Epifanía Ocaña lleva una bolsa con algunas papas y ollucos. Un par de décadas atrás, por estos días (fines de junio) pedía ayuda para cargar las cosechas. Por los tonos verdosos proyecta que para agosto estarán listos el maíz y la cebada. «Antes, en abril dejaba de llover, ahora sigue. La cosecha se corrió», cuenta.
Camina con cuidado. Aún quedan charcos en el sendero. Atraviesa el caserío de Soledad de Tambo por el Inca Naani, como se conoce en Áncash a la vía prehispánica.
Aún es posible transitar. Resisten al clima el suelo empedrado y las pircas (muros de piedras) que bordean tres kilómetros de camino acondicionados por el Programa Qhapaq Ñan Perú.
Saliendo del pueblo desaparecen los muros, las demarcaciones y el suelo es irregular. Las tormentas y la caída de rocas y malezas vuelven intransitables esas partes. “Cuando era niña llovía leve todo un día. Ahora en veinte minutos llueve todo junto”, sostiene Epifanía.
Yamina Silva, meteoróloga del Instituto Geofísico del Perú, observa lo mismo. Al ver los datos de las últimas dos décadas nota que las lluvias se han retrasado un par de meses en los Andes peruanos. Y cuando aparecen ocasionan destrozos. “Si no tenemos lluvias leves en octubre, para diciembre los suelos llegan secos y no están permeables para recibir mayor volumen de agua. Entonces, se dan los huaicos”, precisa.
Durante el primer semestre de 2025, en Áncash se reportaron 81 huaicos o deslizamientos según el Centro de Operaciones de Emergencia local. Estos fenómenos afectan cultivos, ganados, viviendas y también los caminos.
Un ritual en peligro de extinción
Desde las partes altas del centro poblado de Castillo se puede ver que el camino une los pisos ecológicos del Valle de Tambillos (entre los 2300 y 4600 msnm).
“Los caminos sirven”, dice Dante Solís, presidente comunal de Castillo. Entre otras funciones, es el encargado de convocar al Naani Aruy, la faena comunal para el mantenimiento de los senderos.
Estos trabajos solían realizarse dos veces en torno a la temporada de lluvias. Por las alteraciones climáticas eso varió. Este año, poco después del solsticio de invierno, Dante citó a la comunidad porque había tramos obstaculizados.
Con picos y palas los hombres remueven la tierra y piedras del sendero. A su vez acomodan las pircas caídas. Las mujeres y niños con machetes y hoces cortan los arbustos y arrancan las malezas que tapan drenajes. Todo esto ocurre durante cinco horas.
Este segmento forma parte de los 250 kilómetros del sistema vial en territorio peruano incluidos en la declaración patrimonial de Unesco. “Nos sentimos orgullosos por este legado”, dice Dante.
La satisfacción no es completa. Después de la faena, Dante mira el sendero ahora limpio, pero sabe que será insuficiente ante un temporal.
Cada vez que ocurren, el agua cubre la calzada y se cuela a las casas contiguas. En pocos minutos se inundan los primeros pisos. Las familias pasan varios días sacando el agua.
Los vecinos de Castillo solicitaron la instalación de canaletas, pero chocaron ante la protección patrimonial. Cualquier iniciativa para intervenir estos bienes debe regirse por la Ley 28296, que le otorga al Ministerio de Cultura la última palabra.
Tradición y (o) supervivencia
En cada visita a la red vial los técnicos de Qhapaq Ñan Perú encuentran afectaciones. En el último reporte (2024) presentado a Unesco, se indica que la caída de agua afecta al 87% del segmento Huánuco Pampa – Huamachuco (que incluye al Valle del Tambillos).
“Ahora todos los años tenemos emergencias por lluvias. Algo está cambiando y merece una intervención”, refiere Victor Curay, Coordinador de Proyectos y Programas Qhapaq Ñan – Sede Nacional.
Cada solicitud de intervención es evaluada con detenimiento. “Se puede tocar el patrimonio, pero bajo ciertas condiciones dado su complejidad y valor”, acota Curay.
En sus viajes, como investigador externo, el antropólogo Clark Asto notó que ya no hay faenas de mantenimiento en gran parte de la red. “Las necesidades contemporáneas hacen que mucha gente deje los caminos”, anota.
La premura por comercializar productos, recibir atenciones médicas o gestionar trámites, privilegió la construcción de carreteras. “El Camino Inca es mantenido donde les resulta funcional, pero donde necesiten asfalto, quizás no”, comenta Asto.
En el Valle de Tambillos hay segmentos en desuso. Para llegar a Pomachaca, los pobladores de Castillo toman colectivos que les cobran cinco soles (un dólar y medio), en lugar de caminar dos horas por un accidentado sendero. “Para ir a nuestros caseríos usamos el camino, pero más allá no. Ya nadie camina por ahí”, dice Epifanía.
El abandono se torna evidente en la parte baja de la ruta, donde el río Puchka en temporada de lluvias suele desbordarse. Muy próximos al cruce Pomachaca, masas de rocas y escombros, depositadas por el furioso río, cubren la traza antigua. El Inca Naani ahí es un recuerdo en los ojos de los mayores.