para que las comunidades puedan apoyarse entre sí en la generación y producción de energía sostenible. 

En ese punto, resalta Ome Álvarez, de WCS, algo que están intentando con estas iniciativas es lograr que cada vez más personas se involucren y se interesen para ir creando redes que permitan impulsar no solo la energía, sino también la conservación. 

“Aparte de tener acciones de conservación y de realizar acuerdos, es importante involucrar más personas en la conservación. No es solamente involucrar a los propietarios sino a la familia, los vecinos e ir generando redes de apoyo para que más se vayan sumando. El objetivo a futuro es ese, que más gente se vaya sumando”, señala Ome Álvarez.

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