En los últimos años, muchos países se han lanzado a una nueva carrera geopolítica: el desarrollo de tecnologías para la transición energética. Este panorama invita –con cierta urgencia– a la Argentina y otros países latinoamericanos a preguntarse de qué forma se insertarán en el proceso. Si lo hacen con tecnologías importadas, podrían profundizar la dependencia histórica con los países del norte. En cambio, si impulsan la fabricación de tecnologías nacionales, podrán generar circuitos virtuosos que conducirán a una transición más justa y soberana.
“El cambio climático y el crecimiento de la desigualdad son parte del mismo problema. Si queremos que la transición energética sea una ventana de oportunidad para países semiperiféricos como Argentina, es necesario acompañarla con una política industrial, inversión en ciencia y el desarrollo de capacidades propias”, afirma el físico Diego Hurtado, investigador del CONICET y especialista en energía nuclear.
Hurtado traza un rápido mapa geopolítico: “Estados Unidos viene perdiendo por goleada la Guerra Fría de la transición. En tecnología nuclear, China le lleva unos quince años de desarrollo”. Además, concentra los mercados de energía solar fotovoltaica (75%), baterías (75%) y energía eólica (58%), y domina el procesamiento de minerales críticos como cobalto, cobre y litio.
¿Cómo puede insertarse Argentina en este torneo tan desigual? ¿Qué tecnologías para la transición se están fabricando en el país? ¿Vale la pena dar batalla?
La economista Verónica Robert, investigadora del CONICET y la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), considera que sí. “Hay dos motivos por los cuales es importante desarrollar tecnologías propias. El primero es que las tecnologías para la transición energética son el núcleo de un nuevo paradigma tecno-productivo y si no las tenemos, nos vamos a quedar afuera de la producción manufacturera mundial. El otro es que los recursos para la transición están distribuidos de forma federal, como los vientos en la Patagonia o la energía solar el norte, y eso podría darle a las provincias un papel más importante”, explica.
Según el Balance Energético Nacional (2022), un 86% de la matriz argentina es de origen fósil (53% gas, 31% petróleo, 2% carbón). Las fuentes renovables no convencionales (entre ellas, eólica, solar, biomasa y pequeños aprovechamientos hidroeléctricos) aportaron un 8%, nuclear un 3% e hidráulica otro 3%. Es decir que las fuentes renovables hoy rondan el 14%. Para contextualizar, el año que viene termina la vigencia de la Ley 27.191 (2015) que buscó fomentar el aumento de fuentes renovables en la matriz y estableció el objetivo de alcanzar el 20% para 2025.
Parece que estamos un poco lejos de concretarlo.
El sol del desarrollo viene asomando
En la provincia de San Juan, una empresa del departamento de Pocito está a punto de competir con China en la fabricación de paneles solares. Se trata de EPSE (Energía Provincial Sociedad del Estado), cuyos capitales provienen del Gobierno de San Juan. La idea de montar la fábrica surgió en el marco del Proyecto Solar San Juan, que busca aprovechar y agregar valor a los recursos naturales de la provincia.
“Estamos terminando la puesta en marcha de la fábrica. Ya montamos los equipos que conforman el cerebro y el cuerpo, y ahora estamos instalando la laminadora, que es el corazón del proceso. Esperamos empezar a producir en noviembre o diciembre”, cuenta el ingeniero Sergio Salinas, responsable de la fábrica. Sobre otras experiencias similares en el país, agrega: “Había una fábrica en San Luis pero cerró hace un tiempo. Y actualmente hay una en Brasil, así que seríamos los segundos en América Latina”.
La fábrica tendrá una capacidad de producción de 800 mil paneles por año (equivalente a 450 megavatios). “Creemos que esta potencia podrá traccionar la industria de insumos en Argentina. El primer año usaremos componentes importados y en paralelo impulsaremos el desarrollo de proveedores locales para reemplazarlos gradualmente por componentes nacionales”, asegura Salinas. Todos los insumos -aluminio, vidrio, polímeros, la caja de conjunción, etc.- podrían ser de fabricación nacional excepto la celda. Aunque para eso tienen un plan: la segunda etapa del proyecto será montar una fábrica de celdas y la tercera, una fábrica de lingotes de silicio, completando así todos los eslabones de la cadena de valor.
Pero la pregunta del millón es: ¿cómo harán para competir con los precios de China? Las fuertes barreras arancelarias que Estados Unidos y Europa han puesto a los productos chinos hicieron que el país asiático baje los precios de los paneles a niveles históricos. Sin embargo, Salinas dice que como China también lidera las ventas de celdas y silicio, estos insumos también se abarataron. Eso permitirá que la fábrica sanjuanina los adquiera a bajo costo y pueda vender los paneles al mismo precio que China.
Vientos de dependencia
Los primeros desarrollos de equipos eólicos nacionales comenzaron en la década del 80. Desde entonces, la industria de los vientos creció a paso lento pero firme. En 2012, la Cámara de Industriales de Proyectos e Ingeniería de Bienes de Capital (CIPIBIC) creó el Clúster Eólico Argentino para fomentar el desarrollo nacional; y en 2014, el Fondo Argentino Sectorial (FONARSEC) financió a cinco consorcios público-privados para el diseño y fabricación de aerogeneradores. Sin embargo, en los últimos años la industria eólica no viene con viento a favor.
Hurtado lo explica a través de dos fotos. En la primera es diciembre de 2015 y Argentina es el único país de América Latina con empresas capaces de fabricar aerogeneradores –IMPSA y NRG Patagonia– y una red de 70 pymes que producen componentes para el sector. En la segunda es 2019 y Argentina es un país que ensambla aerogeneradores importados. ¿Qué pasó en el medio? “El macrismo devastó la industria eólica. De hecho, se jacta de que aumentó el porcentaje de renovables en la matriz pero lo hizo con tecnología importada y sin políticas para la industria nacional”, señala el investigador.
Al respecto, el ingeniero Juan Carlos Cacciavillani, director de Tecnología de IMPSA, empresa mendocina fundada en 1907 con trayectoria en el desarrollo de tecnologías propias para energía hidráulica y nuclear, cuenta: “Nosotros logramos desarrollar un aerogenerador de dos megavatios y montamos algunos parques eólicos, como Arauco (La Rioja) y El Jume (Santiago del Estero). Pero no pudimos seguir el ritmo que exigía el mercado porque se necesitan grandes inversiones para diseñar aerogeneradores de mayor potencia”. Actualmente, IMPSA sigue poniendo en marcha parques eólicos y solares pero sin tecnologías de diseño propio.
Una trayectoria atómica
La falta de políticas a largo plazo siempre ha sido una dificultad para el desarrollo tecnológico nacional pero hay un ámbito que es la excepción: el de la energía nuclear. Sus inicios se remontan a la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en 1950 y si bien fue una historia con altibajos, no hubo interrupciones significativas. En 1958, se construyó el RA-1, primer reactor de investigación que continúa operativo en el Centro Atómico Constituyentes. En paralelo, se impulsó la formación de profesionales y un entramado de pymes. Para la década del 70, ya exportaban tecnología.
De esa historia se desprende la creación en 1976 de INVAP, empresa estatal de la provincia de Río Negro que desarrolla tecnologías nucleares, espaciales y para la Defensa. Para la ingeniera Verónica Garea, gerenta de Relaciones Institucionales y Estratégicas de INVAP, la energía nuclear constituye una buena fuente de base para la transición. “No vamos a resolver el problema de la crisis climática y de producción de energía si no metemos la energía nuclear en la matriz”, afirma. Los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) también han reconocido el rol de esta fuente para evitar superar el 1,5°C de calentamiento global, una de las metas del Acuerdo de París.
INVAP e IMPSA han desarrollado sistemas y componentes para el CAREM, primer reactor nuclear de baja potencia (25 megavatios) diseñado en Argentina que lleva adelante la CNEA. Según Garea, estos equipos serán la próxima ola de generación nucleoeléctrica. En marzo, la Agencia para la Energía Nuclear de la OCDE realizó una evaluación de alrededor de 21 reactores modulares que se desarrollan en el mundo y el CAREM figuraba entre los cinco más avanzados . Sin embargo, desde que Milei paralizó la obra pública y desfinanció el sistema científico, su construcción está paralizada.
Otro problema que enfrenta la energía nuclear es la falta de licencia social. En 2017 , se intentó instalar una central en Río Negro pero el proyecto se frenó por la resistencia de la población. “Sigue existiendo en la opinión pública una idea de que la energía nuclear es muy riesgosa, asociada a cómo se hizo conocida –por la bomba atómica– y amplificada por los medios de comunicación, que es muy difícil de desarmar”, lamenta Garea.
Por otra parte, INVAP incursionó en el desarrollo de tecnologías eólicas. “Fuimos precursores en el diseño de aerogeneradores –afirmó la ingeniera–. Sin embargo, no fue un negocio compatible con las características de INVAP, ya que hacemos tecnología a medida y la producción de aerogeneradores requiere un despliegue que no tenemos”.
Tecnología nacional ondulante
Además de tener buenos vientos y un recurso solar abundante, Argentina posee 4.500 kilómetros de costa marítima y eso la convierte en un territorio ideal para la energía undimotriz. A nivel mundial, hay diversos proyectos en marcha para convertir el movimiento de las ondas del mar en electricidad, como el Pelamis, una serpiente marina roja de metal que surca las aguas de Portugal. En América Latina, hubo una experiencia piloto en Brasil, pero fue abandonada por falta de financiamiento; y en 2021, se instaló un equipo en Chile, fabricado por una empresa europea.
En Argentina, hay un equipo de la Universidad Tecnológica Nacional de Buenos Aires (UTN-FRBA) que trabaja en el desarrollo de un dispositivo para aprovechamiento de la energía undimotriz. La idea surgió en 2009, a partir de un proyecto liderado por los ingenieros Alejandro Haim y Mario Pelissero, y hoy el equipo está formado por una veintena de profesionales y estudiantes.
“Algunas ventajas de la energía undimotriz son su constancia energética y su alto rendimiento. Si el recurso eólico y solar que tenemos en Argentina es extraordinario, imaginate lo que sería la undimotriz, que genera más energía por unidad de superficie”, señala Haim. La energía de las ondas marinas es de 10 a 30 veces más densa que la solar y cinco veces más que la eólica. Con un parque undimotriz que ocupa tres hectáreas de mar, se puede abastecer a unos 20 mil habitantes.
El dispositivo posee un cuerpo cilíndrico que contiene el sistema electromecánico encargado de convertir la energía del mar en electricidad. De este cuerpo salen dos brazos de palanca con una boya en sus extremos. En la escala real, los brazos tendrán 12 metros de largo y las boyas medirán 3 metros de diámetro. Cada dispositivo tendrá una potencia de 30 kilovatios y podría alimentar a unos 15 hogares. El objetivo final es que se puedan instalar parques con numerosos equipos para multiplicar la potencia.
El funcionamiento es sencillo: las ondas del mar mueven las boyas de forma ascendente y descendente, ese movimiento recorre los brazos y llega al cuerpo central, donde el sistema electromecánico lo convierte en un movimiento circular que hace girar un generador. “Al tener un mecanismo simple, buscamos que sea de bajo costo y fácil de reproducir. Es una tecnología que podría fabricarse en talleres metalmecánicos o astilleros que hay en el país”, indica Haim. El 90% de los componentes son de fabricación nacional y estiman que tendrá una vida útil de 20 años. Además, el impacto ambiental es muy bajo ya que no perturba a la flora y la fauna, ni genera contaminación sonora.
Las próximas etapas son finalizar la construcción del prototipo a escala real e instalarlo en la escollera norte de Mar del Plata. Hoy tienen algunos subsidios de diversos organismos, como el Foro Regional Eléctrico de la Provincia de Buenos Aires (FREBA). Sin embargo, desde la asunción de Javier Milei, la cosa se complicó. Tienen un subsidio del Fondo Argentino Sectorial (FONARSEC) que no fue ejecutado y se cortó la colaboración con una empresa por su mala situación económica. “Es importante que se invierta en energía undimotriz para reafirmar la soberanía sobre nuestro mar, generar tecnología propia y exportarla a otros países”, aseguró Haim, que no pierde las esperanzas de concretar el desarrollo.
Con la batería baja
El litio es un insumo clave para la producción de baterías y vehículos eléctricos, por lo que ocupa un rol central en los debates sobre transición energética. Hay pocos países que cuentan con este mineral y el “triángulo del litio” compuesto por Chile, Bolivia y Argentina concentra alrededor del 58% de las reservas mundiales. “Argentina ha invertido fuertemente a través de Y-TEC en el desarrollo de tecnología de baterías y de electrolizadores. Si bien es a escala pequeña, sirve para ir construyendo capacidades”, indica Robert.
Y-TEC es una empresa del CONICET e YPF que en los últimos años avanzó en la construcción de una fábrica de celdas y baterías de litio. Sin embargo, su puesta en marcha sufrió varias demoras. Su inauguración se había anunciado para enero de este año pero quien lideraba la iniciativa, el ex ministro de Ciencia Roberto Salvarezza, renunció a la presidencia de Y-TEC el 10 de diciembre, ante el cambio de Gobierno. A la fecha, la fábrica sigue sin inaugurarse.
Por otro lado, la extracción de litio también suele ser tema de controversias por su impacto social y ambiental, ya que requiere volúmenes significativos de agua y afecta territorios habitados por comunidades indígenas y campesinas. Por eso, en su “Documento de posición sobre transición energética”, la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) advierte que “el litio no puede considerarse parte de una transición socioecológica si agrava problemas ambientales locales y trae aparejada la violación de derechos humanos”.
Con respecto a la electromovilidad, Robert considera que es importante avanzar en su desarrollo porque Argentina tiene una industria automotriz consolidada y hay que pensar en la reconversión de esa industria. Ya hay algunos logros prometedores. En 2017, la Universidad Nacional de La Plata presentó el primer auto eléctrico desarrollado por una universidad latinoamericana y en 2021, la empresa argentina CORADIR lanzó a TITO, que el año pasado fue el auto eléctrico más vendido en el país.
El problema del largo plazo
Además de las tecnologías mencionadas en este artículo, existen numerosos emprendimientos con diversos grados de avance que buscan aportar a la transición. En Mendoza, por ejemplo, la empresa Energe produce calefones que funcionan con energía solar térmica; en Santiago del Estero, la Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSE) realiza sus primeros intentos en geotermia; y en diversas provincias, comunidades rurales fabrican biodigestores, una tecnología simple que permite tratar residuos agropecuarios y abastecerse de energía al mismo tiempo.
Sin embargo, para que la transición energética sea soberana y justa, se requiere de un poco más que la suma de voluntades. Martín Dapelo, de la Cámara Argentina de Energías Renovables (CADER), lo resume así en el informe ambiental de FARN: “La política energética no debería ser una cuestión variable dependiente del humor de los gobernantes de turno. No hay desarrollo posible en el sector si se toman medidas contradictorias entre privatizaciones, nacionalizaciones y cada cuatro años se cambia el rumbo o las reglas de juego. Es necesaria una mirada de largo plazo”.
En esta línea, el Plan Nacional de Transición Energética al 2030, presentado en 2023 previo a la asunción de Milei, plantea una nueva meta: llegar al 30% de energías renovables en la matriz para el 2030. Pero las políticas actuales parecen ir a contramano. Universidades y centros de investigación con décadas de trayectoria como CONICET, INTI e INTA están sufriendo recortes, despidos y paralización de proyectos, al tiempo que la industria nacional continúa en picada.
Más allá de las intenciones del gobierno de turno, Robert reflexiona sobre la necesidad de implementar “políticas industriales con condicionalidades”, un término tomado de la economista ítaloamericana Mariana Mazzucato que tiene que ver con solicitar una serie de requisitos a inversores extranjeros, como puede ser un determinado porcentaje de proveedores nacionales.
Hurtado coincide con esta mirada y concluye con un ejemplo: “Si alguien viene y quiere instalar un parque eólico, se le puede exigir que durante los primeros tres años, el 10% de los aerogeneradores sean nacionales. A los seis años, el 30%; y a los 10, el 100%. En el medio, vas recorriendo la curva de aprendizaje, formando profesionales y armando un ecosistema de proveedores locales. Así se desarrolla una industria”.